Fue, no hace mucho tiempo atrás, que esta historia ocurrió, contada aquí de una forma de romance, pero trae en su esencia un verdadero mensaje para los Umbandistas.
Comienza en una noche oscura y asustadora, de aquellas en que se erizan los pelos del cuerpo. Realmente el sol estaba escondido en ese día y la luna, tímida, temía no iluminar con sus encantadores rayos, brillantes como hilos de plata, la morada de los Orixás. En esa extraña noche, Ogún, el Orixá de las guerras, salió desde el alto punto donde guarda todos los caminos y se dirigió al mar. Al verlo llegar, las sirenas comenzaron a cantar y se agitaban ante su llegada, todos adoraban a Ogún,
Él era tan fuerte y corajudo.
Iemanjá que tiene en Él un hijo muy querido, esbozó una sonrisa de aquellas de madre contemplativa que vuelve a ver un hijo que hace tiempo partió de su casa, más nunca de la eterna morada que hay dentro de su corazón. ¡Ah Ogún! ¡Que nostalgias, hace tanto tiempo! ¿Ud. Podría venir a visitar más veces a su madre, no es así? Esto dijo Iemanjá con aquel tono típico de contrariedad. Disculpe madre, sabe, ando medio ocupado, respondió un Ogún muy triste. Pero ¿Qué es lo que ocurrió? Siento que estás triste. Yo vine hasta aquí para desahogarme con Ud. Madrecita. ¡Estoy cansado!
Estoy cansado de muchas cosas que los seres humanos hacen en mi nombre. Estoy cansado con lo que ellos hacen con la espada de la ley que creen cargar. Estoy cansado de tanta demanda. Estoy mucho más que cansado de las supuestas demandas que apenas existen dentro del interior de cada uno de ellos... Estoy cansado... Ogún retiró la visera y por detrás de su bonito casco, un rostro bello y de rasgos fuertes podían ser vistos. Él lloraba. Lloraba un dolor que cargaba hacía ya bastante tiempo. Lloraba por ser tan mal comprendido por los hijos de Umbanda. Lloraba porque nadie entendía que si esa era su manera de ser, protector yaustero, era porque en su pecho la llama de la compasión brillaba. Y si existe un Orixá leal, fiel y compañero, ése Orixá es Ogún. Él daría su propia vida por cada persona de la humanidad, no sólo por los hijos de fe, amaba la vida. Más infelizmente sus atribuciones no eran realmente entendidas. Las personas no veían en su espada, la fuerza que corta las tinieblas del ego, y además la transformaban en un instrumento de guerra. No veían en Él la potencia y la fuerza de vencer los abismos profundos que forman verdaderos valles de tinieblas en el alma de todos. No veían en su lanza la dirección que apunta para el auto conocimiento, para la iluminación interna y eterna. ¡No! Infelizmente él era entendido como el "Orixá de Guerra", un hombre impiedoso que utilizaba su espada para resolver cualquier situación. Y luego, inspirados en eso, iban los hijos de fe olvidándose de los trabajos de asistencia a los espíritus sufridores, a las almas perdidas entre los mundos, a los trabajos de cura, se olvidaban del amor y de la compasión, sentimientos básicos en cualquier trabajo espiritual, para apenas realizar quiebres y cortes de demandas, muchas de las cuales ni siquiera existen, o cuando existen, muchas veces son apenas reflejos del propio estado del espíritu de cada uno. Es mas, normalmente todo eso se torna una guerra de vanidad, un show pirotécnico de fuerzas ocultas. Mucha espada, mucho tridente, muchas armas, poco corazón, pensamiento elevado y crecimiento espiritual. Eso acongojaba a Ogún. Cómo lo acongojaba a Ogún. ¡Ah, hijos de Umbanda! ¿Por qué Uds. Olvidan que Umbanda es pura y simplemente amor y caridad? Mi espada siempre protege lo justo, lo correcto, a aquel que trabaja por la luz, confiando su corazón en Olorum. Por qué olvidan que la espada de la ley sólo puede ser manipulada por la mano derecha del amor, insistiendo en empuñarla con la mano izquierda de la soberbia, del poder transitorio, de la ira, de la mala ilusión, transformándola en sólo una espada sembradora de tormentos y destrucción... Entonces Ogún comenzó a retirar su armadura que representaba la protección y firmeza en el camino espiritual que ése Orixá trae para nuestra vida. Y lo puso firmemente frente a Iemanjá. Clavó su espada en el suelo. No quería más luchar, no de aquella manera. Estaba cansado. Luego un estruendo fue oído y el querido pero también temido Tata Omolú apareció. Y por increíble que parezca, lo mismo ocurrió. Él no aguantaba más ser visto como una Divinidad de la peste y de la Magia Negativa. No entendía como Él, el Guardián de la vida, podía ser invocado para atentar contra ella. Se acongojaba por su guadaña de la muerte, que es el principio que a todo destruye, para que entonces la mudanza y la renovación sucedan, sea tan temiday mal comprendida por los hombres. Él también dejó su guadaña a los pies de Iemanjá y se retiró su manto oscuro como la noche, se veía el mas lindo de los Orixás, aquel que usa una cobertura para no cegar a sus hijos con la inmensa luz de amor y paz que irradia todo su ser. La luz que cura, la Luz que pacifica, aquella que recoge todas las almas que se perdieran de la senda del Creador. Infelizmente los hijos de fe se olvidaban de esto... Pero, lo más increíble estaba por ocurrir. Una tempestad comenzó a desatarse aumentando todavía más el aspecto increíble y tenebroso de aquella extraña noche. Y todos los otros Orixás comenzaron a aparecer, para luego, comenzar también a despedirse de sus vestimentas sagradas mas allá de dejar a los pies de Iemanjá sus armas y herramientas simbólicas. Hacían esto en respeto a Ogún y Omolú, dos Orixás muy mal comprendidos por los Umbandistas. Hacían eso por ellos mismos. Iansá quería que las personas entendiesen que sus vientos sagrados son el soplo de Olorum, que esparce las semillas de luz de su amor. Oxóssi quería ser reverenciado como aquel que con sus flechas doradas de conocimiento, rasga las tinieblas de la ignorancia. xango apagó su fuego encantador, alfinal nadie recordaba la llama que intensifica la fe y la espiritualidad, sólo recuerdan la que devora y destruye, los vicios de los otros, queda claro. Uno a uno se fueron despidiendo pensando de qué manera los hijos de Umbanda comprendieron erróneamente a los Orixás.
Iemanjá, totalmente sorprendida y sin reacción, no sabía qué hacer. Ahí, en ése instante fue cuando una irónica carcajada cortó el ambiente. Era Exú.
El controvertido Orixá de las Encrucijadas, el Mensajero, el Guardián, también llegaba para la reunión, acompañado de Pomba Gira, su compañera eterna de jornada.