La tradición oral es una de las virtudes que ha atesorado la humanidad, gracias a ella es que esta religión ha pasado de generación en generación. La Regla de Osha-Ifá, heredera de la Religión Yoruba ancestral, mantuvo vivas estas raíces y todo el Panteón Yoruba, gracias a esta tradición oral. "Los patakies no son mas que historias que nos dejan una moraleja o enseñanza, describen nuestra religión, la apoyan y la explican. Basandonos en ellos podemos llegar al conocimiento profundo de la Religión Yoruba y a su aprendizaje."
Si se partiera del supuesto de que el universo mítico de la Regla de Ocha constituye un caos de unidades (patakíes) atomizadas, con vida independiente y explicables a través de la consideración exclusiva de su trama discursiva, el propósito de revelar su sentido colectivo, social, se estrellaría inevitablemente contra las dificultades insalvables que entraña la recomposición de esta trama en su integridad y la definición de su forma “verdadera”, legítima. Invitados a narrar un mismo patakí -aquel, digamos, en que Yemayá es enamorada por Changó-, diez informantes hilvanarán diez historias diferentes. En términos de ortodoxia religiosa, auténtico sería el que correspondiera a la forma originaria, al tiempo mítico de los orígenes; en términos científicos, sin embargo, legítimas son todas aquellas versiones que la historia ha configurado como unidades capaces de insertarse en una estructura discursiva y de pensamiento única en su diversidad, y de funcionar con eficacia en un complejo simbólico y social dado.
La ciencia, es cierto, podría aspirar a la reconstrucción de versiones históricamente precedentes a las que se recogen en la actualidad, de aquellas, por ejemplo, que eran narradas a mediados del siglo pasado en Cuba, en los llamados “cabildos de nación”, e incluso, intentar avanzar hacia las profundidades de la historia yoruba. No obstante, cada punto al que se llegara en esta búsqueda, habría de considerarse justamente un desprendimiento de formas anteriores, el resultado de una metamorfosis, ni más ni menos legítima -vale decir, ni más ni menos enraizada en su correspondiente complejo histórico cultural- que las que tienen lugar ante nuestros ojos. Lo cual nos regresaría al punto de partida y no pondría nada en claro acerca de la versión que habría de reputarse como “auténtica”.
No sólo es éste -ni sobre todo éste- el infortunio de la consideración atomística de la mitología, es decir, de la proyección metodológica que conduce al examen de cada relato mítico como un valor absoluto y cerrado en sí mismo: incluso si fuera posible llegar a un consenso en torno a la determinación de las versiones legítimas de los patakíes, difícilmente el examen de cada uno de ellos como un valor per se podría conducirnos más allá de la enunciación chata y sobredimensionada de su repercusión sobre las normas de conducta de la comunidad religiosa.
Es significativo, al respecto, que el propósito de descifrar el sentido de los patakíes a partir de estos supuestos metodológicos sólo haya conducido hasta el presente a la formulación de generalidades superficiales en la forma de sentencias, dicharachos populares, máximas morales e imperativos para la acción análogos a las moralejas de los cuentos infantiles. Probablemente, el fruto más acabado y representativo de esta manera de ver las cosas sea la obra de Teodoro Díaz Fabelo Cincuenta y un patakíes, en la que el autor invariablemente corona la exposición de cada relato con enseñanzas o moralejas (owe, en lengua yoruba) del tipo: “En la confianza está el peligro”, “La envidia es poderosa”, “Para destruir a una persona lo primero es desprestigiarla”, “La verdad alcanza a la mentira”, etcétera.
Desde nuestro punto de vista, por el contrario, únicamente es posible develar el sentido social de los patakíes, en primer lugar, cuando éstos son agrupados y considerados en su relación mutua, de forma tal que en ellos sea factible encontrar los términos interconexos de una estructura de contenido simbólico única. Se abre así la posibilidad de centrar la atención en conjuntos diferenciados de relatos estructuralmente vinculados entre sí, en cuyo seno la diversidad de elementos y secuencias de la trama se conciban como expresiones externas y, hasta cierto punto, contingentes, de una unidad de sentido y mensaje común.
En segundo lugar, sólo es posible desentrañar el sentido de los patakíes cuando éstos se piensan como enraizados profundamente en el sistema específico de contradicciones de la comunidad en la que funcionan como expresiones discursivo-figurativas, sólo cuando se consideran soluciones simbólicas de las contradicciones fundamentales en las que se ha enredado la vida comunitaria y de las que dependen su supervivencia en una forma histórica dada, su orden interno, su estructura específica de relaciones económicas, políticas, sociales y espirituales.
No cabe duda de que, a través de la metamorfosis, la mitología yoruba ha sido capaz de expresar a su forma el complejo sociocultural cubano en su totalidad y en su evolución histórica; y de que, por consiguiente, en su estructura se condensa una multiplicidad de significados que no podrían ser circunscritos, sin empobrecerla, a uno, dos o tres parámetros, por importantes que éstos puedan parecer. Esta consideración general conserva todo su valor cuando se examina la diversidad de determinaciones culturales e históricas que se revelan en los patakíes protagonizados por Yemayá, o que la involucran de uno u otro modo.
Extraido de
Iemanya a traves de sus mitos
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996.
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