Desde los tiempos prehistóricos, este animal impresiono al hombre por su vigor, su fortaleza y su aspecto imponente.
Al mismo tiempo, como pudo domesticarlo -dado que el pastoreo del ganado bovino fue una de las etapas finales del nomadismo- el hombre relaciono al Toro con condiciones y acontecimientos de su propia vida.
Se han encontrado muchas pinturas rupestres en las cuales se hallan representados Toros en diferentes actitudes, y algunas de ellas con especial valor simbólico, los representan de frente, con el Sol entre sus cuernos como significando la luz (quizá la razón) predominando sobre el impulso incontrolado.
En la iconografía egipcia es habitual encontrar figuras de Toros, en general simbolizando la procreación y la fecundidad.
El Toro era para los egipcios un animal sagrado, vinculado con el dios Osiris,
La cultura minoica, desallorrada en la isla de Creta hacia el año 2000 antes de Jesucristo, también consideraba al Toro como animal revestido de valores simbólicos relacionados con la potencia reproductora y la fertilidad.
En los textos cristianos, especialmente en el Antiguo Testamento, también aparece el Toro asociado a la idea de poder y, por extensión, a la de riqueza.
Recordemos que mientras Moisés recibía de Yahve, en el monte Sinai, las Tablas de la Ley, su hermano Asron precentaba el becerro de oro a la adoración de los israelíes.
Tomado desde un punto de vista psicoanalitico, segun Jung, el Toro es representativo de la figura del padre y, desarrollando el concepto, el hecho de que aparezca en los sueños significaría la necesidad o la búsqueda del amparo y el apoyo paternales.
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