23 de septiembre de 2014

Realidad Exterior Celta


En sus orígenes, los celtas no fueron afectados por la cultura griega, ni por la romana. 

Esto hizo que se les introdujera entre los cuatro pueblos bárbaros o «los otros» que ocupaban una parte de Europa: 

En el extremo occidental se encontraban los iberos, en las llanuras del Norte, los germanos; en las estepas del Este, los escitas; y en todas partes, ya que no dejaban de emigrar de un lugar a otro (cuando no formaban breves asentamientos),

Sin embargo, éstos últimos en el curso de la llamada segunda Edad de Hierro (a partir del 475 a.C.), comenzaron a ocupar grandes territorios de Galia, Bohemia, Gran Bretaña, Irlanda, Italia del Norte, la zona del Danubio medio, España y Portugal. 

En muchos de estos lugares no dudaron en mezclarse con los iberos, los ligures, los pannones, los dacios y los getas. 
También saquearon parte de Grecia y, finalmente, marcharon a fundar, en Asia Menor, el reino de Galacia.
Existen pruebas arqueológicas de que llegaron a Dinamarca, a Silesia y a Ucrania.

También pudieron alcanzar otros lugares, donde han quedado algunos de sus mitos, lo mismo que ellos tomaran otros que se parecen a civilizaciones que ocuparon el corazón de Asia; pero, al no existir testimonios arqueológicos, no se dan por ciertas.

La realidad exterior de los Celtas los presenta como formadores de sólidas tribus o emigrantes, cuando no como unos feroces conquistadores, ya que en muchas ocasiones sólo les movía el deseo de obtener un botín. 

En efecto, fueron guerreros, viajantes y marinos, lo que no impidió que creasen un arte muy superior al de los pueblos con los que se mezclaron, a la vez que moldeaban una literatura épica, que ha sido considerada la primera de las conocidas en Europa en lengua popular. 
En su conjunto, la cultura celta ocupa un lugar muy destacado dentro de lo más positivo de la Historia Universal.
Cuando sólo eran los «hiperbóreos».
Los griegos llamaban a los Celtas «hiperbóreos» o «los que se encuentran en el norte». 

Los consideraban un pueblo misterioso, para el cual los ríos y los bosques eran sagrados, acaso por el hecho de vivir en un mundo húmedo y oscuro, que se extendía desde la Selva Negra al macizo de Harz, en el norte de Alemania; pero también se encontraba en las islas occidentales.

Se decía que los «hiperbóreos» tenían el don de la «eterna juventud», así como habían encontrado la forma de no enfermar e ignorar el dolor...

¿Cómo pudieron nacer estos mitos? La respuesta hemos de localizarla en un hecho incuestionable: los griegos creían que el mundo «terminaba» en las Columnas de Hércules, es decir, en lo que hoy conocemos como el Estrecho de Gibraltar. 

Los pocos marineros helenos que se habían atrevido a navegar por el océano Atlántico, aunque lo hubiesen hecho bordeando las costas de Portugal y de España, al llegar a Gran Bretaña o Irlanda debieron sentirse tan sobrecogidos, que el simple hecho de haber sobrevivido les llevó a contar, cuando volvieron a su amado y cálido Mediterráneo, esas historias sobre paisajes rodeados de brumas, húmedos, verdes y en los que moran unos seres altos, rubios, fuertes y hermosos, los cuales tienen la costumbre de levantar grandes monumentos de piedra, y viven en tribus, formadas con decenas de chozas redondeadas, que cubren con circulares barreras defensivas...
En el siglo IV a.C., cuando los Celtas empezaron a atacar los territorios griegos y romanos, a todo lo anterior se añadió el mito del heroísmo, la estrategia y la habilidad. 

Tres cualidades muy comunes en un pueblo, o en un conjunto de tribus, que por su condición de emigrantes permanentes se habían convertido en unos guerreros bien entrenados y, sobre todo, que no le temían a la muerte, al creer en la reencarnación.


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