Los druidas se cuidaron de establecer la relación existente entre el Sol, la Luna y las estrellas, lo que les permitió crear un calendario de interpretación bastante complicada.
Algo que hemos de considerar normal, al venir de unos seres que nunca ponían sus grandes conocimientos al alcance de las gentes vulgares.
Existe un Calendario Celta, que se encontró en un lugar de Francia que hoy se conoce como Colygne.
El acontecimiento tuvo lugar en 1897, cuando unos arqueólogos hallaron unos restos.
Una vez consiguieron unirlos se encontraron con una placa de bronce de unos 15 centímetros de altura por 10,50 de ancho, que dataron hacia el siglo I a.C.
La numeración era romana; no obstante, sus anotaciones no correspondían al calendario juliano, que era el usado entonces por el país de los Césares.
El calendario de Coligny fraccionaba el año en un periodo de meses y estaciones, que correspondía a las fiestas celtas dedicadas a las estaciones.
Ahora sabemos que los druidas calculaban el tiempo fijándose en las noches y nunca en los días.
Un periodo de quince noches completaba la mitad de la luna menguante.
Si aparecía una franja brillante, debía interpretarse como que esperaban un tiempo favorable; pero si se contemplaba una franja oscura, el anuncio era de malos presagios.
Este calendario se formaba con 62 meses lunares, entre los cuales se intercalaban otros dos meses.
Algunos historiadores han comprobado que los druidas ajustaban su año lunar con el año solar utilizando sabiamente 30 días «extras», que intercalaban en fases de dos años y medios a tres años. Hemos de tener en cuenta que en los calendarios juliano y gregoriano (éste es el que se emplea actualmente en casi todo el mundo) se efectúa algo parecido, pues se altera la duración de los meses y se añade un año bisiesto cada tres normales.
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