Los druidas idearon unos recursos muy sutiles para intimidar a los malhechores, sobre todo cuando se hallaban en juego los bienes materiales.
En el momento que alguien era acusado de un delito, se le imponía una multa de acuerdo con su situación económica.
De no poder abonarla de inmediato, se le concedía un plazo, siempre que contase con un fiador o avalista, el cual se responsabilizara del pago final.
Si éste no se efectuaba en el tiempo convenido, el fiador debía abonar la multa; pero, de inmediato, pasaba a ser el dueño de todas las propiedades del incumplidor, incluidas las de la familia de éste.
Podía suceder que el penalizado se negara a entregar lo que se le exigía, entonces su avalista podía sentarse en la puerta de la casa de aquél, donde permanecería desde el amanecer hasta el anochecer sin comer ni beber.
Mientras se mantuviera allí, también el deudor estaba forzado a observar un ayuno absoluto.
Si todo esto no servía para solucionar el caso, entonces se recurría a los druidas, con el fin de que ejercieran una presión moral, que acostumbraba a ser la pérdida del derecho a participar en las ceremonias religiosas de la tribu.
Nadie se resistía a tal castigo, ya que traía consigo la expulsión o el destierro.
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