Los Druidas poseían una autoridad política, ya que la mayoría de los monarcas Celtas disponían de uno de estos «magos-sacerdotes» como su principal consejero.
Dado que el pueblo les consideraba imprescindibles, no pagaban impuestos, ni debían ser reclutados para formar un ejército.
Otra cosa muy distinta era si uno de ellos, como hizo el galo Diviciacus, se prestaba voluntariamente a empuñar las armas.
De lo que nunca renunciaban era a su derecho de dar consejos a los jefes militares.
Cuando los Druidas permanecían imparciales era en las luchas tribales, ya que su papel debía ser de árbitros. Debido a una errónea interpretación de Julio César, se creyó que muchos de estos «sabios de los árboles» provenían de nobles familias.
En realidad eran equiparados al personaje de mayor rango de las castas más altas, como hemos podido comprobar, ya que algunos de ellos ocupaban el cargo del principal consejero de los reyes.
Esto les obligaba a vivir en la «corte», aunque no dejaran de contar con unas dependencias especiales, en las que guardaban sus útiles de adivinación, sus varas de mando, la hoz sagrada con la
que cortaban las plantas que necesitarían para elaborar las medicinas, así como otros elementos.
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