La alianza de sangre es una de las costumbres más arraigadas en las civilizaciones indoeuropeas; pero los Celtas la convirtieron en un rito.
Los jefes irlandeses sellaban las alianzas entre tribus bebiendo unas gotas de sangre, que brotaban de un corte que se habían hecho en los brazos.
Como San Cairnech era más ceremonioso prefirió, después de haber logrado que se unieran los clanes de Hy Neill y Cian Nachta, que un poco de sangre de los jefes fuera depositada en una copa, de la que bebieron los mismos siguiendo un ritual establecido por los druidas.
La alianza de la sangre ha perdurado en muchos territorios Celtas, a lo largo de las costas atlánticas, como la más rotunda evidencia de que un contrato será respetado por las familias implicadas, debido a que el «líquido vital» le ha conferido un carácter solemne.
Esto traía consigo, en caso de no respetar el contrato, que el culpable fuera desterrado del lugar, ya que había dejado de merecer el derecho a pertenecer a la raza Celta.
Un pueblo que veneraba sus tradiciones, porque en ellas veía su esencia, las raíces que mejor le sostenían sobre esta tierra, nunca podía tolerar que se traicionaran impunemente.
En ocasiones no hacía falta que intervinieran los jueces, porque el repudio general obligaba al culpable a dejar el lugar, no sin antes haber reparado el daño material causado.
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