Pocas sensaciones pueden ser más catárticas, satisfactorias y liberadoras como dejar ir nuestros complejos. La expresión del propio ser y ese “me quiero tal y como soy” actúan como auténticas armas de poder, como caricias para nuestra autoestima y como férreos escudos ante las críticas vacías y los comentarios destructivos.
Hasta no hace mucho el tema de los complejos era un territorio propio y distintivo de la jerga psicoanalítica. Un lugar donde términos como “el complejo de Edipo”, “el complejo de Bovary” o “complejo de Electra” daban forma a una especie de comodín o cajón desastre, donde intentar clasificar cualquier comportamiento o rasgo de personalidad.
“No deberíamos eliminar nuestros complejos, sino llegar a un acuerdo con ellos, comprenderlos y evitar que dirijan nuestra conducta”
-Sigmund Freud-
La palabra “complejo” fue introducida por Carl G.Jung y popularizada más tarde por el psicoanálisis freudiano. Sin embargo, bajo toda esta espesa arboleda de terminologías e intentos de categorizar el comportamiento humano hay una raíz central indiscutible: el sentimiento de inferioridad.
Dentro de los objetivos más elementales de la psicología, el poder detectar y comprender el origen de esas respuestas que genera la mente ante los “supuestos” defectos o carencias autopercibidas es casi como quitar los clavos que sujetan la puerta de un sótano que lleva tiempo cerrado. Hablamos de un espacio privado donde se respira una atmósfera que necesita ser ventilada, oxigenado por nuevos enfoques y por la luz de una buena autoestima.
Cabe decir que no es fácil. El proceso para romper o reformular esos esquemas de pensamiento tan autodestructivos requieren tiempo y mucha delicadeza terapéutica. Al fin y al cabo, como dijo el propio Freud una vez, en ocasiones bajo un complejo determinado puede esconderse un auténtico trauma.
El Origen de los Complejos: un Laberinto Vivencial
Resulta curioso ahondar en la etimología de esos términos que utilizamos tan a menudo. La palabra “complejo” deriva del latín “complectere”, y significa abrazar, abarcar. Así, hablamos de una especie de abrazo de oso, donde quedar atrapados entre sus fieras garras para formar un solo ser, una misma entidad donde conviven depredador y presa.
Asimismo, otro dato que nos llama la atención es que en cualquier definición de manual se nos dice que los complejos se alimentan de nuestros propios pensamientos irracionales. Frases como “soy como una ballena por todos estos kilos de más”, “soy un cobarde, una avestruz que esconde la cabeza” o “valgo menos que un “0” a la izquierda” son frases que retroalimentan de forma implacable el sentimiento de inferioridad.
Ahora bien, hay matices que es necesario aclarar: esos pensamientos irracionales llegan muchas veces de situaciones reales, puntuales y dolorosamente específicas. La mayoría de nuestros complejos tienen su origen en la infancia. Una familia que infravalora a sus hijos, que los lastima verbalmente a través de la ironía o el desprecio, genera profundos traumas.
Más tarde, esos traumas se afianzan en la adolescencia. La falta de autoestima y de estrategias útiles para defenderse y encarar, hace que el joven quede abrumado ante ese mundo casi selvático de algunos colegios e institutos. Lugares donde toda carencia, particularidad física, comportamental o incluso “genialidad” es muchas veces cosificada y cruelmente señalada.
Fuentes La Mente es maravillora
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