Fuera del arca, la gente seguía su vida como antes.
Todavía no creían que el Diluvio vendría.
Tienen que haberse reído más que nunca. Pero poco tiempo después dejaron de estar riéndose.
De repente empezó a caer agua. Cayó del cielo como cuando uno derrama agua de un cubo. ¡Noé tenía razón! Pero ya nadie más podía meterse en el arca. Jehová Dios había cerrado bien la puerta.
Pronto todo el terreno bajo quedó cubierto. El agua parecía grandes ríos. Empujaba los árboles y movía grandes piedras y hacía mucho ruido. La gente se asustó. Subieron a terreno más alto. ¡Ay, cuánto deseaban haber prestado atención a Noé y haberse metido en el arca cuando todavía tenían la puerta abierta! Pero ahora era demasiado tarde.
El agua siguió subiendo y subiendo. Por 40 días y 40 noches cayó agua del cielo. Subió por las montañas, y pronto hasta las más altas quedaron cubiertas. Tal como Dios había dicho, toda persona y animal que estaba fuera del arca murió. Pero todo el que estaba dentro estaba a salvo.
Noé y sus hijos habían hecho un buen trabajo al hacer el arca. El agua la levantó, y ella flotó por encima. Entonces, un día, cuando dejó de llover, el Sol empezó a brillar. ¡Qué vista! Había solo un gran océano por todas partes. Y lo único que se podía ver era el arca flotando encima.
Ya no había gigantes. No volverían para causar daño a la gente. Todos habían muerto, junto con sus madres y la demás gente mala. Pero ¿qué les pasó a sus padres?
Los padres de los gigantes no eran en verdad gente humana como nosotros. Eran ángeles que habían bajado a la Tierra para vivir como hombres. Por eso, cuando vino el Diluvio, no murieron con la demás gente. Dejaron de usar los cuerpos humanos que habían hecho, y volvieron al cielo como ángeles. Pero ya no se les permitió ser de la familia de ángeles de Dios. Se hicieron ángeles de Satanás. En la Biblia a estos ángeles se les llama demonios.
Dios ahora hizo que un viento soplara, y las aguas del diluvio empezaron a bajar. Cinco meses después el arca quedó encima de una montaña. Pasaron muchos días, y los que estaban dentro pudieron mirar afuera y ver la cumbre de las montañas. Las aguas siguieron bajando y bajando.
Entonces Noé dejó que un pájaro negro llamado un cuervo saliera del arca. Éste volaba un rato y entonces volvía porque no podía hallar un buen lugar donde quedarse. Siguió haciendo esto, y cada vez que volvía se posaba sobre el arca.
Noé quería ver si las aguas se habían escurrido de la tierra, así que después mandó una paloma desde el arca. Ésta volvió también, porque no encontró dónde quedarse. Noé la mandó por segunda vez, y ella volvió con una hoja de olivo en el pico. Las aguas habían bajado. Noé envió la paloma por tercera vez, y por fin ésta halló un lugar seco donde vivir.
Ahora Dios le habló a Noé. Le dijo: ‘Sal del arca. Lleva contigo a toda tu familia y los animales.’ Habían estado en el arca más de un año entero. ¡Imagínate lo contentos que estaban de estar afuera otra vez y vivos!
Génesis 7:10-24; 8:1-17; 1 Pedro 3:19, 20.
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