30 de junio de 2017

El Pueblo De Israel – Los Hebreos -



El judaísmo es también una nación, cuya conformación se remonta a la antigüedad, por el siglo XIX a.C., cerca del año 1850 a.C.. 

Desde entonces, los judíos han poseído una tierra histórica en común: La Tierra De Israel (antes llamada Canaán y luego Palestina) prometida al primer patriarca Abraham en el primer Pacto:

«El Señor dijo a Abrám: "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. 

Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra". Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado... 
Cuando salió de Jarán, Abrám tenía setenta y cinco años» (Génesis 12:1-4)… «El Señor dijo a Abrám: "Levanta los ojos, y desde el lugar donde éstas, mira hacia el norte y el sur, hacia el este y el oeste, porque toda la tierra que alcances a ver, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Yo haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo de la tierra. 
Si alguien puede contar los granos de polvo, también podrá contar tu descendencia. Ahora recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque yo te lo daré". Entonces Abrám trasladó su campamento y fue a establecerse en Hebrón. Allí erigió un altar al Señor» (Génesis 13:14-18).

«Cuando Abrám tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia y sé irreprochable. Yo haré una Alianza contigo, y te daré una descendencia muy numerosa". Abrám cayó con el rostro en tierra, mientras Dios le seguía diciendo: "Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. 
Y ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones. 
Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. 
Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios". Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones. Y ésta es mi Alianza con ustedes, a la que permanecerán fieles tú y tus descendientes; todos los varones deberán ser circuncidados». (Génesis 17:1-5).

Los hebreos confían en un solo Dios, que reveló la Ley a su pueblo. 
Descendientes de los antiguos hebreos, Abram (nacido en Ur de los Caledos –actualmente Irak– hacia el 2000 a.C.), fue el primer líder llamado por Dios a seguir su promesa: Una nueva tierra, una infinita descendencia y su especial bendición. Abram decide atender al llamado de Dios y responder con una fidelidad inquebrantable de fe, y emigró a la tierra Canaan. 

Dios renombraría luego a Abram como Abraham, el Padre de las Naciones, señalando que su paternidad será la del Pueblo de Dios.

El Pacto hecho a Abraham será luego ratificado por Dios al linaje descendiente, en su hijo Isaac y luego en su nieto Jacob. 

Estos tres personajes históricos son conocidos como los Patriarcas, los padres de la fe. Debido a la gran sequía que azotó todo Medio Oriente, Jacob y sus 12 hijos irán a vivir a Egipto, lugar en donde su hijo José había llegado a ser gobernador luego de un tortuoso camino. Para su organización, cada uno de los 12 hijos de Jacob será cabeza de un clan que llevará su nombre, y así, al crecer las familias, los clanes pasaron a llamarse tribus: las «tribus hijas de Jacob», quien a su vez es re-nombrado por Dios como Israel, por lo cual su descendencia se llamará el Pueblo De Israel.

Al pasar el tiempo, los nuevos faraones de Egipto vieron en el pueblo hebreo una amenaza por lo cual decidieron esclavizarlos. Será entonces que Dios «escucha el clamor de su Pueblo» y renovará su Pacto en la persona de Moises, líder y legislador de los hebreos, el que inspirado por Dios, conducirá al pueblo hacia su liberación de Egipto hasta la nueva tierra; una Tierra Prometida, «tierra en la que fluye leche y miel» y en la cual gozarán de la especial bendición de Dios. 
Pero en el largo camino de 40 años por el desierto, el pueblo pierde la fe y allí la Tierra Prometida, se convertirá en simple tierra, una tierra por la que ellos deberán luchar para conquistarla, porque rechazaron el camino de Dios. 
Es durante la caminata por el desierto que Dios entrega la nueva Ley a Moises en el Monte Sinaí, que busca la sana convivencia del pueblo y una férrea fidelidad a Dios: éstos son los 10 Mandamientos  y el resto de la Ley relatada en los libros de la Torah. 

Moisés alcanza a ver de lejos la tierra en la que quedarán las futuras generaciones antes de morir, y será su reemplazante Josue quien tendrá la misión de ingresar –con la ayuda de Dios– a la «tierra de sus padres»: Canaán. Luego serán los Jueces, líderes religiosos y caudillos militares elegidos por Dios, quienes oficiarán la gobernación del pueblo hasta el establecimiento de la monarquía.
«Éste es el mandamiento, y éstos son los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar posesión. A fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida, lo mismo que tu hijo y tu nieto. 
Por eso, escucha, Israel, y empéñate en cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido. Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes. Cuando el Señor, tu Dios te introduzca en la tierra que Él te dará, –porque así lo juró a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob– en ciudades grandes y prósperas que tú no levantaste; en casas colmadas de toda clase de bienes, que tú no acumulaste; en pozos que tú no cavaste; en viñedos y olivares que tú no plantaste, y cuando comas hasta saciarte, ten cuidado de no olvidar al Señor que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. […] Observen cuidadosamente los mandamientos del Señor, su Dios, y las instrucciones y los preceptos que él te dio. Practica lo que es recto y bueno a los ojos del Señor, para ser feliz e ir a tomar posesión de la hermosa tierra que él prometió con un juramento a tus padres. Porque el Señor expulsará a todos los enemigos que encuentres a tu paso, como te lo ha anunciado. Y cuando tu hijo te pregunte el día de mañana: 

"¿Qué significan esas normas, esos preceptos y esas leyes que el Señor nos ha impuesto?", tú deberás responderle: "Nosotros fuimos esclavos del Faraón en Egipto, pero el Señor nos hizo salir de allí con mano poderosa. Él realizó, ante nuestros mismos ojos, grandes signos y tremendos prodigios contra Egipto, contra el Faraón y contra toda su casa. Él nos hizo salir de allí y nos condujo para darnos la tierra que había prometido a nuestros padres con un juramento. Él Señor nos ordenó practicar todos estos preceptos y temerlo a él, para que siempre fuéramos felices y para conservamos la vida, como ahora sucede. Y esta será nuestra justicia: observar y poner en práctica todos estos mandamientos delante del Señor, nuestro Dios, como él nos lo ordenó"» (Deuteronomio 6).


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