“La responsabilidad y la culpa de todo lo que me pase es siempre de los demás”. “Los demás son los responsables de mis desgracias. Yo no tengo nada que ver en todo esto”. ¿Te resultan familiares estas frases? ¿Te reconoces en ellas o reconoces a alguna persona de tu entorno que piense así?
Hay muchas personas que son incapaces de asumir la responsabilidad de sus actos. Y es que cuando uno no es capaz de asumir que el que dirige su vida, el que elige, el que actúa es uno mismo… difícilmente tomará la iniciativa de hacerse con el timón de su destino. En estos casos siempre hay un culpable para todas sus desgracias: por supuesto, siempre alguien de fuera.
Es mi pareja, es mi madre, es mi cuñada, es esa persona que conocí…
El abanico es amplio. Tan amplio como queramos hacerlo. La ceguera más limitante es la de no poder asumir esa parte que nos pertenece, que afortunadamente nos pertenece, y que no es de otros ni del azar. La negación más absoluta y el convencimiento empecinado de que el que tiene la “culpa” de lo malo que me pasa es siempre el otro.
Proyectan fuera su parte de responsabilidad para no asumirla
Tirando de ingenio, hay verdaderos artistas en buscarle las cosquillas a la realidad para justificar lo que se dicen a sí mismos: que la responsabilidad de lo que les ha ocurrido no es suya. No tienen problemas ni reparos en caer en el autoengaño, en parte porque están tan acostumbrados a él que realizan el proceso con cierta inconsciencia. Sin embargo, el autoengaño no deja de ser una limitación importante que difumina la realidad y la hace cada vez menos nítida. Más caótica, más hostil.
Perdemos el norte cuando depositamos en los demás nuestra responsabilidad. Cuando actuamos con capricho. Cuando nos frustramos porque el otro no puede responder como nos gustaría a nuestras demandas. No puede o no quiere. Y esa no es nuestra guerra. El otro es libre de actuar como quiera. Nosotros tendremos que ser los que actuemos en consecuencia.
Estas personas ocupan gran parte de su tiempo quejándose. La queja es su bandera. Nunca es suficiente. Pueden quejarse hasta del detalle más insignificante. Hay una incapacidad absoluta para digerir la frustración. Se vuelven auténticos tiranos de su reino. Lo peor de todo es que el daño empieza a hacer herida por ellos mismos y luego sigue por las personas que les quieren.
Los demás no siempre van a satisfacer mis necesidades
Esto tiene mucho que ver con no conocerse, con no haber profundizado en uno mismo y con sentir a las sombras propias como extrañas. Conocerse y aceptar que uno es de una manera concreta, ahora, en este momento, es el primer paso para poder cambiar. Si desconocen sus necesidades, sus impulsos y de dónde nacen sus actos, difícilmente podrán buscar y encontrar una solución.
Si alguien no les hace caso, patalearán como un niño, llamarán su atención, buscarán hacerse presentes a toda costa. Todos o casi todos los medios llegan a valer en esta guerra. El otro tiene que verles como sea. Y cuando el otro no les da lo que necesitan, enfurecen, se enrabieto. Les desean todo el mal posible y le hacen culpable de su frustración; si pueden le cargo con la culpa para que no vuelva a decepcionarles.
Una frustración que nace en el momento en que alguien no lo deja todo y pone todo su empeño en satisfacer sus necesidades. Por otro lado, en algunos casos las personas que tienen a su alrededor las resuelven tan pronto que ni siquiera se percatan de que han pedido ayuda y de que se la han prestado. Además, cuando sí se percatan no es extraño que tengan la sensación de que no tienen nada que agradecer ya que para ellas era una obligación del otro responder a sus demandas.
Recupera las flechas que lanzas fuera y ganarás en madurez
No perciben al otro como un ser separado de ellos. Perciben al otro como un esclavo que ha de satisfacer sus necesidades de tiranía. Yo mando y tú obedeces mis ordenes. Y si no las obedeces ya me encargaré de hacerte sentir culpable y responsable de mi desgracia. Este es su hilo silenciado de pensamiento.
“Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y no estás en este mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no hay nada que hacer”
-Fritz Perls-
En el momento en el que recuperen todas las flechas que lanzan hacia fuera podrán adquirir más conciencia de las situaciones y remediar esa incapacitante ceguera de la que han hecho su bandera. Su punto de partida en toda comunicación con el exterior y sobre la que han edificado sus esquemas mentales. Hablamos de una costumbre que es complicada de romper, madurada durante tiempo, pero de la que se puede salir si la persona recibe la ayuda adecuada.
Fuentes: Alicia Garrido Martín
Para La Mente Es Maravillosa
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