5 de octubre de 2014

El "Don" Podía ser lo Infinito


El «don» puede verse como una donación solicitada, en muchos casos, sin tener necesidad de mencionar lo que se deseaba conseguir. 

En las emocionantes leyendas artúricas o de la «Tabla Redonda» se cuentan muchos ejemplos de este tipo, en los que un caballero o una dama se presentan ante el rey Arturo para solicitarle un «don», sabiendo que le sería concedido, como imponían las leyes, aunque no hubieran expuesto lo que realmente deseaban. 

Casi siempre el «don» se refería a un servicio muy arriesgado, casi mortal, como librar un castillo de la presencia tiránica de un usurpador o de un monstruo.

En los relatos irlandeses y galeses se pueden encontrar un gran número de referencias al «don»

Uno de ellos, titulado Tochmarc Etaine («La corte hecha a Etain»), nos cuenta que ésta es una divinidad casada con el dios Mider, pero se ha reencarnado para contraer matrimonio con el rey Eochaid Airem. 

Una mañana llega a palacio el dios Mider bajo la forma de un noble irlandés. 

Nada más ser presentado al monarca, le solicita jugar una partida de ajedrez, lo que supone un
«don» que no puede ser rechazado. 

Antes de mover el primer peón, Mider dice que apuesta cincuenta caballos, lo que coloca al monarca en un gran compromiso, ya que está obligado a ofrecer mucho más. 

Como termina por prometer que dará a su rival todo lo que le pida, se encuentra con que se le
obliga a entregar su esposa a Mider. 

Y la pierde; sin embargo, antes de verla desaparecer de su lado, exige una revancha. 
Ésta se fija pasado un año, lo que no impide que el dios Mider vuelva a ganar. 
Un mes más tarde se lleva Mider a la reina para siempre, sin que su marido pueda impedirlo.

El «don» abarcaba tantas cosas entre los celtas, que muchas veces comprometía a todo un reino. Sobre este tema Henri Hubert nos cuenta lo siguiente:

"En ese mundo encantado que giraba en turno de Arturo, caballeros de la «Mesa Redonda», escuderos, damas e incluso demonios se encontraban arrastrados en una ronda extraordinaria de regalos y servicios, en la que cada cual quería destacar por su generosidad y malicia, a menudo hasta con las armas. 

Los torneos entre caballeros, casi siempre los más nobles y valerosos, formaban parte sin duda de este vasto sistema de competencia y de subasta, que volvemos a encontrar igualmente en los cuentos irlandeses agrupados alrededor de personajes como Finn y de lo que se ha llamado el ciclo de Leinster.

Pero el «don», en el caso de depender del solicitado, no podía ser cualquier cosa, ya que debía resultar proporcional a su condición y hasta superarla en algo. 

Todo aquel que se encontraba ente el desafío de ser generoso o de intentarlo, en algunas ocasiones llegaba a entregar lo «infinito», es decir, su propio destino. 

Ha de notarse un tercer detalle: el castigo que recibía quien no cumplía sus promesas, ya que era indigno de pertenecer al reino y, además, perdía su rango. 

Es lo que dice Rhiannon a Pwyll en el momento que duda si merece la pena cumplir el compromiso adquirido al aceptar un «don»

La persona decepcionada llegaba a tener derecho sobre quien le había fallado, luego podía privarle de la libertad y, en un caso muy extremo, de la propia vida.

A estos temas de romances y de mitos correspondieron unas prácticas reales. Algo de ello quedó en los países célticos. Por ejemplo, en Irlanda el homenaje se realizaba con un cambio de «dones» entre el superior y el inferior. 

El primero entregaba un regalo, que se aceptaba como un homenaje; luego, el segundo realizaba un donativo de ganado"

El intercambio de regalos había adquirido tal importancia en las sociedades célticas, que terminó por convertirse en una fiesta. 

En la misma los hombres se entregaban a realizar subastas, desafíos y muestras de ostentación.
Podemos imaginar a estas gentes reunidas en invierno, para celebrar banquetes en los que se intercambiaban regalos con el propósito de superar a los demás. 

Una empresa en la que llegaban a ponerse en juego las propias casas, los títulos de nobleza y hasta los tronos. 
Una espiral alocada que, con demasiada frecuencia, terminaba con un derroche de sangre, debido a que el «don» les había superado.

Entonces se perdía la facultad de dialogar; y las bravatas anteriores daban paso a los aceros, que muy pronto se cubrirían de sangre.
Todo lo anterior hemos de verlo como si en la actualidad los miembros de una familia se empeñaran en destacarse sobre los demás por medio de regalos.

Como llegaría un momento que uno quedaría por encima de los demás al ofrecer lo más valioso, los otros sentirían tal arrebato de envidia al verse superados que, en una segunda ocasión, intentarían ser los ganadores, aunque fuera a costa de emplear recursos poco nobles. 
En el caso de los reyes, ya sabemos que era válida la traición, «porque era cosa de los dioses juzgarla».

En su libro «Esaai sur le Don», Marcel Maus cuenta lo siguiente:

El héroe pide a sus compañeros de mesa lo que éstos, al verse desafiados, advertidos o no de la sanción que va a seguir, pero obligados a ejecutarla con pena de perder su rango, no pueden rehusar. Esos regalos son entregados solemnemente... La concurrencia es garante del carácter definitivo
del don. 
Entonces, el héroe, que normalmente tendría que devolver con interés los regalos recibidos, paga con su vida los que acaba de tomar. 

Habiéndolos distribuidos a sus allegados, a los que enriquece definitivamente (al sacrificarse por ellos), escapa mediante la muerte a toda contraprestación y al deshonor que recaería sobre él si no devolviera algún día los regalos aceptados.
Al contrario, él muere sobre su escudo con el final del valiente. Porque se ha sacrificado, lo que le permitirá ganar gloria para sí y beneficios para los suyos...
Un caso excepcional, pero que nos permite comprender hasta que extremos el celta entendía el «don», porque llegaba a adquirir un valor infinito,
desde el momento que podía suponer la muerte de un héroe.


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