Así como la triple Ley rige una civilización, del mismo modo el universo está dividido en tres mundos:
El Círculo de Keugant, círculo vacío donde ningún ser puede subsistir fuera de Dios.
Mundo del espíritu o de los arquetipos, corresponde al agujero central de la Tabla Redonda.
Es un todo espiritual, lo desconocido y lo invisible, el mundo donde nada puede caber porque ya está todo contenido.
Las cruces celtas tienen como punto de partida un círculo vacío.
Para los antiguos, que consideraban la materia en segundo lugar, según el orden de la emanación, el principio energético espiritual era el primero.
El Círculo de Abred, círculo de la Fatalidad, del Destino inevitable, donde cada nueva existencia nace de la muerte.
El hombre atraviesa este círculo; este último es la expansión del primero y de los cuatro brazos de la cruz traspasando el círculo.
En realidad, esto nos presenta la rueda del dios Sucellus, dios del mazo, aquel que golpea, que ve el destino.
Se encuentran círculos grabados ilustrando esta concepción desde el segundo milenio hasta la época merovingia. Es una cruz animada, que indica la posibilidad de realización del destino y no la fatalidad en su aspecto negativo. Los hindúes llaman a esto la ley del karma.
Si se golpea, se recibe… Si se recibe, se golpea… Ley de causa y efecto, de acción y de reacción. Este círculo es nuestro mundo concreto; podríamos situar en él los planetas, el mundo de la manifestación y de la dualidad espacio-tiempo, representado por la cruz.
El Círculo de Gwenved, o círculo de beatitud, es el círculo de la luz blanca, donde cada ser nace de la vida.
Está representado por la corona de roble, que rodea la rueda de la manifestación como un caduceo.
El círculo es la figura geométrica más perfecta, y este tercer mundo representa el entorno a la totalidad, la realización del ciclo.
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