La circuncisión, llamada en hebreo brit milá, o “pacto de la palabra”, es el acto iniciático de la religión judía, tan importante en ella, que el Talmud sostiene que lo es, por sí sola, tanto como todos los demás mandamientos juntos.
Buena prueba de lo cual, el hecho de que aunque el día de la circuncisión caiga en sábado o en Yom Kippur, en los que como se sabe, está prohibido para los judíos toda clase de trabajo, ésta ha de practicarse puntualmente en fecha tal.
Mediante la circuncisión, la persona integra la comunidad judía y recibe el nombre, de modo similar a como ocurre entre los cristianos con el bautismo.
La circuncisión es, ante todo, el símbolo de la alianza entre Yahveh y el pueblo judío:
“Dijo Dios a Abraham: [...] ‘todos vuestros varones serán circuncidados.
Os circuncidaréis la carne del prepucio y eso será la señal de la alianza entre Yo y vosotros.
A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón’” (Gn. 17, 9-12).
Lo que no quiere decir que sólo el niño que nace judío haya de ser circuncidado.
También cabe la circuncisión del adulto, necesaria en todo caso si a edad madura se pasa a engrosar las huestes de la religión judía:
“Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero” (Gn. 17, 13).
De la lectura del primer libro del Antiguo Testamento, cabe interpretar que el primer circuncidado fue Ismael, el hijo que Abraham tenía de su esclava Agar (aún no tenía a Isaac cuando estableció la alianza con Dios).
Después de él, circuncidó también “a todos los varones de la casa” y finalmente, a la edad de noventa y nueve años, se circuncidó él mismo (Gn. 17, 23-27).
Tenía Ismael, cuando fue circuncidado, trece años, edad que quedará marcada en la religión hebrea como aquélla en la que todo judío que no haya sido hecho circuncidar por su padre, está obligado a tomar la decisión de hacerlo por sí mismo.
La sanción del incircunciso, llamada karet, la prevé también el Génesis:
“El varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza” (Gn. 17, 14).
En cuanto a las personas que no tienen prepucio al acceder al judaísmo, sea porque siendo neonatos nacen sin él (niños apostéticos), sea porque se trate de conversos que ya están operados, se realiza una ligera incisión en el pene tendente a producir una gota de sangre, sustitutiva de la circuncisión ritual.
Y es que, a efectos de judaidad, no basta con carecer de prepucio para considerarse circuncidado, sino que dicha circuncisión ha de ser por encima de todo "ritual".
A pesar de lo raro del caso (el de los niños apostéticos), el tema reviste importancia suficiente como para ser objeto de amplio debate en el gran libro judío de los debates, el Talmud, donde se puede leer al respecto:
“El Rabbí Eleazar Hakappar dijo que las escuelas de Shamai y de Hillel no diferían por lo que respecta al niño nacido sin prepucio. Ambas están de acuerdo en que la sangre del pacto debe ser extraída del glande”.
Y como buen ejemplo de lo extenuantes y exhaustivos que pueden llegar a ser los debates talmúdicos, valga como ejemplo el desenlace del versículo:
“La escuela de Shamai sin embargo, acepta que tal operación puede ser realizada en sábado, en tanto que la otra entiende que el sábado no puede ser denigrado por tal razón”.
En cuanto a la ceremonia, el niño es llevado al ceremonial por el kvatter y la kvatterin (nombre que recibe sólo entre los judíos askenazíes), suerte de padrinos de la ceremonia, habitualmente una pareja sin hijos que de esta manera hace méritos para tenerlos.
La operación la lleva a cabo el llamado mohel, e implica tres fases: primero, la milah, o ablación de la parte superior del prepucio; segundo, la peri’ah o descarnadura del pene; y tercero la metsitsah, o succión bucal de la herida con intenciones higiénicas (más que cuestionables), hoy día en desuso y sustituída por técnicas antisépticas más apropiadas.
La circuncisión del niño judío va acompañada de un acontecimiento de tipo festivo, el “seudat mitzvah” que tradicionalmente tenía lugar en la sinagoga, aunque hoy hoy día esto ocurra en rara ocasión.
En al ámbito del judaísmo se ha constituido en debate tradicional el de la circuncisión de prosélitos, y aunque generalmente es incuestionable, no por ello dejan de existir grupos en los que se ha optado por la no exigencia de la misma, así, v.gr., la comunidad judía liberal de los Estados Unidos.
En cuanto al fundador del cristianismo, Jesús, como buen judío que era, fue efectivamente circuncidado, de lo que nos da buena cuenta el evangelista Lucas:
“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús” (Lc. 2, 21).
Y como ya hemos tenido ocasión de ver, el debate sobre la circuncisión será el gran debate de la emancipación de la religión cristiana respecto de su tronco ancestral, la judía.
Lo que no quita para que, como tendremos también ocasión de conocer, en algunas comunidades cristianas todavía hoy se practique aún la circuncisión.
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