La Pincoya es una especie de nereida del mar.
Mujer de hermosura incomparable, de temperamento alegre y de gran femeneidad.
Durante las noches de luna llena suele salir de la orilla, ataviada con un maravilloso traje de hojas para entregarse, a eso de la medianoche, a una frenética danza capaz de "enlesar" hasta a los peces.
Se le concede poder especial sobre peces y mariscos. de ella depende, en consecuencia, la abundancia o escasez de aquéllos en determinadas playas.
Por tal razón este personaje asume en Chiloé los atributos divinos de una Tetis de menor jerarquía.
El isleño, entonces, hace todo lo posible para no contrariarla, para no perder su protección.
Una forma muy práctica de agradarla consiste en colocar dentro del corral de pesca una piedra lisa de buen tamaño, sobre la cual la bella deidad pueda ejecutar su baile con mayor desenvoltura y comodidad.
La fantástica danza ritual de la Pincoya puede tener dos objetivos muy opuestos.
Por ejemplo, si desea dar abundancia a una playa deposita algunos mariscos en la arena con la cara vuelta hacia el mar; pero si, por el contrario, se propone alejarlos de allí, ejecuta el ceremonial mirando a los cerros, vale decir, de espaldas al mar.
Esto es suficiente para que los mariscos hagan "Gual" y comiencen a escasear y para que los cardúmenes se alejen por los canales hacia otros lugares más propicios.
Esta femenina beldad del mar tiene como esposo al Pincoy, divinidad de los pescadores.
Personifica la fecundidad de las especies marinas.
Secunda a su cónyuge en sus rituales mágicos, como en una suerte de resabio de viejos hábitos matriarcales.
La Pincoya es el personaje a la medida para los pueblecitos pescadores, tal corno lo fueron Ceres y Démeter para los agricultores latinos, griegos, respectivamente.
El nombre de este personaje es, a todas luces, de extracción incásica o aymará.
"Coya" en ambos idiomas significa princesa o esposa del emperador.
Entre los indígenas de Chiloé no había un personaje de tan alta investidura sencillamente porque la organización social permanecía aún en los peldaños inferiores de la evolución.
Con la Pincoya se justifican en forma idealizada los ciclos periódicos de abundancia y escasez de moluscos, crustáceos y peces en las costas de las islas.
Se dice que la Pincoya es susceptible al halago de la gente y que los pescadores se hacen acompañar hasta sus embarcaciones por muchachas alegres al salir de pesca en alta mar.
La Pincoya entonces se muestra dispuesta a ayudarlos en su tarea.
Como se ve, con este detalle se ha deshumanizado aún más a esta divinidad, rodeándola de atributos temperamentales muy humanos y, sobre todo, muy femeninos.
El "threputo", práctica de guasquear las aguas en los corrales nuevos, podría ser considerado en este caso como un ritual dirigido indirectamente a conseguir los favores de esta princesa o deidad de las aguas marinas.
No debe olvidarse un hecho importantísimo.
Durante el primer período que siguió al hundimiento del valle y a la formación del archipiélago, la transformación de los antiguos campos en playas arenosas aptas para la vida de moluscos y crustáceos, ha tenido que ser un proceso más o menos lento y, por consiguiente, prolongado.
Las condiciones materiales apropiadas a la vida de la fauna marina del subsuelo fueron creándose en forma paulatina, mediante pausadas transformaciones cualitativas.
Sólo cuando este proceso se hubo cumplido, los mariscos encontraron un medio adecuado para su existencia y, por tanto, a la propagación de las especies.
Entonces también maduran las condiciones para hacer uso de ellos en beneficio de la población insular.
Ya se dijo anteriormente que el descubrimiento por parte de los aborígenes de tales ventajas, no ha debido de ser un hecho instantáneo.
En todo caso, las primeras que se entregaron a la tarea de recoger mariscos para la alimentación de la familia fueron mujeres, las auténticas "pincoyas", pues este paso, este portentoso descubrimiento, tuvo honda repercusión en toda la comarca.
Aseguró la subsistencia de la población.
Un hallazgo así bien valía ser bailado hasta caer sin aliento sobre la arena.
Más tarde, las frecuentes visiones de mujeres mariscadoras que se movían en las playas de las islas adyacentes, reafirmarían la creencia en la Pincoya.
La imaginación, pronta a la fantasía, las transfiguraría en personajes sobrenaturales.
Es muy probable que primitivamente hayan existido ritos, exorcismos o conjuros más directos que el "threputo" para implorar los favores de esta deidad, como muchos personajes de encumbrada posiciones, no siempre se muestra dispuesta a una generosidad espontánea.
Si el mar y la playa fueron en épocas pasadas, si no la única fuente de subsistencia para la población de muchas de esas islas, al menos la plaza principal de abastecimiento; si la vida de la gente dependía en gran medida de los productos marinos, y si éstos, por su parte, estaban gobernados y racionados por la Pincoya y su principesco consorte, es lógico pensar en la existencia de rituales y exorcismos destinados a suplicar la permanente protección de ambos.
Pero, ¿cuáles eran en buenas cuentas esos ritos y exorcismos? ‘Y si los había, ¿iban acompañados o no de ofrendas especiales, y en qué consistían?
Lástima no poder contestar cuestiones tan interesantes y fundamentales.
Por último, y ésta es una opinión estrictamente personal, la Pincoya y el Pincoy al parecer estaban directamente destinados a mantener la moral y la confianza de los isleños ante los periodos de escasez de alimentos y en las temporadas de privaciones, frente a las cuales era preciso mantenerse resignados y, si es posible, conformes.
Había en el fondo una enseñanza ética: confiar en la venida de las vacas gordas y espigas llenas.
Mientras tanto, convenía ser previsores y cuidadosos con los víveres recolectados.
De esta manera ha surgido la costumbre de secar, mediante el humo, el pescado y los mariscos que no se consumen en estos períodos de abundancia.
La Pincoya y el Pincoy encarnan, en este caso, un principio antitético frente al espíritu del malvado Cuchivilu.
Mientras éste pude ser considerado como enemigo manifiesto de la comunidad aborigen, aquéllos aparecen como sus aliados y bienhechores.
Siempre es evidente la contraposición entre el Bien y el Mal.
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