“Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender.”
Es dable suponer que el universo todo simula una interminable propuesta adivinatoria: las aguas y los valles, el rayo y las estrellas, los monumentos y los objetos cotidianos están a la espera de ser leídos por el hombre, aguardan la mirada que los integre a una
sintaxis que vuelva armónica y relacionada la soledad sustantiva, el fenómeno primordial. En esta presunción antropocéntrica descansan las tentativas límites del hombre como nombrador: la poesía, la magia, la adivinación.
Si por la primera identifica los nombres, suprime el caos y organiza el mundo, por la segunda establece los primeros pactos con las cosas descubiertas, investiga la afinidad y los rechazos, sorprende la simpatía entre las formas recién nacidas de su reino. El tercer
paso es consecuencia lógica de los dos anteriores: una tensión sobre el comportamiento de la realidad; el intento de establecer seguridades ante el futuro de la conquista, susceptible de ser aniquilada por lo que no ha ocurrido pero aguarda -en algún punto del
tiempo o del espacio- dispuesto a suceder.
Esta vocación prospectiva ha sido puesta con frecuencia en duda, y el mayor o menor crédito que se le otorga suele estar en relación directa con la dosis de suficiciencia y orgullo de cada período cultural. En todo caso, parece cierto que su relación con
necesidades profundas del hombre es una constante que -al menos hasta el presente- no ha perdido jamás actualidad, aún cuando sus formas variaran para acomodarse al lugar que le estaba reservado en el pensamiento de cada época y lugar.
«Por su universalidad, su perennidad y la variedad de sus instrumentos y de sus técnicas -dice Gilbert Durand, profesor de la facultad de Ciencias Humanas de Grenoble, - se puede afirmar que la adivinación constituye un capítulo clave de la antropología cultural.
Más práctica que la especulación religiosa y más teórica que la magia, la adivinación cubre un vasto término medio entre ambas disciplinas, en casi todas las culturas». Y más adelante, para celebrar lo que considera el actual renacimiento del interés por estas investigaciones: "En la psicología del siglo XX es la percepción que, reemplazando a la memoria, ha abierto la vía rehabilitatoria para la imaginación (...). El intuicionismo ha relegado al asociacionismo. El animal rationabile se ha trocado en animal symbolicum, el homo sapiens se ha descubierto homo poeticus."
Más práctica que la especulación religiosa y más teórica que la magia, la adivinación cubre un vasto término medio entre ambas disciplinas, en casi todas las culturas». Y más adelante, para celebrar lo que considera el actual renacimiento del interés por estas investigaciones: "En la psicología del siglo XX es la percepción que, reemplazando a la memoria, ha abierto la vía rehabilitatoria para la imaginación (...). El intuicionismo ha relegado al asociacionismo. El animal rationabile se ha trocado en animal symbolicum, el homo sapiens se ha descubierto homo poeticus."
Esto último es lo que parece importante destacar antes de abocarse a la clasificación de las disciplinas mánticas, y a los métodos con los que opera concretamente la cartomancia: la apariencia formal del adivino contemporáneo no puede aludir ya a la majestuosidad religiosa de los augures y las pitonisas, ni a su caricatura (los nigromantes del XVII que todavía aparecen cada tanto en los periódicos entre culebras embalsamadas y bolas de cristal).
Pero tampoco debe olvidarse que en su propio nombre el adivino lleva una alusión a la divinidad, o lo que es lo mismo: al plano de la conciencia donde el conocimiento reconoce su finitud, la precariedad de sus certezas.
Pero tampoco debe olvidarse que en su propio nombre el adivino lleva una alusión a la divinidad, o lo que es lo mismo: al plano de la conciencia donde el conocimiento reconoce su finitud, la precariedad de sus certezas.
¿Cuál es entonces el oficio de adivino?
El de un atleta de la imaginación. Un equilibrista de los límites entre lo conocido y lo conjetural. Un ejecutante que verbaliza intuiciones, y llega a la comunicación sólo por desgarros o fragmentos, porque su música no pertenece a las formas sino a la
virtualidad.
De ahí que los oráculos, las tablas, y hasta los instrumentos adivinatorios (horóscopos, naipes, varillas) no sean más que los intermediarios de un juego más vasto y más apasionante: el que pone en contacto la sensibilidad y la experiencia de un hombre con
la inacabable cosecha de lo imaginario.
Es desde este punto de vista, desde este rechazo del mecanicismo mántico, como debe interpretarse este estudio.
Intento de clasificación
Es Cicerón, en el siglo I a. C., quien realiza el primer intento clasificatorio de las artes mánticas, en De divinatione, un tratado en que las divide fundamentalmente en «naturales» y «artísticas», cayendo entre las primeras todas aquéllas de carácter profético o alucinatorio, y en las segundas las que se valen de un instrumento intermediario entre el adivino y el consultante. Pierre de l'Ancre intentará más tarde una definición muy propia de su época (1622) y de su carácter al afirmar: «La adivinación no es otra cosa que una manifestación artificial de las cosas por venir, ocultas y escondidas a los hombres, producida por un pacto hecho con el demonio.» El erudito Georges Contenau (La divination chez les Assyriens et les Babyloniens) consigue un importante avance clasificatorio, al incorporar las categorías inductiva y deductiva a los diversos tipos de mancias.
Pero casi todos los investigadores del tema -de Cicerón a Contenau- están acordes en definitiva en asignar como fin último de la adivinación, el conocimiento de cosas ocultas. Gwen Le Scouézec -a quien se sigue en la clasificación que se reproduce más
abajo- aporta un fundamental progreso a la teoría del «oficio de adivino», al definir la operación mántica como una hipótesis de trabajo. Desde este punto de vista, la actividad adivinatoria deja de ser un fin en sí misma, pero lejos de empobrecerse sé
enriquece con una perspectiva insólita: la incorporación de los elementos dispersos de la realidad sensible a un fenómeno localizado (la interpretación del oráculo), a la manera metodológica de lo que los estructuralistas han popularizado como bricolaje.
Más clara y completa que otras que pueden consultarse, la clasificación de Le Scouézec abarca el espectro que va de la profecía -en el plano más puro y elemental de lo adivinatorio,- hasta la superstición mecanicista, y es aproximadamente la siguiente:
1.º El profetismo. Adivinación por intuición pura en estado de vigilia. Es la
adivinación más natural, intuitiva e interna. Se la considera generalmente
como resultado de la posesión por (o de la inspiración de) un dios,
o de Dios en las religiones monoteístas.
2.º La videncia alucinatoria. Forma de adivinación intuitiva que se produce
en un estado especial, alucinatorio o hipnótico, que puede ser obtenido de
diversas maneras:
1 - Adivinación en estado de trance:
a) por ingestión, inspiración o inyección de un producto alucinógeno
(Farmacomancia);
b) por entrada en estados catalépticos, hipnóticos o agónicos
(Antropomancia);
c) por cataptromancia (adivinación por la mirada) o procedimientos
análogos (hidromancia, cristalomancia).
2- Adivinación en estado de sueño: oniromancia espontánea.
3.º La adivinación matemática.
Es la que se realiza a partir de abstracciones muy elaboradas, y permite ejercer
La intuición mantica en todo su esplendor.
a) astrología y derivados;
b) geomancia, y sus numerosas variantes africanas;
c) aritmomancia (en su forma más elevada: la Cábala);
d) aquileomaneia (adivinación por varillas originada en el Che Pou
chino; en su forma más perfeccionada: el l-Ching).
4.º La mántica de observación:
a) estados, comportamientos o actos instintivos de seres animados,
ya sean hombres (paleontomancia), animales (zoomancia) o plantas
(Botanomancia);
b) estados y comportamientos de seres o materias inanimados,
comprende la aruspiciencia, la radiestesia, y otras.
5.º Los sistemas abacománticos.
Son todos aquellos que se manejan exclusivamente con tablas u oráculos, producidos por la degeneración de las grandes disciplinas mánticas: las «claves de los sueños», libros de horóscopos, interpretaciones mecánicas de los naipes, etc., sistemas todos en los que la intuición y lo imaginario no desempeñan ya ningún papel.
Puede observarse que la cartomancia -y en su versión más especializada, el Tarot- no figura en este cuadro clasificatorio, y la omisión no parece casual. Aunque de una manera general podría incluírsela en el parágrafo tercero. lo cierto es que su
complejidad goza de un parentesco con casi todas las principales disciplinas. Probablemente se ha beneficiado de su relativa juventud -si se la compara con la aruspiciencia, la adivinación por los números, o los métodos orientales derivados del Che Pou- para convertirse en un arte colecticio y sugeridor, que toma tan pronto las especulaciones de la década pitagórica y los sephiroth hebreos (números), el simbolismo de los colores y del cuaternario (series), la iconografía medieval y la paleontomancia (figuras), como esa suma simbólico-mágica de varia lectura que son los Arcanos Mayores. Aún más, puede decirse que el Tarot ofrece, como ninguna otra mancia la «situación adivinatoria» en su mayor grado de complejidad y madurez, ya que se compone de:
a) El adivino en total libertad imaginativa para seleccionar uno entre los múltiples estímulos que le brinda la lectura;
b) El consultante, en disponibilidad para orientar sus preguntas según el desarrollo de esta lectura;
c) El intermediario (el mazo) con una capacidad de sugerencia prácticamente inagotable;
d) La sesión de lectura, singular e irrepetible como una partida de ajedrez, por el tejido
espontáneo de las variables anteriores. Finalmente, la falta de un código de referencia estable (tablas astrológicas, versículos, escalas confeccionadas previamente a la lectura), convierte al Tarot en un ejercicio intelectual de primer orden: no sólo porque
requiere la mayor concentración del adivino ante la pluralidad de niveles que se ofrecen a la lectura, sino porque obliga a un diálogo inteligente, tenso, sutil, entre adivino y consultante, para cercar sin eufemismos la verdad que duerme en el fondo de las
generalidades.
Los métodos de lectura
La enunciación del oráculo es, sin duda, el punto culminante de todo proceso mántico, ya que en ella se realiza la «situación adivinatoria», con la actuación simultánea de sus tres integrantes (adivino intermediario - consultante). Los especialistas recomiendan a los actores la mayor espontaneidad dentro de la precisión, para que el lance obtenga su máxima eficacia.
Así, las «obligaciones» del pacto adivinatorio, podrían resumirse para cada una de las partes, más o menos como sigue:
Para el adivino:
1) Antes de hablar, debe obtener una visión de conjunto de la mesa, en el sentido de haber observado las principales fuerzas en tensión: un punto de partida correcto, facilita el despliegue de la imaginación;
2) la lectura no es previa a su verbalización, sino simultánea con ésta. Aferrarse a uno sólo de los planos de significados que le ofrece la mesa, puede resultar fatal para el adivino, que perdería así su principal arma prospectiva: el asombro y la sorpresa ante lo
que va leyendo;
3) nunca hay que forzar una lectura: es preferible una interpretación pobre a una interpretación deshonesta;
4) la función del oráculo es sugerir, no determinar. El adivino que transmite literalmente lo que cree percibir, lo ignora todo sobre la adivinación, ya que el manejo de un intermediario simbólico produce inevitablemente un lenguaje desverbalizado, en el que la riqueza de los contenidos sólo puede ser transmitida por alusiones (esta es la razón de la ambigüedad verbal de las palabras de encantamiento, los vaticinios y las profecías).
Para el consultante:
1) la precisión y amplitud con que se formulen las preguntas, son factores básicos para el éxito de la consulta. Preguntas como «¿Qué me sucederá?», o «¿Tendré fortuna?», no son válidas porque aluden a un segmento operativo tan vasto como la propia vida
del consultante,
2) debe tener en cuenta que la «situación adivinatoria» es un diálogo, cuya versatilidad se enriquece con la participación activa del consultante. Cuanto más rico y detallado sea el planteo de éste, mayor será el número de variables a manejar por el adivino, y más
exhaustiva la respuesta;
3) como todo diálogo tentativo, la «situación adivinatoria» es también una entrevista psicológica. El consultante debe evitar los planteos frívolos y las contradicciones deliberadas, que sólo conducirán a respuestas carentes de interés.
Básicamente, adivino y consultante deben partir de parecidos niveles de intencionalidad, para que la entrevista sea homogénea. Se trata en definitiva de un ejercicio de imaginación y de una prospección psicológica, interpretados por un dúo que ignora la mayor parte de la partitura a ejecutar. Es fácil comprender la importancia que en una propuesta de este tipo tienen los instrumentos afinados.
Piotr Demiánovich Ouspensky, partiendo de un análisis esotérico, y Juan-Eduardo Cirlot, comentando la relación del Tarot con la psicología profunda, llegan a parecidas conclusiones en cuanto a lo que podría llamarse el criterio de lectura. Una misma mesa
podría leerse así en dos niveles totalmente distintos, aunque complementarios:
1. Relación del consultante consigo mismo, investigación del desarrollo personal, análisis de la búsqueda y posterior hallazgo de la identidad (vía lunar, abstracta, experiencia intransferible).
2. Relación del consultante con su medio ambiente; lucha o desarrollo con los demás, competencia, profesión, amores, situación en el mundo (vía solar, concreta, experiencia que no se realiza más que compartiéndola).
Queda por ver el proceso operativo de la lectura, para el cual pueden adoptarse diversos métodos. No se describirán aquí los más populares de entre ellos (italiano, francés, gitano) por su escaso o nulo valor simbólico y psicológico. Todos ellos parten de una
carencia fundamental: la asignación de un valor fijo e inmutable a cada carta, reducido casi siempre a una tabla oracular que puede aprenderse de memoria. Es notable que estos precarios métodos sigan gozando de un reiterado fervor mayoritario, pero la
explicación de ese éxito es tan simple como ellos mismos: a la manera de los horóscopos que aparecen en periódicos y revistas, están estructurados según un cálculo de probabilidades que cubre bastante bien el relativamente modesto campo de las
expectativas humanas (Granville Baker demostró alguna vez que en las obras de Shakespeare se daban la totalidad de situaciones dramáticas posibles: el número era asombrosamente bajo, y explica el hecho de que Shakespeare siga estrenando con
regularidad). Se sabe, por otra parte, que la percepción es selectiva, y todo hombre escucha aproximadamente lo que quiere escuchar: un buen pronóstico y dos o tres cercanos, alcanzan a producir la impresión de una buena lectura, entre diez o veinte
disparates que no pueden relacionarse con nada.
Los tres métodos que se citan a continuación parecen ser los menos dogmáticos, los más abiertos a la libertad imaginativa. Pero tampoco deben tomarse como sistemas acabados, sino como propuestas sobre las que la imaginación del adivino debe disponerse a trabajar.
Método de Péladan, Guaita y Wirth. Joséphin Péladan creó el método de lectura de más claro valor sintético -se realiza sólo con los arcanos mayores- y, probablemente, el que constituye un desafío más abierto a la capacidad analógica del adivino. Lo
transmitió oralmente a su discípulo Stanislas de Guaita, demasiado preocupado por la reflexión metafísica en torno al Tarot como para escribir sobre sus virtudes adivinatorias. Oswald Wirth recibió de Guaita -como casi todo el material sobre Tarot- el esquema del método, y lo explica en Le Tarot des imagiers du Moyen Age. En síntesis se trata de:
1. El adivino bate las cartas, y pide al consultante que diga un número cualquiera comprendido entre 1 y 22. Por el mismo sistema obtiene tres cartas más (la relación será: para la segunda el consultante dirá un número entre 1 y 21, etc.). El número de ubicación en el mazo se cuenta de arriba a abajo, considerando como arriba el lomo del naipe, y abajo su valor oculto a la vista. No vuelven a mezclarse las cartas entre cada una de las extracciones.
2. La primera carta se coloca a la izquierda del adivino, la segunda a la derecha, la tercera arriba y la cuarta abajo. Hay quienes hacen voltear las cartas al consultante pero esto no es imprescindible. Una vez vueltas las cartas, se obtiene la ubicación de un
quinto naipe en el mazo, que se coloca en el medio de los otros cuatro, mediante la suma de los valores de los arcanos expuestos.
3. Cada uno de los arcanos desempeña un papel con todos y cada uno de los otros cuatro, y estas correlaciones son las que crean numerosos canales de lectura. En el punto de partida, la situación obedece al esquema siguiente, que puede interpretarse como sigue:
Afirmación. Pone a la vista lo que es favorable al consultante, e indica lo que le conviene hacer: representa la cualidad, la virtud, la orientación a seguir, el afecto con el que se puede contar;
Negación. Designa lo que es hostil o desfavorable, lo que conviene evitar; representa el defecto, el vicio, el camino equivocado, los enemigos y las acechanzas;
Discusión. Aclara sobre el partido a tomar, sobre el género de resolución que conviene adoptar, sobre la intervención que será decisiva;
Solución. Permite presagiar un resultado, tomando en cuenta el pro y el contra, pero sobre todo la:
Síntesis. Carta que representa personalmente al consultante, y que simboliza también aquello que es capital, de lo cual todo depende.
Desde ese punto de partida, las relaciones se van haciendo más complejas y estimulantes, a medida que se compara por oposición el simbolismo relativo de cada uno de los arcanos. La parábola de Juicio, que representa esta mesa, es también una de las más bellas y fecundas metáforas que puede componer el Tarot.
Éste método que acabamos de describir es que se utiliza en el programa.
Método geomántico de Marteau. Parte de la adaptación de las «figuras» y las «casas» de la geomancia, acaso la más abstracta de las artes adivinatoria. El resultado final, en todo caso, es la extracción de doce láminas, que responde cada una a una temática
diversa, según el siguiente planteamiento:
1) El carácter, y el empleo que el consultante ha dado a su vida hasta ese momento.
2) Los bienes y la fortuna material.
3) Hermanos y hermanas, familia en general. Medio ambiente.
4) Los padres (ascendiente, antepasados).
5) Los hijos (descendencia, continuidad).
6) Enfermedades, servidumbres, sometimientos. Relación con jefes y subordinados.
7) La conjunción, el adversario. Relación matrimonial, la pareja.
8) Muerte (decadencia, cambios definitivos de actitud, pérdida parcial de alguna característica de la vida).
9) Misticismo. Sabiduría, ciencia. Talento.
10) Triunfos, dignidades, trabajos, ocupaciones.
11) Los amigos.
12) Adversidad, obstáculos.
Estas doce primeras cartas deben ser forzosamente arcanos mayores, luego de lo cual se mezclan los arcanos restantes con el resto del mazo y se procede a una segunda vuelta de doce cartas. Este segundo naipe marca la tendencia hacia el porvenir del
primero, y apoya o desmiente la impresión por él causada. A petición del consultante, puede extraerse una tercera carta para cada una de las casas en las que la lectura no haya resultado suficientemente clara.
Una variante es el empleo de la totalidad del mazo, expuesto circularmente y sobre la base de la docena. La primera docena, que se expondrá boca arriba, indica el sentido general de cada una de las casas; las siguientes -que se servirán cerradas, y se
descubrirán a medida que lo precise la lectura- irán indicando el aspecto físico, sentimental, intelectual y psicológico de éstas. Una última mano servirá para ensamblar y corroborar esta lectura múltiple de cada uno de los aspectos.
Método extraído de Piotr Demiánovich Ouspensky. En Un nuevo modelo del Universo, Ouspensky dedica un capítulo al Tarot, considerándolo como una suerte de libro sintético de los conocimientos herméticos. Aún cuando el autor ruso no plantea el nivel
adivinatorio del Tarot, sino más bien su empleo como ejercicio filosófico, puede extraerse de sus observaciones por lo menos un modelo de «mesa». Es la figura compuesta por el punto inserto en un triángulo, inserto a su vez en un cuadrado, como graficación de los tres mundos nouménico, psíquico y fenoménico. Esta propuesta enlaza con lo mencionado más arriba sobre los criterios de lectura (vía solar y vía lunar), y puede producir numerosas combinaciones experimentales.
Fuentes Consultadas
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