La Cábala es la tradición esotérica del judaísmo.
La expresión “Cábala” significa “Tradición.
Esotérico significa, en este contexto, no tanto “escondido”, “secreto”, “reservado para pocos” como “proveniente del interior” (“eso” en griego indica, justamente, interioridad, como opuesto a “exo”, referido a la exterioridad).
La Cábala es así la expresión de un movimiento espiritual que fundado en la constante interiorización del significado de la Torah (la Ley), profundiza en sus diversos niveles de significado siempre ocultos detrás de la corteza de la literalidad.
Es una mística, no necesariamente en cuanto aspiración a una fusión con la divinidad, sino por su omnipresente sentido de “misterio” por el cual el texto deviene experiencia y lo manifiesto aparece siempre como autorevelación de lo inmanifiesto.
La Cábala, como tradición que preserva una mística, una teosofía y una comprensión peculiar de la historia humana como acontecimiento sagrado, es un movimiento en el que se sedimentan las tendencias místicas del judaísmo en múltiples y diversas ramificaciones. No es un sistema unitario, sino más bien un espíritu y modo de vida que se expresa en multiplicidad de motivos, decantados en sistemas totalmente diferentes y diversos.
Es por ello que no podría hablarse, en rigor, de “la doctrina de la cábala”.
La Cábala nace en el sur de Francia, contemporánea al apogeo de los cátaros y el renacimiento del maniqueísmo.
Hacia 1180 aparece aquí el primer escrito propiamente cabalístico, el Sepher ha Bahir (El libro de la Claridad).
Florece en la España del siglo XIII culminando en el Sepher ha Zohar (El Libro de los Esplendores) del rabí Moisés de León, casi una segunda Biblia para los cabalistas que, con el correr de los tiempos se considera un libro sagrado y autoritario.
Se extiende por Europa, en parte debido a la expulsión de los judíos de España en 1492, y florece en la Palestina del siglo XVI.
También prospera en la Europa del Este y vive una enorme crisis cuando Sabatai Sevi, en el s. XVII, funda un movimiento que suscita una Cábala herética la cual, no obstante, juega un papel fundamental en el nacimiento del judaísmo moderno.
En el Renacimiento, coincidiendo con la expulsión de los judíos de España, el redescubrimiento de la filosofía griega y la divulgación del Corpus Hermeticum, surge en Italia lo que podría llamarse “Cábala cristiana”, principalmente con Pico della Mirandola: la aplicación de los modos de pensamiento e interpretación de los cabalistas a los textos cristianos.
Es esta “cábala cristiana” la que, recogida por Guillaume Postel, influirá directamente en los movimientos ocultistas del siglo XIX y XX.
El judaísmo tiene rasgos únicos que están a la raíz del pensamiento cabalístico, y de los que hay que destacar al menos tres:
a) la insistencia sistemática en el monoteísmo, esto es: la Unidad y la Unicidad de Dios. Dios es uno, y no admite un Segundo.
b) Dios es creador, y no meramente “formador” del universo: creador de todo y del Todo, crea a partir de la nada (ex nihilo)
c) Dios se revela, es decir: no puede ser “descubierto” ni intelectualmente ni perceptivamente, sino porque El mismo se muestra. Y su Revelación ocurre en palabras, en la Palabra, tal como se plasma en un texto. El judaísmo es ante todo el pueblo del Libro (la Torah, la Ley).
Estas tres características son comunes, naturalmente, a las otras religiones que brotan del judaísmo: cristianismo e Islam.
Todas pueden caracterizarse como las religiones del Libro.
Pero precisamente el hecho de que Dios se revele en un libro plantea al agudo problema de la “interpretación” del texto.
Este problema “hermenéutico” (¿cuál es la interpretación recta: orto-doxia, correcta, del texto?) agita e inquieta a los tres pueblos del libro, y encuentra en la Cábala una peculiar “resolución”:
La Torah tiene múltiples niveles de significado, todos verdaderos en su plano, y a su vez ordenados jerárquicamente.
a) Hay al menos un nivel “literal” (Peshat): la Torah significa lo que manifiestamente cuenta. En este sentido la Torah es narración y es historia.
b) Hay otro nivel en el que la letra es como un vestido, y ese vestido está habitado por un cuerpo. El cuerpo oculto detrás de la vestidura es el significado “alegórico” (Remez) que revela la Torah como una serie de verdades del alma, no de hechos ni de acontecimientos externos.
c) Pero el cuerpo a su vez es vestidura de un alma, y el alma que se esconde y alienta es la significación “filosófica” (Deraz) de la Torah, que deviene así mostración de los aspectos Divinos y Cósmicos
d) Pero el alma está habitada por un espíritu del cual es irradiación y expresión. De modo que el significado filosófico recubre una dimensión de misterio (Sod) por el cual la Torah es ante todo el Espíritu viviente de Dios mismo.
Las iniciales de estos cuatro niveles de interpretación forman la palabra “Paradiso” (PRDS), es decir Edén, Jardín.
La Cábala deviene así el camino para recuperar el Paraíso, la escalera por la cual éste mundo de hechos y literalidades se revela como el escalón más bajo a través del cual ascender al mundo primigenio y original.
Esta escalera a través de la cual asciende y desciende el Espíritu divino parte del texto, y el texto está presente en cada cosa, cada acontecimiento, cada “hecho”.
El “hecho” es así vestidura de profundos significados que le “completan” y que le remiten a un origen siempre presente.
Estos cuatro niveles, cuatro mundos, cuatro planos de progresiva revelación, ocultan así infinita multiplicidad de sentidos que no son sino diversos rostros en los que aparece la Unidad de Dios, un Dios con muchos nombres y en cuyo nombre de creador, Jahveh (YHVH) ya se presenta la cuaternidad fundamental.
La Cábala es así un ejercicio de unificación de los mundos a través de la vinculación de lo múltiple manifiesto (lo creado) y lo Uno inmanifiesto (el Creador), que percibe la historia como teofanía. Esta manera de leer la historia “profana” como “historia” sagrada es característica del pensamiento cabalístico, que hace de los azares del pueblo de Israel un símbolo de los avatares intrínsicos a la Divinidad en su puja por revelarse y hacerse múltiple a la vez que retiene su trascendente y misteriosa unidad.
Puesto que en hebreo cada letra de las veintidós que lo conforman, es también un número, las palabras son cifras, y el análisis de la Escritura deviene también aritmología del espíritu.
Así, la Torah expresada en el Pentateuco, comienza con la letra “B” (Bereschit, “En el comienzo) que es el número 2, y acaba con la letra “L”, que vale 30.
Pero “LB” significa corazón, y de allí la afirmación de que la Torah está encerrada en el corazón. Corazón es “32”, y por ello 32 son los senderos de la Sabiduría divina, por medio de los cuales lo Uno se hace múltiple y lo Increado origina la Creación como un manto que lo inviste y lo revela, ocultándolo.
Es característico del pensamiento cabalístico este intento por vincular trascendencia con inmanencia, Unidad con multiplicidad, Eternidad con historia.
Revelar la presencia de lo Uno en lo múltiple equivale aquí a mostrar la íntima espiritualidad de lo profano, y re-encontrar la presencia de Dios en lo manifiesto, en tanto que mundo, historia, circunstancia y hecho no son sino localizaciones, vestiduras, especificaciones del espíritu.
La Cábala, cuyo libro (Torah) se guarda en el corazón, es la “ciencia” que lee una intimidad (interioridad) en los hechos y los acontecimientos, una interioridad en la que habita otra interioridad. No es sino la “ciencia” y la “con-ciencia” del corazón del corazón.
En este jardín (Edén) del cual fue expulsado Adán por comer del fruto del Árbol del Conocimiento, está aún el Árbol de la Vida.
No es de extrañar que uno de los símbolos más importantes de la Cábala se llame, justamente, el Árbol de la Vida.
Es un diagrama en el cual el acto creador aparece como un Árbol cuyas raíces están arriba (en el Cielo -y más allá del Cielo) y cuyos frutos estén en la tierra.
En este diagrama, símbolo cósmico y meta-cósmico, que tiene diez números (sephirot: cifras, esferas, atributos) vinculados entre sí por 22 senderos (que son las 22 de letras del alfabeto), se ofrece la escalera por la cual desciende el influjo creador y provee la oportunidad de ascender, de regresar de la Tierra al Cielo, como un medio de reestablecer el Cielo en la Tierra, el significado en el hecho, lo sagrado en lo profano.
La cábala, a través de su método de meditar en letras y en cifras, que no son sólo letras y cifras externas sino que habitan en los acontecimientos, hace de lo aparente una revelación del misterio que lo habita, insondablemente, en el corazón de su corazón.
Y es así característico de este movimiento espiritual no sólo el esfuerzo por abrazar al mundo (en lugar de renunciar a él o aspirar a trascenderlo o negarlo, como ocurre en tantos movimientos espirituales) sino por descubrir en lo mundano la presencia del espíritu y re-unir así la manifestación con el símbolo. Todos los mundos están en éste, del mismo modo que este mundo está contenido en los demás. La negación del mundo deviene así el olvido de Dios.
Y la negación de Dios no es otra cosa que el olvido del mundo como presencia viviente.
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