En un pequeño poblado cerca de México D.F., hay un santuario conocido en la barranca de Ocuilán, lugar sagrado donde aparecen con frecuencia hombrecitos que aunque corretean, no mueven los matojos.
A la gente de las cercanías no les sorprende, ya que ellos, sobre todo los mayores están acostumbrados a verlos.
La falta de sensibilidad en la mayoría de los humanos, y el apego a lo material hace, que las pequeñas cosas que requieren los elementales... y que a la postre son las más importantes, sean interesantes para ellos, por eso con niños y ancianos les es mucho más fácil comunicarse.
Estos pequeños y bondadosos seres viven muchos años, de ahí que sólo se dejen ver de vez en cuando.
La sorpresa, es su principal característica y le gusta en sus fiestas un vasito de tequila el cual, siempre debe acompañarle.
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