10 de diciembre de 2017

Sati - Diosa de la Felicidad Marital - Mitologia Hindu

Sati es la diosa de la felicidad marital y la longevidad.

Como una expansión de Devi, Satí es la primera consorte del dios Shiva.

Parvati es su reencarnación tras esta morir en el fuego fruto de los insultos de su padre hacía el dios Shiva.

En la mitología hindu, Satí tuvo el papel de seducir sexualmente a Shiva para sacarlo del aislamiento ascético (meditación profunda).

Luego de casarse con Shivá, ella asistió a una fiesta que oficiaba su padre Daksha (a la que él no la había invitado, por ser esposa del sucio Shivá).

Ante un desaire de Daksha contra su esposo Shivá, Sati se suicidó: se sentó en el piso a meditar y encendió a sí misma en llamas (un raro poder místico que adquirió).
Al enterarse Shivá, mató a todos los asistentes a la fiesta, incluido su suegro Daksha...

La religión hinduista creó de esta manera la tradición Sati, en que ataban a las viudas a la pira funeraria de su marido como acto final de “lealtad y devoción”. (todo un acto de amor por su pariente)

Ahora narraremos al detalle la historia de amor entre Satí y Shiva, e indagaremos en como esta primera se encarnó en la diosa de la felicidad marital. (Texto extraido y traducido al castellao de los Shiva-purana)

La historia de Satí, el poder de la unión a Shiva

La gran fuerza femenina se encarnó en Sati y estaba determinada a unirse al todopoderoso dios Shiva y ser su consorte en este ciclo de la creación.
Sati nació como hija del rey Daksh, un poderoso monarca que había llevado a cabo un sacrificio de mil años para conseguir precisamente esto: que la Divina Madre encarnara en su linaje.

Desde su niñez, la muchacha mostró una ferviente devoción por el dios Shiva.
Nadie sino él ocupaba su mente.
Todo su tiempo lo pasaba dedicada a su devoción. En el momento en que Sati tuvo la edad adecuada y llegó la hora de casarla, Daksh pensó que nadie mejor que el dios podría ser el esposo de la diosa que había encarnado en la forma de su hija.
Para lograrlo, Sati inició una serie de duras austeridades durante mucho tiempo.
Hizo ayunos y oraciones, meditó en Shiva y le adoró de todas las formas concebibles.
Todos los dioses de los cielos supieron de este fervor, salvo el propio Shiva, quien se hallaba en meditación en los montes Himalaya.

Los dioses fueron en su búsqueda y le hablaron de Sati y de su amor.
Shiva quedó complacido con lo que oyó.
Además, las deidades insistieron en la necesidad de que Shiva contrajera matrimonio, uniéndose a la fuerza femenina representada por Sati, para el mejor funcionamiento del universo y prosperidad de las criaturas.
Al escuchar esto, Shiva, amante de todos los seres, accedió de inmediato y se manifestó delante de la muchacha:

-¡Oh, hija de Daksh! -le dijo-. Me han complacido tus sacrificios y oblaciones.
En premio a ellos, te concederé el don que me pidas.
Elige, pues. ¿Cuál es tu deseo?
Ella, deslumbrada por la presencia del dios, se mostró totalmente incapaz de hablar.
Pero Shiva conocía el secreto de su corazón.
-Serás mi esposa -afirmó.
Y, desde aquel momento, quedaron unidos.
Shiva, el dios que no se arodilló ante Daksh, padre de Satí:

Shiva regresó a los Himalaya y los dioses fueron los encargados de pedir a Daksh la mano de su hija. Éste accedió a ello. Shiva acudió al palacio de su esposa y allí se llevaron a cabo todos los ritos matrimoniales prescritos por la tradición.
Tras ello, la pareja divina marchó a su morada en los Himalaya, donde vivió feliz durante veinticinco años.
Pero, durante ese tiempo, tuvieron lugar asimismo tristes suce-sos.
En cierta ocasión, Daksh llevó a cabo un gran sacrificio, invitando a dioses, santones y brahmanes de todos los lugares.
 Muchos acudieron a su llamada y Shiva entre ellos.
Todos rindieron pleitesía a Daksh, el más poderoso de los reyes, y se inclinaron ante él. Pero Shiva no lo hizo, pues los dioses no deben tal respeto a los mortales.


Daksh se sintió herido en su vanidad.
Para vengarse, fingió no conocer a Shiva y le increpó de este modo:
-¿Quién es este ser que va acompañado siempre por espectros y seres fantasmales?
¿Quién es éste que no sabe comportarse con respeto en la corte del rey más poderoso del universo? ¡Mirad su atuendo! -indicó a los que le rodeaban-. Va vestido con una andrajosa piel de tigre y su cuerpo está sucio, cubierto todo de cenizas.
No creo que pueda participar en un sacrificio que exige pureza a los que lo llevan a cabo.

Shiva escuchó todo esto en silencio y, por respeto a su suegro, no dijo nada.
Se limitó a abandonar el lugar.
Cuando se hubo marchado, los seguidores de Shiva se enfrentaron con Daksh.
-¿Qué has hecho, rey necio?
Has ofendido al dios que lo es todo en el universo.
Has alejado de tu lado al otorgador de todos los bienes.
Sólo su infinita compasión ha impedido que te destruyera con una sola mirada de su tercer ojo. Además, ¿qué valor puede tener en este momento tu sacrificio? Sin Shiva, nada en el universo tiene ningún sentido.

Daksh no hizo caso alguno de lo que se le decía y obligó a las huestes de Shiva a abandonar el lugar.
Cuando, un tiempo más tarde, Daksh quiso llevar a cabo un sacrificio todavía más importante y multitudinario que el anterior, decidió no invitar a Shiva ni a ninguno de sus seguidores.
La noticia de la celebración del sacrificio llegó a oídos de Sati, quien se enojó mucho con su padre, por no haber invitado a su marido.
Preguntó a Shiva la causa de no haber sido convocados y el dios le refirió lo sucedido.

El suicidio de Satí por las ofensas a su marido Shiva

Ella quiso remediar la situación e insistió en marchar junto a su padre y asistir al sacrificio, para conseguir una reconciliación entre ambos.
Shiva amaba intensamente a Sati y no quiso negarle su permiso.
Encargó a sus acólitos que cuidasen de su mujer y la mandó al palacio de Daksh, con una gran comitiva.
Sati llegó a la casa de su padre, en la que estaba teniendo lugar el sacrificio al fuego.
En el momento en que Daksh la vio, no mostró ninguna señal de cariño ni de respeto.
Todos los dioses, excepto Shiva, se encontraban presentes allí.
Sati no pudo contener su cólera y preguntó a los presentes:

-¿Cómo es que no se ha invitado al que es el dios de los dioses, la causa y el origen de este universo?

Todos los ritos quedan incompletos sin su presencia. ¿Cómo explicáis su ausencia? ¿Cuál ha sido el motivo de esta ofensa?
Daksh, obcecado por su rencor, contestó a su hija con dureza:

-Mujer -le increpó-, puedes permanecer aquí, ya que has venido.

Pero no pronuncies ni una sola palabra más.
No estoy dispuesto a escuchar nada en defensa de mi enemigo.
-Pero, padre...
-¡Calla! -le interrumpió-.
Todos saben que Shiva es un ser poco auspicioso, de linaje incierto.
Es un dios, sí: el dios de los fantasmas y de los seres inferiores.
Viste andrajos, está sucio y no puede estar al lado de los reyes y de los otros dioses.
Y Daksh continuó ofendiendo a Shiva y dirigiéndole palabras insultantes.
Sati no pudo soportarlo durante mucho tiempo.

-¡Oh, soberano! Ofendiendo a mi esposo has llamado a tu propia destrucción.
Pero ése es tu destino.
El mío es aún más triste, pues me encuentro en la casa de mi padre, teniendo que escuchar palabras ofensivas para aquel a quien más amo.
No estoy dispuesta a hacerlo.
Y, para demostrarte cómo me has herido, abandonaré ahora mismo mi cuerpo físico.
Y, ante el estupor de todos, Sati empleó sus poderes e hizo brotar de su cuerpo unas llamas de fuego que la consumieron en breves instantes.
De esta manera se inmoló para no escuchar más insultos a su esposo.

Shiva venga la muerte de su esposa, encarnando la tierra

Shiva se enteró de la ofensa de Daksh y de la inmolación de su esposa y su furia hizo que todo el universo temblara.

El dios se arrancó una mata de cabello y, con ella, golpeó una montaña, partiéndola en dos.

De su cabello surgió en aquel momento Virabhadra, uno de los aspectos destructores del dios.
Se encaminó al lugar donde se hallaba Daksh y le decapitó.
Acto seguido, destruyó todos los elementos del sacrificio y provocó el caos entre los allí presentes.
Fue necesario que todos los dioses rogaran a Shiva y apelaran a su bondad para que éste se compadeciera de Daksh y le devolviera la vida.

Entonces, la desesperación de apoderó de Shiva.
Cogió los restos calcinados de su esposa y los estrechó contra su cuerpo, sin dejar que nadie se los arrebatase.
Con ellos vagó durante muchos años por todos los mundos, sin que se aminorase su dolor.
El cuerpo de Sati se fue descomponiendo y haciéndose pedazos.
En cada uno de los lugares donde caía un fragmento del mismo, brotaba de la tierra, como por ensalmo, un linga, el símbolo de Shiva, convirtiéndose el lugar en un emplazamiento sagrado, un lugar de peregrinación.
Cuando nada quedó de su esposa, Shiva volvió a su morada en los Himalaya, donde se recluyó durante muchos años.


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