Cada ciudad tiene un mercadillo los sábados, pero en la India no encontraréis un mercado semanal como el que tenéis en Shurasena.
Una docena de comerciantes de especias compiten por ofrecer los precios más bajos.
Si os estáis planteando comprar un camello, o incluso una ardilla, el mercadillo de Shurasena es vuestro sitio.
Al igual que a todos los filósofos, a Krishna, hoy dios indio, le encantaba ir de mercadillos.
Por la mañana compraba sus hierbas medicinales, y por la tarde observaba los peces y los puestos de monedas.
Cada semana hacía lo mismo.
Un sábado de julio, después de que Krishna hubiera comprado una trucha y un poco de sal, vio a un joven sentado en el suelo llorando amargamente.
El llanto hace que las aves vuelen más alto, le dijo Krishna al joven.
Éste dejó los sollozos y levantó la cabeza.
¿Querrías una limonada?,le preguntó el chico con voz temblorosa, señalando un carrito de dos ruedas que tenía a su lado.
Los limones maduros y una montaña de hielo sobresalían del carro, así como seis copas y una jarra de estaño.
Me llamo Dhiren, dijo el chico.
Si no vendo suficiente limonada, esta noche no voy a tener una habitación donde quedarme.
La escena era tan dramática que, si Krishna hubiera tenido varias monedas, hubiera pedido todas las limonadas que pudiera. ¿Podrías vender más si no tuvieras tanto miedo?, le preguntó Krishna.
El chico, sorprendido, asintió, y le explicó que no había vendido un vaso de limonada en todo el día.
El hielo del carro se estaba derritiendo, y Dhiren lloraba porque había perdido ya casi todas las esperanzas en sí mismo.
He hecho todo lo que he podido, se quejaba Dhiren, pero tengo que estar haciendo algo mal, ya que nadie quiere comprarme limonada.
Krishna sonrió al ver las dudas de Dhiren.
El cambio de uno mismo a veces es más difícil que cambiar el mundo, le comentó Krishna.
Levantó Dhiren y le animó a que llevara el carro un poco más adelante.
Las ruedas crujieron por la Plaza del Mercado, encaminándose por las calles de Shurasena.
Cuando Dhiren le preguntó a dónde iban, Krishan sólo le repitió las misteriosas palabras del cambio. Una hora más tarde, cruzaron el puerto sur de Shurasena, y se dirigieron a las afueras de los muros de la antigua ciudad.
Allí se encontraron con una larga caravana de peregrinos que acababan de llegar del desierto.
Tan pronto como los peregrinos se fijaron en Dhiren, desmontaron de sus camellos y se dirigieron al carro.
Todo el hielo se había ya derretido, pero Dhiren vendió más vasos de limonada que en los tres meses anteriores.
Con el éxito, la sonrisa y la confianza volvieron al joven.
Al acabar el día, Dhiren era otro hombre, seguro de sí mismo, y sin miedos para el futuro.
Buscó entre los peregrinos para expresar su agradecimiento a Krishna, pero este había desaparecido.
La noche cayó y Dhiren se dio cuenta de que, a pesar de que las estrellas no habían cambiado, su vida se encontraba ahora en un mundo diferente.
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