En la mitología griega, Éter era uno de los Dioses primordiales, la personificación del ‘cielo superior’, el espacio y el paraíso.
Es el aire alto, puro y brillante que respiran los dioses, en contraposición al oscuro aire de la Tierra que respiraban los mortales.
Era hijo de sólo Érebo o, según las fuentes, también de Nix y hermano de Hemera, con la que se unió teniendo de ella según Higino a Gea, a Urano y a Ponto.
Según Aristófanes fue también el padre, por sí mismo, de las ninfas de las nubes, las néfeles.
El Éter era el alma del mundo y toda la vida emanaba de él.
Nix arrastraba las oscuras nieblas de Érebo por los cielos llevando la noche al mundo ocultando el Éter, mientras Hemera las dispersaba trayendo el día.
(En las antiguas teogonías se consideraba que la noche y el día eran independientes del sol.)
Otras fuentes afirman que surgió del Caos.
La tradición órfica afirmaba que el Éter era hijo de Chronos y Ananké.
El éter era conocido también como el muro defensivo de Zeus, la barrera que encerraba a Tártaro fuera del cosmos.
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