Los monstruos que aparecen en la mitología griega pueden encarnar la desmesura, la barbarie, lo primitivo, la “hybris”…
Muchos de ellos son seres de naturaleza “ctónica”, hijos de Gea.
Abundan los monstruos femeninos porque las mujeres descienden de Pandora, la culpable de todos los males que acechan a la Humanidad (Hesíodo, Teogonía, 572-605; Trabajos y días, 60-99): Escila, la Gorgona Medusa, Gelo, la Esfinge, las Harpías, las Sirenas, Caribdis…
Incluso la bella Helena se considerará una funesta Erinia (Ilíada, III, 156-160).
Ella misma se despreciará y se autodenominará “Cara de perra”, “kynopis” (Ilíada, III, 180; Odisea, IV, 145), porque su extraordinaria belleza tiene un poder mortífero bajo el que ejercen su funesto ejercicio destructor el Ares más asesino y Eris, la Discordia.
Hay que destacar que, al contrario y a diferencia de otros pueblos (del cercano y/o lejano Oriente), y de otras mitologías, observamos que las divinidades griegas se enfrentaron contra cualquier ser que presentara alguna anormalidad anatómica.
Los dioses, todos ellos antropomórficos, y los héroes helenos lucharon y ganaron las batallas emprendidas contra seres monstruosos y de formas caprichosas y extrañas, como iremos viendo, poco a poco, en estas mismas páginas.
Criaturas espantosas, mixtas, a veces mitad humanas y mitad animales, de proporciones descomunales, de múltiples órganos repartidos por todo su cuerpo (como Argos, encargado de vigilar a la joven Io, provisto de cien ojos) o con un solo órgano en lugar de los dos normales...
Pensemos en Equidna, una mujer-serpiente, en la Hidra de Lerna, cuyo cuerpo ostentaba hasta cien serpientes, en los gigantescos cíclopes, con un sólo ojo en el centro de su frente, en la Gorgona Medusa, cuya cabellera estaba formada por múltiples serpientes... Monstruos que encarnan el Caos, la barbarie, el salvajismo, lo primitivo.
Es decir, seres que se oponen a la “norma”, a la lógica y a la normalidad de un orden legítimo y patriarcal, porque toda desmesura (“Hybris”) será objeto de persecución y asesinato.
Y la monstruosidad es una especie de desmesura física, que, se opone a la norma, al canon, que los escultores clásicos consideraron apropiado para representar la figura humana ideal (masculina, por supuesto): canon de siete cabezas (Policleto) y canon de ocho cabezas (Lisipo y los escultores helenísticos).
Muchos seres monstruosos tienen una evidente naturaleza ctónica.
Son hijos de Gea, la madre Tierra primordial y primigenia.
En textos y relatos tan importantes como la Teogonía de Hesíodo se relatan diversas luchas conocidas como la Gigantomaquia, la Titanomaquia y la Tifonomaquia, donde leemos la sucesiva pérdida de protagonismo teológico de todos estos personajes, seres de naturaleza ctónica y apariencia monstruosa, su sustitución y su exterminio por los dioses olímpicos y por héroes (masculinos) protegidos por éstos.
O sea, estamos asistiendo al sometimiento de la deidad Gea, la Madre Tierra. Pandora, madre de todas las mujeres y causa de todos los males que afectan a la Humanidad, la versión helena de la hebrea Eva, en cierta manera, también, “nace de la Tierra”, pues su hermosa figura de mujer fue modelada, por orden de Zeus, a partir de barro terrestre.
Por decirlo con otras palabras: Pandora se puede considerar una figura antropomórfica (femenina, claro está) de la telúrica e informe Madre Tierra. Por estas razones, en la mitología griega, hay tantos monstruos femeninos. “Monstruas” que, como es lógico, encarnarían distintas modalidades de “hybris”.
Seres femeninos terribles que, como la bella Pandora, son culpables de males que acechan a todos los seres humanos (Hesíodo, Teogonía, 572-605 y Trabajos y días, 60-99).
Con tales ideas y prejuicios, antifemeninos y misóginos, no resulta extraño que el sabio Tales de Mileto (siglo VI a. C.) diera gracias a los dioses por “Haber nacido hombre y no bestia, varón y no mujer, griego y no bárbaro” (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, I, 1, 10). Un agradecimiento que se repite, en líneas generales, en esta oración judía procedente del Talmud de Judah Ben Ilai, como se afirma en la prestigiosa Jewish Encyclopedia de 1905
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