El segundo modelo, que constaba de tres tratamientos, era de tipo medio.
Los embalsamadores “ llenan unas jeringas con un aceite que se obtiene del enebro de la miera, llenan con ellas la cavidad abdominal del cadáver , inyectándole el líquido por el ano e impidiendo su retroceso, y lo conservan en natrón el número de días prescrito (70).
Al cabo de ellos sacan de la cavidad abdominal el aceite de miera, que tiene tanta fuerza que consigo arrastra, ya disueltos, el intestino y las vísceras; a las partes carnosas, a su vez, las disuelve el natrón ” (Heródoto, libro II)
El tercer tipo de embalsamamiento era el más suntuoso de todos y constaba de ocho tratamientos.
Al muerto se le extraía, con un gancho, el cerebro a través de las fosas nasales. Luego con un cuchillo, se le practicaba una incisión en el costado izquierdo.
A través de esta incisión le eran retiradas todas las vísceras rompiendo el diafragma, sólo se dejaban el corazón y los riñones por su difícil acceso.
El hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos tras ser embalsamados, eran colocados en unos vasos que recibían el nombres de canopos. Estos vasos presentaban como tapaderas las cabezas de los hijos de Horus: Amset, Hapy, Duamuntef y Qebehsenuef.
Una vez que el cuerpo estaba vacío era “salado” con natrón donde debía permanecer unos treinta y cinco días, a pesar de que Heródoto diga setenta. El ennegrecimiento provocado por el natrón era teñido con ocre o con alheña.
Tras ser teñido, el abdomen y el pecho eran rellenados con unas telas empapadas con aromas y ungüentos. La última etapa consistía en vendarlo.
Primero se vendaba cada miembro con tiras de lino para luego ser envuelto con una gran pieza de tela. Durante este proceso los embalsamadores colocaban entre los vendajes amuletos, joyas y a veces textos funerarios.
La momia: Una vez finalizado todo el embalsamamiento, la momia era cubierta con una máscara realizada con cartón u oro y lapislázuli, según el personaje momificado. Esta máscara con el tiempo aumentó de tamaño hasta pasar a ser una plancha que cubría todo el cuerpo del muerto.
La momia se colocaba en el sarcófago, que al igual que la máscara, sufrió una evolución. En un principio fue sólo una caja con forma cuadrada hasta que pasó a ser un elemento tallado en piedra que adoptaba la forma del cuerpo.
Los amigos y familiares recogían el cadáver y se reunían en la casa del difunto, donde las plañideras lloraban, gritaban y esparcían cenizas sobre ellas mismas.
El enterramiento: Tras haber sido lamentada a voces la gran pérdida del muerto, un cortejo fúnebre lo transportaba junto con su ajuar funerario hasta la orilla occidental del Nilo, morada de los muertos.
El fallecido, al igual que el sol, protagonizaba un periplo hacia dicha orilla, lugar por el que muere el astro, para volver a aparecer al día siguiente por Oriente.
El ajuar consistía fundamentalmente en varios objetos personales cuya misión era proporcionarle comodidad al difunto en el Más Allá: jarras, cofres, sillas, lechos, cabeceras de cama.
Desde su casa, la momia era transportada sobre un catafalco arrastrado por bueyes o por allegados del difunto. Junto al féretro iba el sacerdote y tras él la familia y amigos del muerto.
La comitiva la cerraban las plañideras y los porteadores del ajuar y los vasos canopos.
Uno de los últimos ritos funerarios era la apertura de la boca. La ceremonia consistía en un conjunto de ritos realizados sobre la momia o sobre una estatua del difunto en posición vertical y mirando al sur.
Este conjunto de ritos iban encaminados a restaurar la funciones vitales del muerto y devolverle así a la vida.
Un sacerdote, tras haber colocado a la momia sobre un pequeño montículo de tierra que evocaba la colina primigenia, procedía a la purificación mediante una libación de agua y una aspersión de incienso.
Posteriormente el sacerdote sem tocaba la boca de la momia con el dyeba y se le ofrecían las partes más nobles de ciertos animales que habían sido sacrificados con anterioridad.
De nuevo, el sacerdote sem, después de unas escenas de animación, realizaba una nueva apertura de la boca con un objeto definitivo, el pesech-kaf.
Para finalizar el rito, se colocaban al difunto sus ropas sagradas y sus ornamentos, a la vez que se realizaba una lectura de fórmulas exhortativas.
Una vez terminado el rito de la apertura de la boca y el banquete funerario se procedía a colocar a la momia dentro de su tumba, la cual se sellaba para la eternidad.
Las sepulturas: al igual que los embalsamamientos, las tumbas o enterramientos también sufrieron una evolución con sus respectivas modificaciones.
En tiempos prehistóricos el muerto envuelto en pieles y con algunos enseres funerarios, era depositado directamente sobre la tierra. Pronto estos enterramientos tan precarios evolucionaron a las conocidas mastabas.
Estos sepulcros tenían forma de pirámide truncada con un pozo excavado, al fondo del cual estaba la cámara sepulcral. Al nivel de la tierra se colocaba la estatua del muerto en el serdab, una capilla que contenía un pequeño compartimiento.
En el Reino Antiguo aparecen las primeras pirámides con las dinastías III y IV. La primera de toda fue realizada por el rey Djoser en Saqqara. Esta tumba estaba compuesta por una sucesión de mastabas superpuestas donde la cámara funeraria también se encontraba en el subsuelo.
Ya en la IV dinastía, con los reyes Khéops, Khefrén y Micerino la pirámide alcanza su forma más perfecta. Llamadas de pendiente recta, estas pirámides eran un complejo laberíntico de escaleras, pasillos, cámaras y falsos corredores.
Las cámaras funerarias tanto del rey y la reina, se encontraban en el interior de la propia pirámide a pesar de que también se realizaba otra subterránea para despistar aquellos que deseaban profanar la tumba y molestar así al muerto en su otra vida.
Durante el Reino Medio se volvió de nuevo a la mastaba por culpa de la falta de fondos y de los periodos de crisis por los que estaba pasando Egipto.
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