Si no realizamos una determinada acción, no experimentaremos su resultado.
Cuando los soldados van a la guerra, unos mueren y otros sobreviven.
Estos últimos no se salvan debido a su valentía, sino porque no han creado la causa de perder la vida en esa guerra.
En la prensa podemos encontrar a diario numerosos relatos similares.
Cuando un terrorista pone una bomba en un edificio, unos mueren y otros resultan ilesos aunque hayan estado cerca de la explosión.
En los accidentes aéreos o cuando un volcán entra en erupción, unas personas mueren y otras escapan de manera milagrosa.
En estos casos, los mismos supervivientes se sorprenden de haberse librado de la muerte, mientras que otras personas que estaban a su lado habían perecido.
Las acciones de los seres sintientes nunca se pierden aunque pase mucho tiempo antes de experimentar sus resultados.
Las acciones no se desvanecen por sí mismas ni las podemos traspasar a otros, intentando evadir nuestra responsabilidad.
Aunque las intenciones que iniciaron nuestras acciones pasadas han cesado, los potenciales que dejaron en nuestra mente no desaparecerán hasta su maduración.
La única manera de eliminar los potenciales perjudiciales antes de que maduren en forma de sufrimiento es practicar la purificación por medio de los cuatro poderes oponentes.
Por desgracia, resulta fácil perder nuestros potenciales virtuosos, puesto que si no dedicamos nuestras buenas acciones, pueden ser destruidos en un solo instante de odio. Nuestra mente es como un gran cofre, y nuestras acciones virtuosas, como joyas preciosas. Si no las protegemos con oraciones de dedicación, cuando nos enfademos será como mostrar nuestro tesoro a un ladrón.
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