19 de enero de 2018

Si Dejas Que Tu Hijo Gane Siempre - Este No Podrá Crecer -




¿Dejas que tu hijo gane siempre? 

Aunque creas que tú por ser mayor y tener más experiencia siempre vas a estar por encima de él, dejarle ganar provoca que le transmitas un falso éxito. 
De hecho, quizás alguna vez tu hijo se haya dado cuenta de esto y te haya contestado con alguna frase que te haya dejado atónito “¡papá!, no me dejes ganar, juega bien”. 
Él quiere el reto que tú intentas que esquive.

A pesar de que esto pueda parecer una tontería, lo cierto es que con esta actitud estás impidiendo que tu hijo crezca, que madure y que sepa que el éxito a veces se consigue, pero otras tantas no. 
Asimismo, es muy importante que sea en sus primeras etapas de la vida cuando aprenda a perder. 
Porque no siempre se gana y saber afrontar ambos resultados será muy valioso en un futuro para él.

"Saber perder es igual de importante que saber ganar. Si dejas ganar a tu hijo siempre jamás tendrá esta oportunidad"

¿Dejas ganar a tu hijo por miedo a que se sienta mal?

Seguro que en la mayoría de las ocasiones dejas ganar a tu hijo porque temes que su autoestima se vea mermada, que se sienta mal y quede empañado por una sucesión de derrotas. 
Sin embargo, todo esto lo estás potenciando sin que te des cuenta, mientras impides que tu hijo pase por la gran experiencia de saber lo que es perder, de tener que mejorar y superarse para ganar.

Ya lo dice la frase “hay que saber perder”, muy certera y que llevada a la práctica permite superar barreras, conflictos y problemas que siempre surgen cuando uno menos se lo espera. 
Pero todo esto no será posible si dejas ganar a tu hijo siempre, fingiendo perder, cuando de otra manera no te habría ganado. ¿Qué puedes hacer para no sentirte mal si siempre sales victorioso en los juegos?



Una manera es darle ventaja a tu hijo. 
De esta manera, te asegurarás de estar al mismo nivel que él. También, puedes tener en cuenta la dificultad del juego. 
Hay algunos que todavía no serán para su edad. 
Este tipo de juegos es mejor que los enfrentéis de manera colaborativa: haciendo un frente común frente a otro adversario, de manera que tú actúes como una especie de andamio para su aprendizaje.

"Creemos que las derrotas afectan a la autoestima de nuestros hijos, sin embargo esto no es cierto, contra todo pronóstico estas la refuerzan."

Si tu hijo experimenta lo que es perder, tendrás una gran oportunidad para enseñarle cómo asimilar una derrota. 
Por ejemplo, le puedes transmitir que es más importante disfrutar del momento que centrarse tanto en el resultado final. 
De esta manera, el final no será algo determinante, priorizando en sus sentimientos lo que se ha disfrutado a lo largo de toda la experiencia.

La Importancia de Experimentar la Derrota

Es muy importante que tu hijo experimente la pérdida de sus batallas, que sepa afrontarlas con entereza y no derrumbarse ante ellas. 
Así aprenderá a no enfadarse con los demás, reconociendo su esfuerzo y su victoria. 
Por otro lado, muchas veces cuando nos ganan nos llevamos un montón de lecciones de cómo hacerlo mejor para la próxima vez.

Saber perder le permitirá a tu hijo no tomarse los fracasos como una puerta que se cierra de golpe, sino como una oportunidad para mejorar, madurar y crecer en ese aspecto que aún le falta por desarrollar. Así, aumentará su tolerancia a la frustración y en vez de dejarse arrastrar por las adversidades, sabrá utilizarlas a su favor para salir fortalecido de ellas.



Sin duda, con la derrota el niño asumirá que tiene una parte de responsabilidad en lo que ocurre también cuando la realidad no cumple con sus expectativas. 
Será una oportunidad para no culpar a los demás y no creer que es la mala o la buena suerte la que ha interferido en el resultado, por mucho que sea lo que le pida el cuerpo. 
De esta manera, verá el error como una posibilidad de enmendar y corregir algo que no ha hecho del todo bien o como una oportunidad para cambiar.

"Perdiendo, a veces, también se gana, pues siempre habrás aprendido algo"

Si dejas ganar a tu hijo le estarás impidiendo que disfrute de la gran experiencia de perder que, aunque a priori pueda parecer negativa, es muy necesaria. 
Tarde o temprano se encontrará con dificultades que deberá resolver. 
Si no ha aprendido a perder, ¿cómo puedes esperar que actúe con entereza, madurez y que sepa mantenerse en pie ante una derrota con implicaciones más importantes que la que se produce en un juego?

Además, se pierda o se gane siempre se aprende algo. 
Pues es el camino lo que importa lo que hay que saber disfrutar, ya que es en él donde se puede encontrar la verdadera sustancia de todo aprendizaje. 
No tengas miedo si tu hijo se pone triste por perder en un juego. 
Tan solo es eso, un simple juego y además verás como se le pasa rápido. 
Si aprende a aceptar el resultado, sea el que sea, con deportividad estarás sentando una base muy fuerte y poderosa que le permitirá superar cualquier obstáculo que se le presente en el futuro.



Fuentes: Raquel Lemos Rodríguez
Para La Mente Es Maravillosa
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Celotipia - Cuando Los Celos Son Enfermizos -



“El que no tiene celos no está enamorado” o eso dijo el obispo y filósofo San Agustín hace muchos años. Muchos estaréis de acuerdo con esta frase de San Agustín, pero todo dependerá del grado de celos del que estemos hablando.

Sentir celos alguna vez en nuestra pareja no está lejos de la normalidad, el problema aparece cuando los celos son extremos, excesivos y se llegan a convertir en una obsesión, un trastorno, una enfermedad…

Pero, ¿Por qué existen los celos?

Todo tiene una explicación y es que todas las emociones existen por algún motivo, para realizar alguna función que nos ayude a sobrevivir. 
Por lo tanto, sentir celos es algo totalmente normal y a lo largo de nuestra filogenia nos ha sido útil para mantener nuestra pareja unida y así, asegurar que nuestros genes se perpetúen.

Las personas sentimos celos cuando creemos o percibimos que otra persona podría arrebatarnos algo que consideramos es de nuestra propiedad, en este caso nos referimos a la pareja, pero también se sienten celos con hermanos, padres, amigos…

Te preguntarás entonces que si es algo evolutivo, por qué no todos somos celosos o por qué unos somos más celosos que otros.

Ser una persona celosa tiene mucho que ver con la autoestima. ¿Y qué no tiene que ver con ella?

Las personas con baja autoestima, como ya sabemos, confían menos en sí mismas y son más inseguras lo que provoca que sus percepciones de amenaza por una posible pérdida, sean mucho mayores, ya que tienden a pensar que no están a la altura de los deseos de su pareja y que esta, por lo tanto, tiene muchas posibilidades de fijarse en otro u otra.

Al ser más inseguras, también tienden más a depender de su pareja para todo, la pareja se convierte en su centro vital, por lo que la posibilidad de pérdida les provoca mucho más temor que a una persona más segura de sí misma, más independiente y con una autoestima más equilibrada.

Los celos también pueden surgir cuando se han sufrido experiencias pasadas de engaños con otras parejas, lo que provoca que seamos más reacios a volver a confiar en alguien, aunque ese alguien no tenga nada que ver con quien nos hizo daño en el pasado.



Lo que acabamos de explicar, aunque es muy desagradable para quien lo padece, entra dentro de la normalidad. 

Pero existen casos en los que sentir celos se convierte en un serio problema. 
Ya no se trata de ser una persona simplemente celosa si no de obsesionarse con la idea de que nuestra pareja nos sea infiel a pesar de que no haya evidencias que respalden esta creencia.

Son esas personas que huelen a su pareja cuando llegan a casa, le revisan los bolsillos de la ropa en busca de pruebas, les interrogan todo el tiempo sobre qué han hecho, dónde han estado y con quién, les espían el teléfono…

Estas actitudes acaban por romper la pareja definitivamente. 
La persona celotípica desea ejercer un total control sobre la vida de su pareja ya que está convencida de que le es infiel y además ve rivales por todas partes, sin motivo racional ninguno. 
Al final, lo que se consigue es el efecto contrario, la pareja acaba alejándose, rompiendo o incluso siendo infiel.

Hemos comentado que los celos en general, y la celotipia en particular tienen mucho que ver con problemas de autoestima o complejos, así como con experiencias pasadas de infidelidades. 
Es necesario también que conozcas por qué este problema se mantiene en el tiempo y no se soluciona. Aunque parezca mentira, aparte de la persona enferma, la pareja también tiene mucho que ver en su mantenimiento.

Las conductas que tú, como persona celosa, realizas con tu pareja tales como vigilarlo, interrogarlo, espiar su teléfono, olerlo, llamarlo una y otra vez se denominan conductas de comprobación y seguridad.

A corto plazo pueden calmar tus celos y provocarte alivio pero a largo plazo lo único que hacen es mantener el problema e incluso agravarlo. La ansiedad tan grande que te produce no preguntarle a tu pareja sobre por qué esa compañera de trabajo le ha llamado, hace que no puedas evitar asegurarte de que nada hay entre ellos.

La pareja, por su parte, con sus mejores intenciones y para intentar calmarte suele contestar a esas llamadas, a tus interrogatorios, a darte toda clase de explicaciones que de nada sirven, a dejarte su teléfono…etc.  lo que también hace que permanezca el problema.


Fuentes: Alicia Escaño Hidalgo 
Para La Mente es Maravillosa

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Personas Que Piensan Que la Responsabilidad De Sus Males es Siempre De Los Demás



“La responsabilidad y la culpa de todo lo que me pase es siempre de los demás”. “Los demás son los responsables de mis desgracias. Yo no tengo nada que ver en todo esto”. ¿Te resultan familiares estas frases? ¿Te reconoces en ellas o reconoces a alguna persona de tu entorno que piense así?

Hay muchas personas que son incapaces de asumir la responsabilidad de sus actos. Y es que cuando uno no es capaz de asumir que el que dirige su vida, el que elige, el que actúa es uno mismo… difícilmente tomará la iniciativa de hacerse con el timón de su destino. En estos casos siempre hay un culpable para todas sus desgracias: por supuesto, siempre alguien de fuera.

Es mi pareja, es mi madre, es mi cuñada, es esa persona que conocí… 
El abanico es amplio. Tan amplio como queramos hacerlo. La ceguera más limitante es la de no poder asumir esa parte que nos pertenece, que afortunadamente nos pertenece, y que no es de otros ni del azar. La negación más absoluta y el convencimiento empecinado de que el que tiene la “culpa” de lo malo que me pasa es siempre el otro.

Proyectan fuera su parte de responsabilidad para no asumirla

Tirando de ingenio, hay verdaderos artistas en buscarle las cosquillas a la realidad para justificar lo que se dicen a sí mismos: que la responsabilidad de lo que les ha ocurrido no es suya. No tienen problemas ni reparos en caer en el autoengaño, en parte porque están tan acostumbrados a él que realizan el proceso con cierta inconsciencia. Sin embargo, el autoengaño no deja de ser una limitación importante que difumina la realidad y la hace cada vez menos nítida. Más caótica, más hostil.

Perdemos el norte cuando depositamos en los demás nuestra responsabilidad. Cuando actuamos con capricho. Cuando nos frustramos porque el otro no puede responder como nos gustaría a nuestras demandas. No puede o no quiere. Y esa no es nuestra guerra. El otro es libre de actuar como quiera. Nosotros tendremos que ser los que actuemos en consecuencia.



Estas personas ocupan gran parte de su tiempo quejándose. La queja es su bandera. Nunca es suficiente. Pueden quejarse hasta del detalle más insignificante. Hay una incapacidad absoluta para digerir la frustración. Se vuelven auténticos tiranos de su reino. Lo peor de todo es que el daño empieza a hacer herida por ellos mismos y luego sigue por las personas que les quieren.

Los demás no siempre van a satisfacer mis necesidades

Esto tiene mucho que ver con no conocerse, con no haber profundizado en uno mismo y con sentir a las sombras propias como extrañas. Conocerse y aceptar que uno es de una manera concreta, ahora, en este momento, es el primer paso para poder cambiar. Si desconocen sus necesidades, sus impulsos y de dónde nacen sus actos, difícilmente podrán buscar y encontrar una solución.

Si alguien no les hace caso, patalearán como un niño, llamarán su atención, buscarán hacerse presentes a toda costa. Todos o casi todos los medios llegan a valer en esta guerra. El otro tiene que verles como sea. Y cuando el otro no les da lo que necesitan, enfurecen, se enrabieto. Les desean todo el mal posible y le hacen culpable de su frustración; si pueden le cargo con la culpa para que no vuelva a decepcionarles.

Una frustración que nace en el momento en que alguien no lo deja todo y pone todo su empeño en satisfacer sus necesidades. Por otro lado, en algunos casos las personas que tienen a su alrededor las resuelven tan pronto que ni siquiera se percatan de que han pedido ayuda y de que se la han prestado. Además, cuando sí se percatan no es extraño que tengan la sensación de que no tienen nada que agradecer ya que para ellas era una obligación del otro responder a sus demandas.

Recupera las flechas que lanzas fuera  y ganarás en madurez

No perciben al otro como un ser separado de ellos. Perciben al otro como un esclavo que ha de satisfacer sus necesidades de tiranía. Yo mando y tú obedeces mis ordenes. Y si no las obedeces ya me encargaré de hacerte sentir culpable y responsable de mi desgracia. Este es su hilo silenciado de pensamiento.



“Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y no estás en este mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no hay nada que hacer”
-Fritz Perls-
En el momento en el que recuperen todas las flechas que lanzan hacia fuera podrán adquirir más conciencia de las situaciones y remediar esa incapacitante ceguera de la que han hecho su bandera. Su punto de partida en toda comunicación con el exterior y sobre la que han edificado sus esquemas mentales. Hablamos de una costumbre que es complicada de romper, madurada durante tiempo, pero de la que se puede salir si la persona recibe la ayuda adecuada.

Fuentes: Alicia Garrido Martín
Para La Mente Es Maravillosa
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