18 de noviembre de 2017

Meditacion Para Liberar el Pasado -


Para encontrar la paz interna, tenemos que liberar el pasado.
Si estamos mirando hacia el pasado constantemente y solamente recordamos los momentos dificiles de nuestra vida, detenemos nuestro desarrollo espiritual y limitamos nuestra felicidad futura.
Cualquier tipo de sentimiento de nostalgia, añoranza o remordimiento por haber perdido una oportunidad y los sueños o ambiciones no realizados, limitan nuestra energía de vida.
Cuando estamos en un estado emocional negativo de perdida permanente, a veces idealizamos el pasado, debilitando nuestra conexion con nuestra situación actual.
Si estas en un momento difícil de tu vida debido a una gran perdida personal o haz sufrido un gran trauma emocional, el siguiente ritual e invocación a los cuatro grandes arcángeles te permitirá alzarte, una vez mas, en el centro del circulo de tu ser.

En la inmensa mayoría de las tradiciones, el circulo es una figura sagrada que representa el viaje de la vida.
El circulo de poder es muy parecido a la "rueda medicional" de las tradiciones nativas norteamericanas.

Que Hacer

1 - Crea un circulo de velas o cristales, o simplemente define el circulo con tu imaginacion: visualizalo como un circulo de fuego.

2 - Sientate en el centro de tu circulo mirando al este.

3 - Invoca a cada uno de los cuatro grandes arcángeles por turno, en silencio o en voz alta, y espera hasta sentir que cada uno de ellos esta anclado antes de invocar al siguiente.

4 - Vocaliza las palabras siguientes:  "Ante mi Rafael, ángel del este" (visualiza una luz verde con aura dorada), "Detrás de mi Gabriel, ángel del oeste" (visualiza una luz naranja con aura blanca), "A mi derecha Miguel, ángel del sur" (visualiza una luz amarilla con un aura azul índigo), " A mi izquierda Uriel, ángel del norte" (visualiza una luz roja con un aura violeta).

5 - Ahora enfocate en ti chakra corazón y contempla allí la estrella de David, formada por dos triángulos entrelazados (el símbolo del chakra corazón y del equilibrio).

6 - Invoca mentalmente a los cuatro arcángeles, pidiéndoles que te ayuden a liberar el pasado, esto te permitirá construir una vida positiva, tanto en el presente como en el futuro.
Da gracias y permite que las energías se disuelvan.



Fuentes Consultadas
Gaia Ediciones
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Proteccion con los Angeles -



El Arcángel Miguel es el protector de la humanidad. El es el supremo comandante en jefe de todos los arcángeles y dirige las fuerzas celestiales, sus "legiones de luz", contra el mal (los vicios humanos de inspiración demoniaca, como la ira, el odio, la negatividad, la crueldad, la hostilidad y el conflicto). Podemos considerarlo nuestro supremo ángel guardián. El Arcángel Miguel es un ser de magnifica, asombrosa gloria y de la luz radiante, a quien frecuentemente se le representa montado en un caballo blanco (que simboliza el puro y prístino espiritual) y clavando una lanza a una serpiente, que se retuerce.

El Arcángel Miguel mata simbolicamente el aspecto inferior de la personalidad humana, nuestra autodestructividad, donde residen el miedo y las limitaciones, y permite que emerja la conexion de la mente superior con el alma como un fénix, como el dragón alado de la sabiduría definitiva.



Solicita Protección. Antes de empezar una sección de energía sanadora angélica, es habitual solicitar la protección del Arcángel Miguel y sus legiones de luz. Para que se produzca la sanacion angélica, en muchas ocasiones, la otra persona tendrá que dejar atrás recuerdos conscientes y subconscientes. Durante las sesiones de sanacion angélica muchas veces esto empieza a ocurrir espontáneamente. A veces la persona revivirá emocionalmente toda la experiencia, y puede que le resulte tan dolorosa como cuando sucedió originalmente. Como debemos animar a las otras personas a reconocer sus emociones y a aceptar el dolor para que puedan controlarlo, liberarlo y sanarse, a veces podrán sentirse enfadados, agitados o ponerse a la defensiva.
La protección del Arcángel Miguel nos permite mantenernos abiertos, equilibrados y anclados en el amor incondicional.

La Capa Protectora del Arcángel Miguel




Que Hacer

  1- Invoca al Arcángel Miguel en cualquier momento para que te de protección inmediata. El extenderá su capa protectora sobre tu cuerpo 2 - Usa las frases siguientes: " Arcángel Miguel. ¡ Ayudame! ¡ Ayudame!  Arcángel  Miguel, protegeme de todo mal"....(pedir)....... 3 - Imagina que el Arcángel Miguel extiende su capa protectora a tu alrededor. Visualiza una capa de azul profundo con capucha que te cubre ( o a un ser querido) completamente de la cabeza a los pies.



Fuentes Consultadas
Gaia Ediciones
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Axiomas Hermeticos - Filosofia Hermetica Parte III


Según dice El Kybalion:
«El sabio sirve en lo superior, pero rige en lo inferior<<. 
Obedece a las leyes que están por encima de él, pero en su propio plano y en las que están por debajo de él, rige y ordena.
Sin embargo, al hacerlo, forma parte del principio en vez de oponerse al mismo.
El sabio se sumerge en la Ley, y comprendiendo sus movimientos, opera en ella en vez de ser su ciego
esclavo.
Semejantemente al buen nadador, va de aquí para allá, según su propia voluntad, en vez de dejarse arrastrar como el madero que flota en la corriente.
Sin embargo el nadador, el sabio y el ignorante, están todos sujetos a la ley.
Aquél que esto comprenda va en el buen camino que conduce a la Maestría.
Para concluir, recordamos nuevamente el axioma hermético que dice que: «La verdadera transmutación hermética es un arte mental».
En dicho axioma el hermético indica que el ambiente externo se influencia mediante el poder de la mente.
El Universo, que es totalmente mental, puede ser solamente dominado mediante la mentalidad.
En esta verdad se encontrará la explicación de todos los fenómenos y manifestaciones de los diversos poderes mentales que tanto están atrayendo la atención actualmente, en pleno siglo XX.
Tras toda la enseñanza dada por las diversas escuelas o religiones, yace siempre constantemente el principio de la substancialidad mental del Universo.
Si éste es mental, en su naturaleza intrínseca, fácilmente se deduce que la transmutación mental debe modificar y transformar las condiciones y los fenómenos del Universo, y que la mente debe ser el mayor poder que pueda afectar sus fenómenos.
Si se comprende esta verdad, todos los llamados milagros y maravillas dejarán de tener punto alguno oscuro, porque la explicación es por demás clara y sencilla.
«El Todo es Mente; el Universo es mental.»
El esoterismo es rico en palabras claves, símbolos y «esencias» conceptuales.
Su transmisión, a través de las edades, implicó un esforzado aprendizaje, una memorización de significados, «acentos» y una persistente custodia de sus valores originales para que nada de lo preservado perdiera su color, su sabor, su propósito y su intensidad.
Al amparo de tales premisas fue creciendo paulatinamente el árbol de la ciencia hermética que reconoce como sus raíces a El Kybalion.
Y este último resumen de un conocimiento intemporal, encontró en Hermes Trismegisto a su más consumado mentor y mensajero.
En estas páginas redactadas con hondura y exactitud por tres iniciados, es posible pasar revista a tópicos realmente sapienciales sobre la filosofía oculta.
Sus principios rectores (en los que el mentalismo, la correspondencia, la vibración, la polaridad, causa y efecto, y la generación juegan papeles preponderantes); la transmutación mental, la totalidad, el universo mental, la paradoja divina y los axiomas herméticos son tan sólo algunos de los temas tan bien expuestos aquí.
El Kybalion es, pues, una exposición sincera y rotunda de los esquemas básicos del esoterismo, y como muy bien lo señalan los tres iniciados, no se proponen erigir un nuevo templo de la sabiduría, sino poner manos del investigador la llave que abrirá las numerosas puertas internas que conducen hacia el Templo del
Misterio.
Y, en rigor de la verdad, las muchas reediciones de esta obra, su constante renovación, a través de los distintos círculos herméticos del mundo en sus reflexiones, pláticas, conferencias y clases, son ratificación elocuentísima de las bondades de una doctrina que ilumina a la humanidad desde hace siglos.
Salutación y bendición.


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Axiomas Hermeticos - Filosofia Hermetica - Parte II


«El ritmo puede neutralizarse mediante el arte de la polarización.»
Como ya explicamos en los capítulos anteriores, los herméticos sostienen que el principio del Ritmo se manifiesta en el Plano Mental, así como en el Plano Físico, y que la encadenada sucesión de modalidades, sentimientos, emociones y otros estados mentales, son debida al movimiento oscilante del péndulo mental, que nos arrastra de un extremo a otro.
Los herméticos enseñan además que la ley de la neutralización nos capacita, en gran extensión, a sobreponernos a la operación del Ritmo en la conciencia.
Como ya hemos explicado, existe un plano de conciencia superior, así como uno inferior, y el maestro, elevándose mentalmente al plano superior, hace que la oscilación del péndulo mental se manifieste en el plano inferior, mientras él permanece en el otro, librando así su conciencia de la oscilación contraria.
Ésta se efectúa polarizándose en el Yo Superior, elevando así las vibraciones mentales del Ego sobre el plano de conciencia ordinario.
Es lo mismo que levantarse por encima de una cosa y permitir que ésta pase por debajo.
El hermético avanzado se polariza en el polo positivo de su ser, el Yo Soy, más bien que en el polo de su
personalidad, y, rehusando y negando la operación del Ritmo, se eleva sobre su plano de conciencia, permaneciendo firme en su afirmación de ser, y la oscilación pasa en el plano inferior, sin cambiar para nada su propia polaridad.
Esto lo realizan todos los individuos que han alcanzado cualquier grado de dominio propio, comprendan o no la ley.
Esas personas rehúsan sencillamente el dejarse arrastrar por la oscilación, y afirmando resueltamente su superioridad permanecen polarizados positivamente.
El maestro por supuesto, alcanza un mayor grado de perfeccionamiento porque comprende perfectamente la ley que está dominando con la ayuda de una ley Superior, y mediante su voluntad adquiere un grado de equilibrio y firmeza casi imposible de concebir por los que se dejan llevar de un lado a otro por las oscilaciones de la emotividad.
Recuérdese siempre, sin embargo, que el principio del Ritmo no puede ser destruido, porque es indestructible.
Sólo es posible sobreponerse a una ley equilibrándola con otra, manteniéndose así el equilibrio.
Las leyes del equilibrio operan tanto en el plano mental como en el físico, y la comprensión de esas leyes le permiten a uno sobreponerse a ellas, contrabalanceándolas.
«Nada escapa al principio de causa y efecto, pero hay muchos planos de Causalidad y uno puede emplear las leyes del plano superior para dominar a las del inferior.»
Comprendiendo la práctica de la polarización, el hermético se eleva al plano superior de causalidad, equilibrando así las leyes de los planos inferiores.
Elevándose sobre el plano de las causas ordinarias se convierte uno, hasta cierto punto, en una causa, en vez
de ser un simple efecto.
Pudiendo dominar los sentimientos y modalidades propias, y neutralizando el ritmo, se puede rehuir gran parte de las operaciones de la ley de causa y efecto en el plano ordinario.
Las masas se dejan arrastrar, obedeciendo al ambiente que las rodea, a las voluntades y deseos de algunos hombres más fuertes que ellas, a los efectos de las tendencias heredades o a las sugestiones u otras causas exteriores, no siendo más que simples fichas en el tablero de ajedrez de la vida.
Elevándose sobre esas causas, los herméticos avanzados buscan un plano de acción mental superior, y
dominando sus propias cualidades, se crean un nuevo carácter, cualidades y poderes, mediante los cuales se sobreponen a su ambiente ordinario, haciéndose así directores en vez de dirigidos.
Esos individuos ayudan a la realización del juego de la vida conscientemente, en vez de dejarse mover por influencias, poderes o voluntades externas.
Emplean el principio de causa y efecto en vez de dejarse dominar por él.
Por supuesto, aun los seres más elevados están sujetos a este principio según se manifiesta en los planos superiores, pero en los inferiores son señores y no esclavos.

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Axiomas Hermeticos - Filosofia Hermetica


«La posesión del conocimiento, si no va acompañada por una manifestación y expresión en la práctica y en la obra, es lo mismo que el enterrar metales preciosos: una cosa vana e inútil.
El conocimiento, lo mismo que la fortuna, deben emplearse. La ley del uso es universal, y el que la viola sufre por haberse puesto en conflicto con las fuerzas naturales.»
El Kybalion.

Las enseñanzas herméticas han sido cuidadosamente mantenidas en secreto, en el corazón de sus afortunados poseedores, por las razones ya expuestas, pero nunca se pensó en mantenerlas siempre así.
La ley del uso está encerrada en dichas enseñanzas, como puede verse en el párrafo anterior. Si no se emplea y expresa, el conocimiento es una cosa vana que no puede aportar el menor beneficio a su poseedor ni a su raza.
Guardémonos de toda avaricia mental, y expresemos en la acción lo que hayamos aprendido.
Estúdiense los axiomas y aforismos, pero practíquenselos también.
Damos a continuación algunos de los más importantes axiomas herméticos, tomados de El Kybalion, con algunos comentarios agregados.
Que cada uno los haga suyos y los practique y emplee, porque nunca serán realmente una posesión propia hasta que se los haya llevado a la práctica.
«Para cambiar vuestra característica o estado mental, cambiad vuestra vibración.»
Uno puede cambiar sus vibraciones mentales, mediante un esfuerzo de la voluntad, fijando la atención deliberadamente sobre el estado deseado.
La voluntad es la que dirige a la atención, y ésta es la que cambia la vibración.
Cultívese el arte de estar atento, por medio de la voluntad y se habrá resuelto el problema de dominar las propias modalidades y estados de la mente.
«Para destruir un grado de vibración no deseable, póngase en operación el principio de polaridad y concéntrese a la atención en le polo opuesto al que se desea suprimir. 
Lo no deseable se mata cambiando su polaridad.»
Ésta es una de las más importantes fórmulas herméticas y está basada sobre verdaderos principios científicos.
Ya se indicó que un estado mental y su opuesto eran sencillamente dos polos de una misma cosa, y que mediante la transmutación mental esa polaridad podía ser invertida.
Los modernos psicólogos conocen ese principio y lo aplican para disolver los hábitos no deseables, aconsejando a sus discípulos la concentración sobre la opuesta cualidad.
Si uno tiene miedo, es inútil que pierda su tiempo tratando de matar el miedo, sino que debe cultivar el valor, y entonces el miedo desaparecerá.
Algunos autores han expresado esta idea, ilustrándola con el ejemplo de una habitación oscura.
No hay que perder el tiempo tratando de arrojar afuera a la oscuridad, sino que es muchísimo mejor abrir las ventanas y dejar entrar la luz, y la oscuridad desaparecerá por sí sola.
Para matar una cualidad negativa es necesario concentrarse sobre el polo positivo de esa misma cualidad, y las vibraciones cambiarán gradualmente de negativas en positivas, hasta que finalmente se polarizará en el polo positivo, en vez de estarlo en el negativo.
La inversa es también verdad, porque muchos han encontrado el dolor por haberse permitido vibrar demasiado constantemente en el polo negativo de las cosas.
Cambiando la polaridad pueden dominarse las modalidades y estados mentales, rehaciendo toda la disposición propia y construyendo así el carácter.
Mucha parte del dominio que los herméticos avanzados poseen sobre su mentalidad es debida a la
inteligente aplicación de la polaridad, que es uno de los más importantes aspectos de la transmutación mental.
Recuérdese el axioma hermético, citado anteriormente, que dice:
«La mente, así como los metales y los elementos, puede transmutarse de grado en grado, de condición en condición, de polo a polo, de vibración en vibración.»
Dominar la polaridad significa dominar los principios de la transmutación o alquimia mental; porque, salvo que se adquiera el arte de cambiar la propia polaridad, no se podrá afectar el ambiente que nos rodea.
Si comprendemos ese principio podemos cambiar nuestra propia polaridad, así como la de los demás, siempre que dediquemos a ello el tiempo, el cuidado, el estudio y la práctica necesarios para dominar ese arte.
El principio es verdad, pero los resultados que se obtienen dependen de la persistente paciencia y práctica del estudiante.





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San Pascual Bailon



De mí se ha escrito mucho, pero no siempre ajustado a la realidad. El afán de encuadrar mi vida dentro del marco de lo «maravilloso» ha contribuido a que aparezca un tanto irreal y poco asequible; por eso me he propuesto narrarla yo mismo para que llegue a vosotros de primera mano y podáis conocer lo que me parece que sucedió.

Algunos de mis biógrafos ya os la contaron de forma bastante objetiva; pero yo lo quiero hacer dando mi visión, comunicando lo que pienso sobre ella; porque no todo lo que reluce es oro, ni lo sencillo carece de importancia.

La mayoría de las cosas que os cuento las dijeron mis paisanos y todos aquellos que me conocieron cuando, después de morirme, pretendieron hacerme santo. Como es natural, sólo cuentan las cosas buenas y, por el cariño que me tenían, las exageran un poco. De ahí que valgan para saber el aprecio en que me tenían, pero menos para describir la realidad. Yo siento tener que rebajarles, algunas veces, las opiniones que vierten sobre mí, pero en honor a la verdad, no puedo engañaros.

Así pues, acoged mi narración como un gran relato de los que nos solían contar nuestros mayores cuando, en esas largas noches de invierno, nos reuníamos junto al fuego para calentarnos y pasar la velada.

Un niño que fue pastor

Yo, Pascual Baylón Yubero, nací en Torrehermosa, un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza, el 16 de mayo de 1540. El llamarme Pascual fue debido a que era Pascua de Pentecostés y, como era costumbre en las familias, había que ponerme el santo del día.
Otra cosa es lo de Baylón. Mucha gente sigue creyendo que es un mote por mi condición de marchoso; y nada más lejos de la realidad, ya que, por temperamento, siempre fui retraído y poco dado al jolgorio. Baylón era el apellido de mi padre y de mi abuelo Martín.

Fui el segundo de los hermanos. La mayor era Juana, y después venían Francisco, Juan, Lucía y Ana. Tuve tres hermanos más del anterior matrimonio de mi padre, pero murieron tan jóvenes que no llegué a conocerlos. El recuerdo que me queda es el de una familia feliz con pocos haberes y mucha generosidad, sobre todo mi madre Isabel, que además de lindo parecer, era muy buena cristiana. No había necesitado en el pueblo que no encontrara en mi casa acogida y cariño; y eso me fue calando hasta moldear mi vida.
A diferencia de mis hermanos, yo era, más bien, de temperamento tímido e introvertido. Cuando mi padre se ponía a jugar con ellos a pelota delante de casa, yo me refugiaba en el dintel de la puerta; y ante las invitaciones para que me uniera a ellos, solía contestar esbozando una sonrisa de agradecimiento. Gozaba más viéndolos jugar que participando en el juego. Pero esto no quiere decir que fuera un niño sombrío y triste. Los vecinos decían que era de rostro alegre y humilde; y me tenían por un alma buena, por eso todos me querían como al vivir.
Esta capacidad de contemplar la vida es lo que me llevó siempre a buscar al Señor. Cuando tenía seis o siete años, fui a casa de mi primo Francisco que estaba enfermo. Muchas veces me había quedado mirando el hábito que llevaba, pues era costumbre vestir a los niños con un hábito por haber hecho alguna promesa; y al verlo encima de una silla pensé: «Esta es la ocasión».

Me lo enfundé como pude y me presenté, muy ufano, ante la concurrencia. Después de las risas que provocaron mi travesura, vino el intento de quitármelo, a lo que me resistía. Tuvieron que llamar a mi madre para que desistiera, y en medio del enfado les dije: «No importa, más tarde seré fraile».
Como no había escuela -la más cercana estaba en el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta y para mi familia era todo un lujo-, tan pronto fui capaz me mandaron a guardar las pocas ovejas que tenía mi padre; así comencé a trabajar como pastor. Pero mi tía Isabel me complicó la vida. Tenía también unas cabras y me las endilgó para que las guardara junto con las ovejas. Sin embargo no me averiguaba con ellas. Díscolas como son, se metían por los sembrados y por las viñas; hasta que, harto ya, le dije a mi madre: «No me mande más que cuide las cabras, pues se comen los trigos y yo no quiero hacer daño a nadie».
De zagal en Alconchel

Así fui aprendiendo el oficio, hasta que mi padre me puso a pastorear el rebaño de un vecino de Alconchel, un pueblo cercano al mío. Allí entré en contacto con otros pastores, trabando una gran amistad con Juan de Aparicio. Los dos pasábamos mucho tiempo juntos, lo que nos permitía contarnos nuestros problemas y hasta cantar letrillas a la Virgen y al Santísimo, acompañándonos con el rabel que yo mismo me había hecho.

Con todos los amos me llevé bien, pero Martín García me tomó tanto cariño que me propuso adoptarme corno hijo y hacerme su heredero. Yo me lo pensé y, al final, le dije que no, pues pensaba hacerme fraile.
Este proyecto lo había hablado muchas veces con mi amigo Juan, quien solía decirme: «Ya que queréis haceros fraile, sea de los de Santa María de Huerta, que además de ser rico, está en vuestra tierra». Pero yo siempre le contestaba: «No me viene en grado, porque aquí me conocen todos».
Desde Alconchel se divisaba también la blanca ermita de Nuestra Señora de la Sierra, por la que sentía una predilección especial. Hasta los mayorales, a cuyas órdenes pastoreaba, se daban cuenta de ello y lo comentaban entre sí: «A mi zagal Pascual veo yo todas las mañanas vuelto hacia la ermita de Nuestra Señora de la Sierra antes de encender el fuego». Y es que en aquel puntido blanco -que era lo único que se veía- concentraba yo mi fe para alabar al Señor y a su madre María.
No sé qué pensarían de mí mis compañeros, porque nunca me lo dijeron; pero solían decir a la gente que era un joven sensato y amable, dado a la oración y enemigo de la ociosidad. Que hacía a la vez rosarios y rabeles para los momentos de solaz. En fin, un joven de actitud y ademanes alegres, aunque reservado, que ni jugaba, ni maldecía, ni decía tonterías.

El oficio de pastor era duro, pero dejaba mucho tiempo libre que podía degenerar en ociosidad. Yo lo empleaba rezando, hablando y cantando con los amigos y labrando objetos de madera, como suelen hacer los pastores. En el cayado grabé una cruz; e hice también una pequeña Virgen que me servía para concentrar mi oración cuando no encontraba una ermita donde dirigir la mirada. Pero aún así, me sobraba tiempo, y mi carácter reservado se compensaba con la necesidad de conocer más cosas, de saber más. ¿Por qué no aprendía a leer?
Mi madre tenía un devocionario que heredó de mi abuela. Como tampoco sabía leer me lo dejó; y yo, con mucha constancia y cabezonería -por algo era aragonés- empecé a preguntar a los compañeros que sabían algo por el nombre de las letras. Después, con el mismo método, aprendí a juntarlas formando palabras, hasta que logré no sólo entender lo que leía sino escribirlo también.
Todavía queda por ahí un «cartapacio» que me hice, siendo ya fraile, con las cosas que iba escribiendo.
Pero la verdad es que no resultó fácil aprender a leer y escribir; y mucho menos conseguir papel, tinta y pluma. Sin embargo la compensación fue muy grande. Además del rabel, podía llevar en el zurrón el rosario de junco y las horas de Nuestra Señora para rezar

Por tierras del Vinalopó

Alconchel se me quedaba pequeño. Ya tenía 18 años y había que decidir mi futuro. Mi madre había muerto, y aunque mi madrastra -María García, la «Capellana»- era una buenísima persona, ya no era como antes. La ocasión me vino que ni pintada. Era el tiempo de la trashumancia y teníamos que llevar el ganado hacia Andalucía. Al pasar por Peñas de San Pedro -un pueblecito de Albacete-, me paré a ver a mi hermana Juana, que estaba sirviendo en casa de los señores García Moreno. Estuve con ella unos días y seguí con el ganado. Al llegar a Almansa, me encontré con que un ganadero -el señor Osa de Alarcón- necesitaba un pastor, por lo que me quedé a su servicio, ya que estaba más cerca de mi hermana.

Un tiempo después me salió la proposición de pastorear el ganado del señor Aparicio Martínez en Monforte del Cid, y allí que me fui. Estuve, por lo menos, dos años, y trabé amistad no sólo con el mayoral, Antonio Navarro, sino, incluso, con los zagales.

Luego pasé a Elche, a las órdenes del dueño del ganado Bartolomé Ortiz; un ganado muy grande que para buscarle pastos no sólo había que ir hasta Orito, sino por toda la Vega Baja.

En los cuatro años que pasé trabajando como pastor por estas tierras hice grandes amigos, pero, sobre todo, me encontré con los frailes Alcantarinos que estaban fundando convento en Orito y en Elche. Estos religiosos pertenecían a la Orden Franciscana y, para ser más consecuentes con la vida de S. Francisco y con el Evangelio, habían hecho una Reforma -los Descalzos- de mayor austeridad y contemplación, siguiendo los pasos de S. Pedro de Alcántara.

Trabé una gran relación con ellos y pude comprobar que era la forma de vida que siempre había deseado vivir, hasta el punto de pedirles que me admitieran. Sin embargo las cosas grandes necesitan cierto tiempo para madurar; y mi decisión de hacerme fraile Alcantarino era para mí una cosa grande.

La mayor herencia que pudieron dejarme mis padres, ya que eran pobres, fue enseñarme a ser un cristiano honrado y consecuente. En mi oficio de pastor siempre intenté ser justo y solidario con mis compañeros. Cuando algunas ovejas, en un descuido, entraban en algún sembrado, solía apuntar en mi librito, forrado de piel, el nombre del dueño para resarcirle de los daños; y si no tenía tinta, tomaba un poco de sangre de la oreja de algún cordero. Para evitar esos daños, trataba de no ir por sendas que estuvieran entre trigales. Pero si, por desgracia ocurrían, o lo pagaba con mi dinero o les ayudaba a segar, que para eso llevaba una hoz en el zurrón.

Otra de las cosas que me enseñaron mis padres fue a respetar lo ajeno. En una ocasión, siendo todavía niño, un mayoral trataba de obligarme a que robara uvas para comer los pastores. Yo me negué en redondo aduciendo que no pensaba hacerlo, y si quería uvas que se las comprara. Esta actitud la mantuve siempre, por lo que nunca tomaba fruta de los árboles por donde pasaba.

Siempre traté de ser honesto con los demás e ir con la verdad por delante. Tan es así que cuando me tocaba ir a declarar, por algún problema con el rebaño, el juez nunca me pedía el juramento, cosa extraña entre pastores que teníamos fama de mentirosos. Otra cosa que siempre procuré fue aceptar mis responsabilidades. Como algunas veces llevaba zagales a mi cuidado, tuve que comprarme un reloj para saber con exactitud las horas de salida y de llegada, así como el tiempo para las comidas.

A estos zagales, prácticamente unos niños, yo les enseñaba el catecismo y los secretos del oficio, como el no tirar piedras a las ovejas o llevar cuidado con los mastines para que no mordieran a los transeúntes. Y como las enseñanzas entran mejor con los ejemplos, yo trataba de ser alegre y comprensivo con ellos, a pesar de mi carácter reservado, acompañando sus cantos con el rabel y haciendo las faenas más duras y molestas. Ellos, a su vez, también me hacían algunos favores, como tener cuidado del ganado cuando, todas las mañanas, asistía a misa en la ermita

Una vez el dueño del ganado me llamó la atención porque siempre lo llevaba al mismo sitio, los alrededores de Orito. Y era cierto, pues tanto me admiraba esa vida que llevaban los frailes, que estaba siempre cerca de la ermita de Nuestra Señora de Loreto; dormía en una loma cercana al convento y por la noche iba a orar a la puerta del santuario de la Virgen, y por la mañana a misa. Por lo que le contesté al dueño que ni yo ni el ganado nos encontrábamos bien fuera de allí; una prueba de ello era que el ganado engordaba a la vista de Nuestra Señora.

Este continuo merodear por la ermita era una expresión de mi madurez como cristiano. Aunque siempre me habían atraído, pues al centrar mi mirada en ellas casi veía a la Virgen o al Señor -objeto de mi oración-, ahora sentía una fuerza que me arrastraba a compenetrarme con Jesús, olvidándome por completo de lo que pasaba a mi alrededor. Algún compañero llegó a decir, incluso, que me elevaba del suelo.

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Pobre y para los pobres

De mi madre, sobre todo, había aprendido a ser solidario con los pobres. Cuando estaba en Monforte trabajando de pastor, solía dar parte de mi sueldo a los pobres; pues el pan era del amo, y no estaba bien que lo diera.

Después, cuando me hice fraile, no solamente salía a pedir limosna sino también a compartir lo que tenía. Mi oficio de portero me permitía ser como las manos generosas de la Fraternidad que están siempre abiertas y dispuestas a repartir cariño y pan. Por eso, el único convento en el que no me gustaba ser portero era el de Orito, ya que por su distancia del pueblo no se acercaban los pobres.

En una ocasión le dije a un compañero que los frailes, cuando viajamos, tendríamos que llevar, por lo menos, dos panes; y no para nosotros sino para socorrer a los pobres que nos encontráramos por el camino.

En nuestros conventos desde siempre existió la costumbre de dar un plato de sopa a los necesitados. Yo, en vez de sopa, solía hervir una olla de berzas, a la que añadía el pan y la carne que aportábamos los religiosos; porque yo siempre fui del parecer que a los pobres, aunque tengan necesidad, no se les puede dar las sobras.

A mediodía, se hacía una cola interminable a la puerta del convento. Hubo frailes que se ponían nerviosos por si les faltaba el pan. Pero nunca faltó; a pesar de que, algunas veces, venía bastante ajustado.

Allí acudía toda clase de gente; desde mozos jóvenes a los que había que alentar para que se pusieran en amo, hasta estudiantes pobres, a los que, por respeto, los hacía entrar dentro del convento para servirles la sopa.

Al que también trataba con más cuidado era a un anciano de Villarreal al que la fortuna le había vuelto la cara. Tenía unos cien años y yo, por respeto, lo entraba a un recibidor y le servía y acompañaba durante la comida.

Lo normal es que hiciera una olla grande de sopa; pero también pedían frutas y hortalizas, hasta el punto de que tenía el hábito rozado por los lados de tanto pasar por un mirto que había a la entrada de la huerta. El hortelano se enfadaba, y con razón; pero no me iba a dejar a los pobres sin comer. En una ocasión vino una mujer a pedir acelgas para un enfermo. Yo, como de costumbre, me fui a la huerta a buscarlas; y me llevé un chasco al ver que, por las muchas que había dado ese día, sólo quedaban los troncos pelados, de modo que no podía satisfacerla.

A la mañana siguiente vino una pobre mujer a pedir acelgas. Yo le dije que no habían, ya que el día anterior las había dado todas a los pobres. Pero me remordió la conciencia y me fui a la huerta. Cuál no sería mi sorpresa al ver los troncos llenos de hojas frescas y verdes. La gente creía que era un milagro; pero yo pienso que cuando hay generosidad y ganas de compartir, siempre se produce el milagro.

En aquellos tiempos de gran necesidad, los conventos eran, casi, los únicos refugios para los pobres. Los frailes tratábamos de compartir lo que la gente nos daba y nosotros sacábamos de la huerta; pero muchas veces no era suficiente. A mí se me partía el corazón al tener que despedir a un pobre porque ya no quedaba nada. Entonces, iba a la huerta y, para que no se fuera con las manos vacías, le daba un ramillete de flores. A pesar de parecer una burla, el pobre lo comprendía y me daba las gracias.

Algunas veces la gente no pedía comida sino charlar y compartir sus problemas. El «Mestre Guillem», como le llamábamos en Valencia, era un francés afincado en España que hacía cuerdas de vihuela y, con frecuencia, nos daba para hacer disciplinas. Pues bien; sin saber cómo, había cogido una depresión de caballo. Su mujer lo había llevado a toda clase de frailes de la ciudad, pues creía que estaba endemoniado, hasta que un día vino a verme y nos pusimos a charlar paseando por la huerta. Yo no recuerdo lo que le dije, pero le volvieron las ganas de vivir y la gente lo tomaba como un milagro.

A Dios rogando...

Con todo, lo más importante de la vida religiosa, como podéis suponer, no eran las mortificaciones sino la oración y el cariño a los demás hermanos. Los rezos estaban distribuidos a lo largo de toda la jornada, de modo que pudiéramos acoger siempre al Dios que se nos manifiesta para nuestro bien.

A las doce de la noche rezábamos Maitines. Como yo dormía poco, estaba encargado de despertar a los frailes. Para ello me servía de un palo con el que golpeaba las puertas de las celdas, al mismo tiempo que decía: «¡A maitines, hermanos! A alabar a Dios y a su santísima Madre».

Después de rezar, muchas veces ya no volvía a dormir sino que continuaba con mis oraciones. Me arrodillaba, juntaba las manos a la altura de la cabeza, con los codos separados del cuerpo, y seguía relacionándome con Dios que tanto nos quiere.

Al amanecer rezábamos Laudes. Sonaba la campana y acudíamos todos a alabar al Señor por el nuevo día. Después, como no existía la costumbre de concelebrar, los sacerdotes decían su misa. Yo, como encontraba en la Eucaristía la razón de mi entrega a Dios y a los demás, trataba de ayudar el mayor número posible. Algunas veces comenzaba y, a la mitad, tenía que irme para ayudar otra.

Al terminar las misas me iba al trabajo, hasta que la campana me avisaba de nuevo que teníamos que rezar. A mediodía la comida y después, mientras los frailes descansaban un poco, yo me iba a la huerta para tenerla en condiciones.

Al atardecer rezábamos de nuevo las Vísperas. Cenábamos y, antes de acostarnos, volvíamos al coro para rezar Completas. Cuando llegaba la noche estaba muerto de trabajar. Me iba a la celda, me acurrucaba apoyado en la pared, y me dormía como un bendito.

... Y con el mazo dando
Pero todo no es rezar; hay que poner en práctica el modo de actuar de Dios que aprendemos en la oración. Y si nos quiere tanto, que se comprometió a que perdiéramos los miedos que nos atenazan y nos impiden gozar con libertad, también nosotros tenemos que ayudarnos a ser felices. Yo, al menos, lo intenté con mis hermanos
.
Al entrar de fraile, me había propuesto estar a disposición de todos. Y, en la medida de lo posible, lo hacía, no sólo desde mi puesto de trabajo sino ayudando a los demás en los ratos libres de que disponía. En este sentido, muchas veces acompañé a los predicadores cuando salían para hacer algún sermón. Mientras ellos predicaban, yo rezaba para que calara en la gente.
Esta decisión de servir podrá parecer fácil, pero a mí me costaba, dado mi temperamento y mi cabezonería. Ya os dije que muchas veces tenía que frenarme para no explotar y empezar a dar gritos ante lo que me parecía mal; o ceder, en muchas ocasiones, ante cosas sin importancia. Para confirmarlo, basta referir lo que me dijo un fraile: «¡Cuidado, fray Pascual, que eres tozudo y aragonés!». Yo, como sabía que era verdad, le contesté sonriendo: «Si, sí, que lo digas».
Pero la vida está para ir corrigiendo defectos; por eso no me apenaba tener que reconocerlos cuando alguien me lo advertía. El guardián tuvo que hacerlo varias veces porque, siendo portero, me olvidaba por la noche de quitar la llave de la cerradura; o, en otra ocasión, porque se me ocurrió tender el hábito en medio del claustro; o aquella vez que, en un descuido, rompí la tinajuela de las aceitunas. Pero también yo, algunas veces, reprendía con cariño a los frailes que no hacían lo correcto. Cuando, en horas de rezo, me tropezaba con alguien solía comentarle con sorna: «¿Qué se hace por aquí? ¿Cómo no se va al coro?».
Mantener la convivencia siempre supone un gran esfuerzo; de ahi que yo me propusiera como norma ser duro conmigo mismo pero suave con los demás.
Una vez, un fraile se molestó porque no le atendía tan pronto como hubiera querido. Yo, con el fin de aplacarle, le insinué: «Tenga un poco de paciencia, bendito». Pero el hermano, fuera de sí, empezó a decirme de todo. Para no irritarle más, me callé y dejé pasar la tempestad.
A pesar de estos contratiempos, yo quería mucho a mis hermanos y solía demostrarlo cuando venía el caso. Era costumbre en el convento, guardar el mejor vino para los enfermos, y no se podía dar sino con el permiso del guardián. Un fraile, para probarme, fingió que le dolía el estómago y me pidió un poco de vino. Al traérselo me recriminó que tuviera en tan poco la obediencia. Pero yo le respondí que, para mí, la caridad ya incluye la obediencia, por lo que no tenía de qué arrepentirme.
Estos gestos de generosidad solía prodigarlos para hacer más llevadera la convivencia. Cuando el guardián solía repartir los pocos hábitos nuevos que se hacían, yo procuraba hacerme el despistado para que no me alcanzasen; y una vez que me vi obligado a recoger unos retales para remendar el mío, los volví a dar a otro.
La verdad que no me importaba demasiado ir con el hábito estrecho y remendado. Más aún, lo prefería. Por eso, una vez que el guardián me dio un hábito nuevo, decidí ponerle un remiendo para ir más tranquilo.
Lo mismo hacía con la comida. Me sentía satisfecho con cualquier cosa, con tal de que los otros comiesen bien. Si iba de limosna acompañado por algún joven, al regreso nos sentábamos cerca de alguna fuente y escogía los mejores trozos de pan para que se los comiera. Disfrutaba yo viéndole comer.
Como tenía fama de santo, los hermanos confiaban en mí. Una vez me encontré con un fraile que estaba apesadumbrado porque tenía hinchado el pie. En plan de broma le dije: «¿Quieres que le dé un azote con las disciplinas y verás como se pone bueno?». El hermano dijo que sí, pero al intentar darle quitó el pie. Al encontrármelo, cojeando, unos días después, le insinué con sorna: «Ya estuviera bueno si llevara el azote». Y es que, muchas veces, es necesario el humor para que la convivencia no chirríe.

A partir de esta descripción, pintaron un cuadro que está en la sacristía de mi pueblo, Torrehermosa, y que vosotros tenéis en la portada. Si no es una fotografía, creo que se acerca bastante a lo que fui yo, pues nunca me miré en ningún espejo.
De todos modos, lo importante no es que sepáis como fui y lo que hice, sino que mi vida os ayude a encontrar la felicidad en el servicio a los demás y en la búsqueda de Dios.





Fuentes Consultadas
Directorio Franciscano
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Santo Domingo Savio



Historia:

Domingo significa: El que está consagrado al Señor.

Entre los miles de alumnos que tuvo el gran educador San Juan Bosco, el más famoso fue Santo Domingo Savio, joven estudiante que murió cuando apenas le faltaban tres semanas para cumplir sus 15 años.

Nació Domingo Savio en Riva de Chieri (Italia) el 2 de abril de 1842.
Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía familiar haciendo costuras para sus vecinas.
Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar a la Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy de mañana y se encontraba cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía, mientras llegaba el sacristán a abrir.
El día anterior a su primera confesión fue donde la mamá y le pidió perdón por todos los disgustos que le había proporcionado con sus defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el famoso propósito que dice: "Prefiero morir antes que pecar".
A los 12 años se encontró por primera vez con San Juan Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el santo tenía para niños pobres. Don Bosco para probar que tan buena memoria tenía le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo
después llegó Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto se cumplió admirablemente.
Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba malas conversaciones. El sacerdote le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció aunque esto le costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño de ducha. Y San Juan Bosco añade al narrar este hecho: "Si este jovencito hubiera seguido yendo a aquel sitio no habría llegado a ser santo". Pero la obediencia lo salvó.
Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le fue posible. Entonces cuando los dos peleadores estaban listos para lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo: "Antes de lanzarse las
pedradas digan: <<Jesús murió perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero perdonar a los que me ofenden>>". Los dos enemigos se dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la tal pelea. Por muchos años recordaban con admiración este modo de obrar de su amiguito santo.


EucaristíaCada día Domingo iba a visitar al Santísimo Sacramento en el templo, y en la santa Misa después de comulgar se quedaba como en éxtasis hablando con Nuestro Señor. Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas. Tanto le emocionaba la visita de Jesucristo en la Santa Hostia.
Por tres años se ganó el Premio de Compañerismo, por votación popular entre todos los 800 alumnos. Los compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial con todos. El repetía: "Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres".
Con los mejores alumnos del colegio fundó una asociación llamada "Compañía de la Inmaculada" para animarse unos a otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado. Y es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo Savio.
En un sueño - visión, supo que Inglaterra iba a dar pronto un gran paso hacia el catolicismo. Y esto sucedió varios años después al convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres ingleses al
catolicismo. Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una casa lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos sacramentos. El sacerdote fue allá y le ayudó a bien morir.
Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te podía pegar yo también porque tengo más fuerza que tú. Pero te perdono, con tal de que no vuelvas a decir lo que no conviene decir". El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.
Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó. Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí
los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían". Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.
La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía un día a su hijo: "Entre tus alumnos tienes muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a ayudar a todos y en todo".
San Juan Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía triste jamás, aunque su salud era muy deficiente y sus problemas enormes. Pero un día los alumnos lo vieron extraordinariamente serio. ¿Qué pasaba? Era que se alejaba de su colegio el más amado y santo de todos sus alumnos: Domingo Savio. Los médicos habían
dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba demasiado débil para seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a descansar en su pueblo. Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que habría de morir primero. Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su santo educador que en sólo tres años de bachillerato lo había llevado a tan grande santidad, los alumnos que lo rodeaban comentaban: "Miren, parece que Don Bosco va a llorar". - Casi que se podía repetir aquel día lo que la gente decía de Jesús y un amigo
suyo: "¡Mirad, cómo lo amaba!".
Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios". Y así fue.
El 9 de marzo de 1857, cuando estaba para cumplir los 15 años, y cursaba el grado 8º. De bachillerato, Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la eternidad. Llamó a su papacito a que le rezara oraciones del devocionario junto a su cama (la mamacita no se sintió con fuerzas de acompañarlo en su agonía y su fue a llorar a una habitación cercana). Y a eso de las 9 de la noche exclamó: "Papá, papá, qué cosas tan hermosas veo" y con una sonrisa angelical expiró dulcemente.
A los ocho días su papacito sintió en sueños que Domingo se le aparecía para decirle muy contento que se había salvado. Y unos años después se le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que están en el cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: "Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso".
Hagamos el propósito de conseguir la hermosa Biografía de Santo Domingo, escrita por San Juan Bosco. Y hagámosla leer en nuestra familia a jóvenes y mayores. A todos puede hacer un gran bien esta lectura.



Fuentes Consultadas
EWTN Fe
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San Marcos De Leon -



Historia

San Marcos Evangelista (en griego: Markos) (siglo I) es considerado tradicionalmente el autor del Evangelio de Marcos.

Era un niño cuando Jesús predicaba y probablemente fue uno de los primeros bautizados por San Pedro el día de Pentecostés.

Parece que su familia era la dueña de la casa donde Jesús celebró la Ultima Cena, donde estaban los apóstoles reunidos el día de Pentecostés cuando recibieron al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.

Era primo de San Bernabé y acompañó a este y a San Pablo en el primer viaje misionero que hicieron estos dos apóstoles. Pero al llegar a regiones donde había muchos guerrilleros y atracadores, donde según palabras de San Pablo: "había peligro de ladrones, peligro de asaltos en los caminos, peligro de asaltos en la soledad" (2 Cor.), Marcos se atemorizó y se apartó de los dos misioneros y se volvió otra vez a su patria.
En el segundo viaje Bernabé quiso llevar consigo otra vez a su primo Marcos, pero San Pablo se opuso, diciendo que no ofrecía garantías de perseverancia para resistir los peligros y las dificultades del viaje. Y esto hizo que los dos apóstoles se separaran y se fueran cada uno por su lado a misionar. Después volverá a ser otra vez muy amigo de San Pablo.
San Marcos llegó a ser el secretario y hombre de confianza de San Pedro. Como le escuchaba siempre sus sermones que no eran sino el recordar los hechos y las palabras de Jesús, Marcos fue aprendiéndolos muy bien. Y dicen que a pedido de los cristianos de Roma escribió lo que acerca de Jesucristo había oído predicar al apóstol. Esto es lo que se llama "Evangelio según San Marcos".

San Pedro llama a Marcos en sus cartas: "Hijo mío". Y San Pablo cuando escribe a Timoteo desde su prisión en Roma le dice: "Tráigame a Marcos, porque necesito de su colaboración". Dicen los antiguos historiadores que fue un compañero muy apreciado por los dos apóstoles.
A San Marcos lo pintan con un león, porque él era secretario de San
Pedro, el cual dejó escrita esta frase: "Vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, da vueltas alrededor de vosotros buscando a quién atacar". (1 P. 5,8) y porque su evangelio empieza hablando del desierto, y el león era considerado el rey del desierto.
Dicen que San Marcos fue nombrado obispo de Alejandría en Egipto, y que allá en esa ciudad fue martirizado por los enemigos de la religión un 25 de abril.



Fuentes Consultadas
Javier Aguera Renese
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Sanacion Planetaria - Angeles


Mucha gente expresa el deseo de ayudar a otros, especialmente después de observar las terribles situaciones que asolan el mundo.
Se sienten cargados por estas visiones del sufrimiento inimaginable y son guiados a pedir ayuda a los Ángeles.
El arcángel Sandalphon es el guardián de la Tierra y se encarga de la sanacion planetaria, no reprimas tus emociones, puesto que esto produce bloqueos y afecta a tu salud.
Mas bien, enfocate en los sentimientos y emociones que estas imagenes abrumadoras han generado en ti.
Esto alivia tus sentimientos de tensión y dirige la energía hacia donde es mas necesaria.

Como Practicar La Sanacion Planetaria

Que Hacer

1- Sientate cómodamente en una silla y con los pies apoyados en el suelo.

2- Visualiza unas raíces que crecen desde las plantas de tus pies para enraizarte y fortalecerte.
Respira con naturalidad para que tus circuitos energéticos se abran y fluyan con suavidad.

3- Invoca a Sandalphon y alineate con su energía sanadora. Sentirás que la energía entra en ti por el chakra corona, desciende hacia el chakra corazón y por los brazos hacia las manos, hasta salir por los chakras de las palmas.

4- Permiteme sentirte rodeado por esta energía, que suele percibirse como una esfera de luz arco iris. Ahora estas preparado para trasmitir energía sanadora angélica.

5- Visualiza el arco iris girando y saliendo de ti hacia el área de tensión que has elegido. Ve la situación y toda la gente involucrada absorbiendo esta energía, veras que el área se ilumina con la luz iridiscente del arco iris.

6- Mientras sigues visualizando, toma conciencia de todos los demás sanadores y grupos de sanacion planetaria, que también están emitiendo arco iris de esperanza. Son los hijos de la luz, los guerreros del arco iris. Permite que tu energía se funda con la suya y siente como aumentar su intensidad.

7- Muchos "trabajadores de la luz" meditan cada día enviando energía sanadora en forma de arco iris, saben que el planeta y las personas necesitadas la recibirán del modo que sea mas apropiado para ellas.
Ahora te sentirás como si fueras parte de esta poderosa energía dirigida por los ángeles.

8- Para finalizar, desvinculate de la energía. Enraizate pidiendo al Arcángel Rafael que asiente, cierre, selle y proteja tus chakras y aura.


Fuentes Consultadas
Gaia Ediciones
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Sanacion a La Distancia -


La sanacion a la distancia, o en ausencia, es una excelente manera de empezar a practicar la sanacion angélica.
También es una forma muy poderosa de trabajar con el Arcángel Rafael y es valida por si misma, puesto que no necesitas toda la "parafernalia" de la tercera dimensión (sala de terapia, camilla).
La sanacion a distancia también es una manera genial de desarrollar tu conciencia miltidimensional de las energías sanadoras que nos rodean a todos en la tierra.
En su forma mas simple, la sanacion a distancia puede ser una oración dicha para la persona que te ha pedido ayuda.
Recita una oración simple e incondicional.

La Esfera Esmeralda de Energía Sanadora Angélica del Arcángel Rafael

Que Hacer

1- Decide a quien enviar la energía.

2- Lavate las manos con agua fresca y secatelas completamente.

3- Sientate cómodamente en una silla, toma varias respiraciones profundas e invocar al Arcángel Rafael.

4- Empieza a sensibilizar tus manos sacudiéndolas delicadamente. Después frotate las palmas con rapidez, haciendo un movimiento circular para acumular el chi superficial.

5- Manten las manos con las palmas una frente a otra y a una distancia aproximada de 20cm. Siente la energía irradiar y vibrar entre tus manos, juega con esta energía (la sentirás como caramelo pegajoso).

6- Empieza a formar una esfera con esta energía de color verde esmeralda.

7- Pide al Arcángel Rafael que bendiga y cargue la esfera esmeralda con su poderosa energía sanadora.

8- Cuando sientas pulsar intensamente la esfera con energía sanadora, enviarla a la persona y visualiza que la absorbe. Visualizala sana, fuerte y sonriente.


Fuentes Consultadas
Gaia Ediciones
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Sanar a Otros - Angeles



Pide a tu compañero que tome abundante agua antes y después de cada sesión para facilitar la retirada de los bloqueos energéticos y la toxicidad emocional.
Tu deberías hacer lo mismo.
Preparate relajándote y tomando conciencia de tu respiracion.

Como Sanar a los Demás

Que hacer

1 - Pide al cliente o paciente que se tumbe de espaldas, con almohadas o cojines debajo de la cabeza y las rodillas.

2 - Pide al Arcángel Rafael que te envié una hermosa esfera de energía sanadora verde esmeralda.
Contempla la energía sanadora flotando sobre tu cabeza. Deja que fluya hacia tu chakra corona, bajando por tu cuerpo y anclandose en tu chakra corazón.

3 - Deja que la energía fluya en dirección descendente por tus brazos hasta los chakras de las manos.
Vas a colocar las manos sobre tu compañero, la cantidad de tiempo que dejes las manos en cada parte depende de tu intuición, pero normalmente se suelen dejar entre tres y cinco minutos.

4 - Colocate en el extremo de la camilla, donde esta la cabeza del cliente. Mientras mantienes estas primeras cinco posiciones de las manos puedes permanecer cómodamente sentado.

5 - Coloca las palmas de las manos suavemente sobre la coronilla y dejalas descansar.

6 - Coloca las manos sobre los ojos.

7 - Acuna la cabeza poniendo las manos por debajo de ella.

8 - Coloca las manos, con las bases de las palmas, a cada lado del cuello, y las palmas y los dedos ligeramente apoyados en la garganta.

9 - Coloca los dedos pulgares justo debajo de las claviculas y alineados con ellas, con las palmas hacia el esternón.

10 - Colocate a un lado del cliente para tratarle el corazón, el plexo solar y la zona del estomago. Pon ambas manos sobre la caja torácica siguiendo una linea recta a lo largo de la base del esternón.

11 - Coloca ambas manos en linea recta, justo encima de la cintura.

12 - Coloca ambas manos justo debajo de la cintura, al nivel de las caderas.

13 - Pasa a las piernas. Ve bajando por las piernas por etapas.
Trabaja cada pierna por separado o ambas al mismo tiempo.

14 - Posicionate en el extremo de la camilla y pasa a los pies. Trata las partes superiores de ambos pies, y después, coloca las manos sobre las plantas.

15 - Retira las manos de los pies y coloca las palmas de las manos a unos diez centímetros de las plantas de los pies.
Usa tu intuición para observar el equilibrio polar masculino-femenino de tu cliente. El pie derecho representa la polaridad masculina y el izquierdo, la femenina. Manten las manos en esa posición hasta que haya cesado todo movimiento energético. Esto fortalece la estructura del esqueleto y lleva a tu compañero a regresar plenamente a su cuerpo físico, lo que señala el final del tratamiento.



Fuentes Consultadas
Gaia Ediciones
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Genero Mental - Filosofia Hermetica Parte II


Los instructores herméticos imparten enseñanzas concernientes a este punto, pidiendo a sus discípulos que se atengan al proceso de su propia conciencia, a su propio yo.
El discípulo fija entonces su atención internamente sobre el ego que está en cada uno de nosotros.
Cada estudiante ve que su propia conciencia le da como primer resultante de la existencia de su yo: «Soy Yo y yo».
Esto, al principio, parece ser la palabra final de la conciencia, pero un examen ulterior desprende el hecho de que esto «yo soy» puede separarse en dos partes distintas o aspectos que, si bien trabajan al unísono y en
conjunción, sin embargo puede ser separadas en la conciencia.
Si bien al principio parece que sólo existe un único Yo, un examen más cuidadoso revela que existe un «yo» y un «mí».
Este par mental difiere en características y naturaleza, y el examen de esta, así como de los fenómenos que surgen de la misma, arrojan gran luz sobre muchos de los problemas de la influencia mental.
Comencemos considerando el «mí», que generalmente se confunde con el «yo», si no se profundiza mucho en los recesos de la conciencia.
El hombre piensa de sí mismo (en su aspecto de «mí» o «me») como si estuvieran compuesto por ciertos sentimientos, agrados, gustos, y disgustos, hábitos, lazos especiales, características, etc., todo lo cual
forma su personalidad, o el ser que conoce él mismo y los demás.
El hombre sabe que estas emociones y sentimientos cambian, que nacen y mueren, que están sujetos al
principio del Ritmo y al de la Polaridad, cuyos principios lo llevan de un extremo a otro.
También piensa de sí mismo como cierta suma de conocimientos agrupados en su mente, que forman así una parte de él.
Éste es el «mí» o «me» del hombre.
Pero quizás hemos precedido demasiado aprisa.
El «mí» de muchos hombres está compuesto en gran parte de la conciencia que tiene de su propio cuerpo y de sus apetitos físicos, etc.
Y, estando su conciencia limitadas en alto grado a su naturaleza corporal, prácticamente «viven allí». Algunos hombres van tan allá en esto que consideran su apariencia personal como parte de su «mí», y realmente la consideran parte de sí mismo.
Un escritor dijo con mucho humorismo en una oportunidad que el hombre se compone de tres partes: «Alma, cuerpo y vestidos».
Y esto haría que muchos perdieran su personalidad si se les despojara de sus vestidos.
Pero, aun aquellos que no están tan estrechamente esclavizados con la idea de su apariencia personal, lo están por la conciencia de sus cuerpos.
No pueden concebirse sin él.
Su mente les parece que es algo «que pertenece» a su cuerpo, lo que, en muchos casos, es realmente cierto.
Pero conforme el hombre adelanta en la escala de la conciencia, va adquiriendo el poder de desprender a su «mí» de esa idea corporal, y puede pensar de su cuerpo que es algo «que pertenece» a su propia parte mental.
Pero aun entonces es muy capaz de identificar el «mí» completamente con sus estados mentales, sensaciones, etc., que siente existen dentro de él.
E identificará esos estados consigo mismo, en vez de estimarlos como simples «cosas» producidas por su mentalidad, existentes en él, dentro de él y proviniendo de él, pero que, sin embargo, no son él mismo. Puede comprobar también que esos estados cambian mediante un esfuerzo volitivo, y que es capaz de
producir una sensación o estado de naturaleza completamente opuesta de la misma manera, y, sin embargo, sigue existiendo siempre el mismo «mí».
Después de un tiempo, podrá así dejar a un lado esos diversos estados mentales, emociones, sentimientos,
hábitos, cualidades, características y otras posesiones personales, considerándolas como una colección de cualidades, curiosidades o valiosas posesiones del «no mí».
Esto exige mucha concentración mental y poder de análisis de parte del estudiante.
Pero ese trabajo es posible, y hasta los que no están muy adelantados pueden ver, en su imaginación, como se realiza el proceso descrito.
Después de realizado ese ejercicio el discípulo se encontrará en posesión consciente de un «Ser» que puede ser considerado bajo su doble aspecto del «yo» y de «mí».
El «mí» se sentirá como algo mental en lo que pueden producirse los pensamientos, ideas, emociones, sentimientos y otros estados mentales.
Puede ser considerado como si fuera la «matriz mental», según decían los antiguos, capaz de generar mentalmente.
Este «mí» se denuncia a la conciencia poseyendo poderes de creación y generación latentes, de todas clases.
Su poder de energía creadora es enorme, según puede sentirlo uno mismo.
Pero, a pesar de todo, se tiene la conciencia de que debe recibir alguna forma de energía, bien del mismo «yo», inseparable compañero, o bien de algún otro «yo», a fin de que así pueda producir sus creaciones mentales.
Esta conciencia aporta consigo una realización de la enorme capacidad de trabajo mental y de poder creador que encierra.
El estudiante encuentra pronto que no es todo lo que hay en conciencia íntima, pues ve que existe un algo mental que puede «querer» que el «mí» obre de acuerdo con cierta línea creadora y que, sin embargo, permanece aparte, como testigo de esa creación mental.
A esta parte de sí mismo se le da el nombre del «yo».
Y puede reposar en su conciencia a voluntad.
Allí se encuentra, no una conciencia de una capacidad de generar y crear activamente en el sentido del proceso gradual común a las operaciones mentales, sino más bien de la conciencia de una capacidad de proyectar una energía del «yo» al «mí»: «Querer» que la creación mental comience y proceda.
También se experimenta que el «yo» puede permanecer aparte, testigo de las operaciones o creaciones mentales del «mí».
Este doble aspecto existe en la mente de toda persona, el «yo» representa al Principio Masculino del género mental, y el «mí» al Principio Femenino.
El «yo» representa el aspecto de Ser; el «mí» el aspecto de «devenir».
Se notará que el principio de correspondencia opera en este plano lo mismo que en el que se realiza la creación del Universo.
Los dos son parecidos, si bien difieren enormemente de grado.
«Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba».
Estos aspectos de la mente —los principios masculinos y femeninos— el «yo» y el «mí» —considerados en relación con los fenómenos psíquicos y mentales ya conocidos—, dan la clave maestra para dilucidar la operación y manifestación de esas nebulosas regiones de la mente.
El principio del género mental aporta la verdad que se encierra en todo el campo de los fenómenos de influencia mental.



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