11 de octubre de 2017

Las Amantes del Dios Apolo


Cuenta Píndaro que el paradero de Apolo es el legendario país de los Hiperbóreos, donde ninguna nave puede llegar.
Allí vive el pueblo sagrado que no conoce enfermedad, ni edad, y del que están ausentes penas y luchas.
Por todas partes se escuchan coros de muchachas, sonidos de lira y flauta.
Allí se deleita Apolo, allí podemos encontrarlo...

No fue muy feliz, sin embargo, en sus amores; siempre algo trágico se manifestaba.
Si bien, no le fue mal con las Musas.
Con Talía engendró a los Coribantesque integraran el coro de Dioniso; con Urania, a los músicos, Lino y Orfeo.

El más tranquilo de todos sus amores fue el que vivió con la ninfa Cirene, hija del centauro Quirón.

Se sabe que donde hay una ninfa hay seducción.
Y, para regocijo de los Olímpicos, el mundo estaba lleno de ellas… Después llegaron los humanos, y donde hay uno, la seducción es escasa.

Apolo espiaba a Cirene desde el Olimpo.

Le gustaba verla cazar, perseguir animales, utilizar el arco.
El telar y las tareas domésticas no eran para ella.
Salía noche y día para encontrar animales cada vez más salvajes.

Cirene se regocijaba con su virginidad y en lo inmaculado de su lecho.
Apolo también… Pensó entonces el dios en buscar la forma en que Cirene no lamentara la perdida de su doncellez. Eligió la forma de lobo. Pensó que de esa manera ambos tendrían más placer.
Nunca olvidaron el primer encuentro.Apolo condujo después a Cirene a Libia, donde Afrodita la trasladaría a un palacio subterráneo. En aquella tierra Cirene encontraría animales salvajes para cazar. También le otorgó Apolo un cortejo de ninfas.
Nació de ellos Aristeo, quien fue educado por las musas en el don de la profecía.

Cuentan testigos de la época que Eros, irritado contra Apolo cuando se ejercitaba en el manejo del arco, le inspiró, en venganza, una gran pasión por la ninfa Dafne.

Pero ésta no correspondió a sus deseos, y huyó a las montañas. Apolo, la persiguió y estuvo a apunto de alcanzarla.
Dafne, desesperada, dirigió una plegaria suplicando que la metamorfosearan, para así escapar de los abrazos deldios. La transformaron en la planta de laurel.
Apolo hizo de ellos su corona.

Otra historia nos habla de su amor por Corónide.
La joven jugueteaba con los pies en el agua de un lago... Apolo la vio y la deseó...
Como siempre para él; el deseo era algo que lo asaltaba repentinamente y del que quería librarse lo antes posible.
La aproximación fue embriagadora y veloz.
Luego se retiró dejando un cuervo, que por entonces eran blancos, para que la vigilara.

Como es natural, Corónide quedó embarazada, pero tuvo la mala idea de ceder al amor de un mortal, Isquis.
Advertido por el cuervo, Apolo, el que hiere de lejos, sufrió un acceso de cólera divina y miró al cuervo con tanto odio, que su negra mirada transformó para siempre el color del animal.
Apolo pidió a su hermana Artemisa que fuera a matar a la infiel.
La flecha de la diosa se hundió certera en el pecho de Corónide, pero antes de morir confesó que también mataban al hijo del dios.
Justo antes de que el cuerpo fuera colocado en la pira, el dios arrancó de su seno al niño, vivo aun, Asclepio.

Cuentan los testigos del caso que Apolo en vano trató de reanimara Corónide, su cuerpo ya estaba rodeado por la hoguera y el fuego ya lo atacaba, pero las llamas se abrieron, y la mano del dios extrajo del vientre de la joven a su hijo, ileso. A Asclepios, “aquel que cura”.

El niño, fue entregado al centauro Quirón, quien lo instruyó en el conocimiento de la medicina.
Los progresos de Asclepio fueron tantos que llegó a resucitar a algunos muertos.
Este hecho logró transformarlo en objeto de la ira de Zeus, quien lo fulminó con un rayo.
Apolo sintió muchísimo la muerte de su hijo, y quiso vengarse. Pero no pudo hacerlo justamente sobre Zeus, entonces mató a flechazos a los Cíclopes, que eran los forjadores del rayo de su padre.

Zeus, más encolerizado aún, quiso recluirlo en el Tártaro, más allá del Hades, pero Leto intervino y logró que Zeus redujera la condena.
Entonces, cambió la pena: Apolo, el que hiere de lejos, debe rebajarse a la condición de esclavo en la corte del rey Admetos, de quien hablaremos más adelante.

Amada por Apolo fue también Marpesa.
Pero un mortal se le adelantó.
Fue raptada por Idas, que se la llevó a Mesenia.
Allí, Idas y Apolo se batieron. Zeus los separó y dio a Marpesa la posibilidad de elegir entre los dos amores. Y ella eligió al mortal. Tenía temor de que Apolo la abandonara en su vejez...
Pero, evidentemente, lo que no tenía era la menor idea de cuales son las costumbres divinas...

Casandra fue, sin duda, un gran amor de Apolo.
Hija de Príamo y Hecuba, hermana de Héctor y Paris.
Apolo la amaba y, para seducirla, la prometió que le enseñaría las artes de la adivinación.
La joven aceptó las lecciones, pero, una vez concluidas, lo rechazó, cosa bastante común en la vida del bello dios.
Apolo en venganza, le dejó la capacidad de adivinar, pero la condenó a que nadie creyera en sus predicciones. Así, a pesar de profetizar las cosas más serias, no fue creída por nadie.

Entre sus amores masculinos encontramos a su predilecto, al hermoso Jacinto,a quien Apolo mismo mató sin querer, lanzando el disco.
Otro amor fue Cipariso, que se convirtió en un ciprés huyendo desesperado del cortejo del dios.

Pero el amor por el joven rey Admetos fue el más apasionado.
Sabemos que Zeus lo había condenado a servir en la corte del rey Admetos.
Las Moiras (los Hados) hilan la vida de los mortales y sólo pueden ser engañadas cuando están en ebriedad, pero jamás se encuentran de esta manera.
Apolo lo logró, sólo por amor... Logró embriagarlas para que pospusieran la muerte del amado.
Así nuestro dios, pasó un año como pastor de rebaños de este rey provinciano hermoso y amante de la hospitalidad.
Cuando supo por Apolo que el momento de la muerte podía ser aplazado si se reemplaza por otro, el rey comenzó a recorrer las casas de los conocidos, incluso sus padres, para que mueran en su lugar.
La única que lo acepta es su esposa Alcestis. Pero el hecho es otro.
En este amor Apolo llega a convertirse en el gran amante, no sólo por el hecho de haber emborrachado a la Moiras, sino por aceptar estar al servicio del amado, cosa que nadie en Grecia toleraba como digno: era algo despreciable el ser pagado por su amado.
Y fue en esta condición, como esclavo de su amado, la que logró aplazar el momento de su muerte. Ningún varón, divino o mortal, hizo algo así por amor en los años dorados del Olimpo.

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