11 de noviembre de 2017

Ezequiel, Angel Profético -


Siendo una niña de corta edad, la actual y núbil princesa heredera, Lisomar, vivió durante algún tiempo creyendo, a pies juntillas, que el cosmos terminaba a las puertas de la corte; que, allende los ríos Orbe y Urbe, que venían a aislar prácticamente el reino de Duelta, el mundo, inmundo, se deshacía ora en oscuridades, ora en lenguas de fuego. 
La princesa había colegido, destilado o extraído dicha verdad (provisional, menos mal; con el transcurso implacable del tiempo, convenientemente refutada y superada) de un sueño falsamente profético que tuvo, precisamente, el mismo día que cumplió seis años.

En sus excursiones oníricas, Lisomar veía el pasado a la izquierda y el futuro a la derecha de la panorámica. 
El ser asiduo por antonomasia en sus sueños se llamaba Ezequiel
Era un ángel extraordinario, pues solía ir siempre vestido, cubierto, calzado y alado de negro, y se hacía acompañar de Pegasus, un corcel de idéntico color al de su jinete y asimismo alado, que acostumbraba a bufar, en lugar de los resoplidos normales, rayos y centellas. 
Ezequiel, a quien en todo momento identifiqué con el sobrenombre o apodo pintiparado de "El Zorro" (nunca aduje o formulé la razón incontrovertible e incuestionable de todo lo referido o tocante a ello, porque quienquiera que se acercó al asunto y/o allega al caso de marras reconoció y acepta sin ambages que el alias no sólo le cuadraba, sino que todavía le va que ni pintado, como alianza al anular), tenía la virtud divina de la omnisciencia. 
Y, así, le había predicho con tino el día y la hora en la que tendría su primera menstruación y la fecha concreta, exacta, en la que el hijo, Bufón, de un saltimbanqui, Burlón, quienes habitualmente andaban en comandita de sendos monos tití al hombro, le rasgó el himen a la titi, quiero decir, la desvirgó.

También, durante otro sueño, Ezequiel le reveló el sitio insospechado, lugar jamás imaginado por ella, donde su señora y señera madre, la reina Solimar, escondía y guardaba las epístolas que, desde hacía un par de décadas, por lo menos, le remitía cada mes su ardiente enamorado, el mismísimo rey Gelán, quien, con ocasión de los esponsales de la reina con el rey Idom, habiendo sido invitado a los tales y tras coger una cogorza como una seo el contrayente, le abrió de par en par las puertas y las ventanas del paraíso a Solimar.

Ezequiel tuvo a bien anunciarle con antelación a la princesa Lisomar lo mismo que, años atrás, juzgó oportuno adelantarle, por idéntico procedimiento, otro sueño, a su madre, que sólo conocería el verdadero Amor en los exclusivos brazos de un hombre casi siempre alejado, ausente, ergo, que no sería en los de su esposo; y que dicha fatalidad le produciría una desazón crónica, que las misivas mensuales de su amado sólo lograrían atenuar o mitigar en parte.



Fuentes Consultadas
Los Angeles y sus profecias
Siguiente

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por tu Comentario