19 de diciembre de 2017

Libro De Los Muertos - La Magia Del Nombre



Dentro de las creencias mágicas sobre el nombre, pensaban los egipcios que éste venía a individualizar a cada persona de una manera plenamente determinante. 
El destino de cada hombre estaba unido entrañablemente a su nombre; ese es el motivo de que en los ritos funerarios el nombre estuviera considerado como un elemento especialmente valioso de la personalidad, al que se le debía el mismo respeto que a la propia momia o al ka del difunto.

De acuerdo con estas creencias, conocer el nombre de un individuo equivalía a poseer un poder de tipo mágico sobre esa persona. 
Ya vimos que se pensaba, incluso, que si el nombre era borrado de las inscripciones ello equivalía a la plena aniquilación y olvido del hombre. Ya comentamos el proceso que tras su muerte fue seguido contra Akhenatón. 
Algo similar había sucedido antes cuando Tutmosis III ordenó borrar el nombre de su suegra, Hatshepsut, de todos los monumentos. La reina había usurpado el poder durante 15 años y el joven príncipe no se lo perdonó.

En el corazón de las creencias egipcias sobre el nombre reposaba la idea de que el nombre de una persona (o de un dios) debía mantenerse secreto; no debía ser conocido por nadie. 
Si el nombre era divulgado se producía un acto impío y sacrílego que podía acarrear nefastas consecuencias para su portador. Pensaban los egipcios que cuando se pronunciaba el nombre de una persona se estaba revelando, realmente, la esencia más íntima de su ser. Otros individuos que conocieran el nombre podían causar daños a la persona gracias a la utilización de poderes mágicos no deseados. 
Por ese motivo el verdadero nombre debía mantenerse oculto a los profanos.

Cuando nacía un niño se le imponían tres nombres; los dos primeros se mantenían en el más riguroso secreto, de modo que solamente el tercero era conocido por todos. Este tercer nombre, el menos importante, venía a corresponder con el cuerpo físico de la persona. La finalidad última de este secretismo buscaba evitar, según decíamos, que posibles actos de magia negativa produjeran encantamientos perniciosos sobre la persona. En la medida en que los nombres más importantes, es decir, los que configuraban la personalidad del individuo, se mantenían en secreto no resultaba posible que terceras personas pudieran utilizar poderes mágicos contra ellos.

En uno de los himnos de Ramsés II encontramos referencias muy precisas acerca del nombre secreto del Creador y de la necesidad de que no sea conocido por nadie: «Él (Amón) es demasiado grande para que se le pregunte, demasiado poderoso para que se le conozca. La muerte se abatirá sobre quien pronuncie su nombre misterioso, inconocible».

La Diosa Maat, por ejemplo, en su calidad de Diosa de la justicia y del orden, hace que unas moléculas se ordenen para ser madera y otras para que sean moléculas animales. Pero no solo estaba a cargo de este aspecto del orden, de que imperase el orden en todo lo imaginable (desde los organismos unicelulares hasta el cielo), sino que también se encargaba de la justicia en este mundo y en el de más allá. 
Y cuando se menciona el Juicio de Osiris, a quien el difunto de verdad tenía que enfrentar, y si podía engañar, es al tribunal y a la Pluma de Maat.

Cualquier egipcio pudiente, que se pudiera agenciar una buena momificación, podía intentarlo. Pero se encontraba con algunos inconvenientes, casi insalvables, por un lado el hecho de ser un humano, y como tal, imperfecto, y or el otro, que como persona agraciada y pudiente, seguramente no haber llevado una vida demasiado virtuosa y correcta.

Su alma debía realizar la Declaración de Inocencia, expediente que debían pasar las almas de todos los difuntos ante los 42 dioses que forman el tribunal.

Declaración de Inocencia Típica, ante los Cuarenta y Dos dioses del Tribunal :


¡Salve, Oh tú, que caminas a grandes zancadas, que sales de Heliópolis! …. No cometí iniquidad.
¡Salve, Oh tú, que oprimes la llama, que sales de Hheraha! …. No robé con violencia.
¡Salve, Oh tú, Nariz Divina, que sales de Hermópolis! … No fui codicioso
¡Salve, Oh tú, Devorador de sombras, que sales de la caverna! …. No he robado.
¡Salve, Oh tú, El de rostro terrible, que sales de Re-stau! … No maté a ninguna persona.
¡Salve, Oh tú, Tuty, que sales del cielo! … No disminuí las medidas (de áridos)
¡Salve, Oh tú, El de los ojos de fuego, que sales de Letópolis! …. No cometí prevaricación
¡Salve, Oh tú, incandescente, que sales de Khetkhet! … No robé los bienes de ningún dios
¡Salve, Oh tú, Triturador de huesos, que sales de Heracleópolis! … No dije mentiras
¡Salve, Oh tú, Espabilador de la llama, que sales de Menfis! … No robé comida.
¡Salve, Oh tú, El de la caverna, que sales del Occidente! … No estuve de mal humor.
¡Salve, Oh tú, el de los dientes blancos, que sales de El Fayum! … No transgredí nada.
¡Salve, Oh tú, El que se nutre de sangre, que sales de la sala de sacrificio! … No maté ningún animal sagrado.
¡Salve, Oh tú, Devorador de entrañas, que sales de la “Casa de los Treinta”! … No fui acaparador de granos.
¡Salve, Oh tú, Señor de la Justicia, que sales de Maaty! …. No robé pan.
¡Salve, Oh tú, Errante, que sales de Bubastis! … No me entrometí en cosas ajenas
¡Salve, Oh tú, Pálido, que sales de Heliópolis! …. No fui hablador
¡Salve, Oh tú, Doblemente malvado, que sales de Andjty! … No disputé nada más que por mis propios asuntos.
¡Salve, Oh tú, Uarnernty, que sales de la sala del juicio! … No tuve comercio (carnal) con una mujer casada.
¡Salve, Oh tú, El que mira lo que trae, que sales del templo de Min! … No forniqué.
¡Salve, Oh tú, Jefe de los Grandes (dioses), que sales de Imu! … No inspiré temor.
¡Salve, Oh tú, Demoledor, que sales de Huy! … No trasgredí nada.
¡Salve, Oh tú, El confidente de disturbios, que sales del Lugar santo! …. No me dejé arrastrar por las palabras.
¡Salve, Oh tú, El Niño, que sales del Heeqa-andj! … No fui sordo a las palabras de la Verdad.
¡Salve, Oh tú, El que anuncia la decisión, que sales de Unsy! … No fui insolente.
¡Salve, Oh tú, Basty, que sales de la Urna! … No guiñé el ojo.
¡Salve, Oh tú, El de rostro vuelto, que sales de la Tumba! …. No fui depravado ni pederasta.
¡Salve, Oh tú, El de pierna ígnea, que sales de las regiones crepusculares! … No fui falso.
¡Salve, Oh tú, Tenebroso, que sales de las Tinieblas! …. No insulté a nadie.
¡Salve, Oh tú, El que aporta su ofrenda, que sales de Sais! … No fui violento.
¡Salve, Oh tú, Poseedor de varios rostros, que sales de Nedjefet! … No juzgué precipitadamente.
¡Salve, Oh tú, Acusador, originario de Utjenet! … No transgredí mi condición montando en cólera contra dios.
¡Salve, Oh tú, Señor de los dos cuernos, que sales de Assiut! … No fui hablador.
¡Salve, Oh tú, Nefertum, que sales de Menfis! … Estoy sin pecados, no hice el mal.
¡Salve, Oh tú, Tem-sep, que sales de Busiris! … No insulté al rey.
¡Salve, Oh tú, El que actúa según su corazón, que sales de Tjebu! … No he pisado el agua.
¡Salve, Oh tú, Fluido, que sales de Nun! … No hablé con soberbia.
¡Salve, Oh tú, Regidor de los hombres, que sales de ru Residencia! … No blasfemé contra dios.
¡Salve, Oh tú, Procurador del bien, que sales de Huy! …. No me comporté con insolencia.
¡Salve, Oh tú, Neheb-kau, que sales de la Ciudad! … No hice excepciones en mi favor.
¡Salve, Oh tú, Cabeza prestigiosa, que sales de la Tumba! … No acrecenté mi riqueza, sino con lo que me pertenecía en justicia.
¡Salve, Oh tú, In-dief, que sales de la Necrópolis … No calumnié a dios en mi ciudad.
Como se puede apreciar, no era para nada fácil llegar a la vida eterna.

Los egipcios pudientes que se podían permitir una momificación para preservar correctamente el cuerpo y que los sacerdotes le rezaran, realizando a su favor conjuros y hechizos, sabían, sin embargo, con lo qué se iban a enfrentar, y por eso dejaban en sus tumbas una copia del Libro de los Muertos, para que, una vez difuntos pudieran recurrir a él y consultarlo para saber cómo llegar, primero, a la sala de la Doble Maat (ahí donde se les juzga) y una vez allí, cómo poder superar el juicio con habilidad. 
Para eso existía el artilugio de refugiarse en Kephry, el Dios Escarabajo, utilizando un amuleto que representa su figura, y poniendo éste sobre la balanza de Maat en vez del propio corazón, acción no excenta de peligro, pues los dioses, si bien eran tolerantes con aquél que venía bien instruido y había buscado el apoyo de Kephry, y de buena gana aceptaban las hábiles argumentaciones del escarabajo, no por eso serían más indulgentes a la hora de la verdad.



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