28 de septiembre de 2017

Embalsamamiento Egipcio - Parte II


El séptimo Genio era el más esotérico, jamás se le nombraba, y tenía una misión específica en el peso del corazón ante el Tribunal de Osiris, en la Sala de la Verdad-Justicia.
Pasados los 70 días rituales, el cadáver era retirado del recipiente de natrón y mostraba una integridad tan perfecta, que hasta las pestañas y las cejas permanecen intactos, cambiando muy poco el aspecto del cuerpo.
Se le trenzaba el cabello y le ponían ojos esmaltados; se lavaba el cuerpo con natrón líquido y lo embadurnaban con óleos perfumados.
Recubrían el cadáver con resina fundida y teñían los dedos con alheña; ya estaba todo preparado para la complicada ceremonia ritual del vendaje.
Anubis era la Divinidad psicopómpica que presidía los embalsamamientos y la conservación de las momias, guía de los caminos y de la barca en que el Sol recorre los senderos celestes.
Él es quien introduce al “muerto” en el Tribunal de Osiris y el que saca el corazón para su pesaje en la balanza de la Justicia.

Los Embalsamamientos en el Antiguo Egipto

Se dice que Anubis había enseñado a los egipcios el arte de envolver a sus muertos en vendas y que esto era esencial en el proceso de la momificación.
Todo el ritual del vendaje seguía una estricta normativa de carácter Mistérico.
La operación de colocar las vendas era complicadísima, y necesitaba el concurso de embalsamadores y sacerdotes que debían recitar oraciones y encantamientos y realizar exorcismos.
Se reunían las vendas hechas con tiras cortadas de tela de lino, que debían ser de una forma especial, que cubrieran la parte del cuerpo a cada una destinada, debían comprarse en determinados lugares y llevar escrito en jeroglíficos su destino.
Se necesitaban de doscientas a trescientas para envolver un cadáver.
Las telas eran en general de color blanco, tomando con el tiempo un gris muy marcado.
Las había también de color rosa o encarnado, que solían emplearse para cubrir la cabeza. Las vendas se untaban con aceites de varias especies, mieles, diez clases de aromas, flores, hierbas y gomas que purificaban y perfumaban el cuerpo del difunto.

Cada venda recibía su nombre, dependiendo del lugar donde se aplicaba.
Se comenzaba el vendaje por los miembros superiores.
La cabeza y la boca llevaban vendas Harmajis, la venda de la Diosa Nejet se ponía en la frente, la venda de Hathor, señora de On, sobre la cara, la venda de Thot sobre las orejas, la venda de Nebt Hotep sobre la nuca.
Todos los ligamentos de la cabeza eran vigilados por los superiores de los Misterios para comprobar su exacto trabajo.
La venda de Sejet, la grande y amada de Ptah, compuesta de dos piezas, era para la cabeza del difunto. Para las orejas la llamada Venda Acabada; para la nariz dos piezas llamadas Nehay y Smen; para las mejillas dos vendas llamadas “que viva”; para la frente cuatro piezas llamadas “brillante”; para la parte superior de la cabeza dos piezas.
Veintidós piezas a derecha e izquierda de la cara, pasando sobre las orejas del cadáver. Para la boca cuatro vendas, dos dentro y dos fuera; para la nuca cuatro piezas grandes.
Una vez colocadas las vendas con una banda ancha de dos dedos, se untaba la cabeza con aceites y se tapaban los orificios con aceite espeso.

El sacerdote rezaba entonces sus oraciones.
Al vendar su mano derecha, debía ponerse en uno de sus dedos una sortija de oro, llamado Anillo de la Justificación (tal vez preludio del óbolo griego), para hacer justo al finado ante el tribunal de los muertos; en épocas tardías este anillo se sustituyó por bronce y cerámica azul.
Las uñas de las manos eran pintadas o doradas. La piel de las plantas de los pies se arrancaba, ya que los egipcios la consideraban impura, y la sustituían por sandalias de papiro, cartón o lino real, en las cuales pintaban a veces unos ojos para que no dieran un paso en falso, ni volviesen a andar en la Tierra; estas sandalias se colocaban debajo de las vendas. Las dos piernas eran atadas y vendadas como si fuesen una, adoptando la posición osiriana.
Realizado todo el proceso del vendaje, se procedía a cubrir con elementos rituales distintas partes de la momia, con el fin de obtener la debida protección que el difunto esperaba de los Dioses de la muerte.
Estos elementos eran cuatro: máscara, collar, peto y sandalias, o todos juntos, en forma de tapa a guisa de caja. En el decorado de estas piezas entraban todos los Dioses funerarios.

La pierna izquierda era protegida por la serpiente Buto (el Norte y Bajo Egipto); la pierna derecha era protegida por una cabeza de buitre (el Sur y el Alto Egipto).
El cuello era protegido por dos categorías de collares y amuletos de seis filas. En el pecho se colocaba un collar funerario llamado Ousekh, con inscripciones sagradas, que terminaba en un escarabajo que se cosía a la momia por pequeños anillos. Estos elementos impedían que el cuerpo siguiera al alma.
Los miembros eran colocados en actitud legal o de rito.
Las mujeres, cruzadas las manos sobre el pecho; a los hombres se les dejaba las manos a lo largo del cuerpo o bien se hacía que la mano izquierda se apoyara en el hombro derecho. Sobre sus brazos y rodillas colocaban hojas del Libro de las manifestaciones a la Luz, conocido también como Libro de la Oculta Morada y vulgarmente como Libro de los Muertos.
Sobre la cabeza se colocaba una corona de paja, símbolo de la verdad, para que el difunto pudiera pronunciar el Ma-Kheru, la palabra de la Verdad. A la momia se la rociaba con incienso y agua lustral para lavarle de sus impurezas, y se entregaba a los colckyti, que eran los encargados de entregarlas a los familiares, en presencia de los sacerdotes, que realizaban la última ceremonia, la apertura de la boca con el hacha Nu y del vientre.

El sacerdote apro-xima su cara al muer-to para comunicarle su fluido vital, pronunciando la última frase del ritual de embalsamamiento:

«Tú resucitas, tú resucitas para siempre, estás aquí de nuevo, joven para siempre».

Colocaban a la momia junto con los vasos canópicos en la barca funeraria, que a través del Nilo era conducida al Valle de las Tumbas, realizándose festines y danzas rituales; ya ubicada en sus última morada, era colocada en el sarcófago en postura vertical.
Con todo este sagrado y mistérico proceso de la momificación se permitía al difunto efectuar, en las mejores condiciones posibles, su viaje al Más Allá, para acceder a la Inmortalidad.




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