11 de diciembre de 2017

Las Brujas - Historia



La creencia en la brujería es compartida por numerosas culturas a lo largo de la historia, y cada una de ellas la interpreta de una manera distinta. 
Las brujas han tenido una gran importancia en el folclore de muchísimas culturas; creando a su paso en igual medida fascinación y terror. 
Pero son muchos los autores que coinciden en que la brujería es un producto del pueblo para buscar remedios a sus males y desgracias. 
Ciertamente, es inevitable relacionar los oscuros periodos de carencia y desgracias con la aparición de la brujería y los espíritus a los que adorar y servir.
Quizás la imagen más recordada de las brujas sea la dada durante la Edad Media y la caza de brujas, sin embargo, según parece, la brujería ya existía en la prehistoria.
Antes de la aparición de la religión cristiana, el hombre adoraba al cielo, la luna, los bosques, el sexo y los antepasados. 
Todo en el mundo estaba poseído de un espíritu benévolo o malvado. Ya desde el comienzo de la humanidad ha existido el miedo a la muerte, lo que dio lugar a la necesidad de creer en la continuidad de la vida más allá.
Fue este miedo al parecer lo que desembocó en la creación del dios cornudo, aquel que sería el dios Lug de los celtas, el Pan de los griegos, o el archiconocido Satanás de los cristianos. 

Y aun así, todos estos dioses son “jóvenes”, teniendo en cuenta que ya en la cueva de Ariège en Francia, puede verse una pintura representando a un dios cornudo, perteneciente a la cultura magdaleniense (al parecer la pintura es de hace unos 12000 años).

Este dios personificó a la muerte, lo tenebroso, la guerra, lo masculino… Y él dio lugar a la aparición de su antítesis: la representación femenina, la diosa de la fecundidad, fuerza creadora y regeneradora. Ella es la compañera del Cornudo y se aparea con él para dar forma al mundo. 
El culto a esta pareja de dioses consistía en representar su unión sexual y glorificarla.

En estas primitivas comunidades se empezó a hacer una división entre los líderes religiosos: 

observadores de las estrellas, curanderos, profetas… 
Conocía los secretos de las raíces y las plantas para curar enfermedades y tratar cuestiones como la esterilidad, impotencia, etc. 
Debían mantenerse en contacto con los espíritus, y con las fuerzas de la naturaleza, de este modo aseguraban la protección para los suyos así como la fertilidad de sus mujeres y sus tierras.
La mujer era parte fundamental de la comunidad, y las diosas madres eran veneradas y adoradas. 
Sin embargo, con el transcurso de los años, se produce un giro radical; los hombres someten a las mujeres y las antiguas diosas acaban siendo diosas sumisas, esposas de los nuevos dioses guerreros. 

Pero el culto a las diosas madres siguió activo, si bien oculto y secreto. 
Ellas aparecerán siempre como una deidad creadora de vida. 
Ninguna religión monoteísta fue capaz de destronarlas. 
Ni Atón, ni Jehová, ni Ahura- Mazda; Isis, Anahita, Ma, Asarté entre otras siguieron siendo adoradas, especialmente por los campesinos, dependientes de la naturaleza y la tierra.
Como decíamos al principio, son muchas las culturas que han creído fervientemente en la magia.
En el antiguo Egipto la magia se encontraba en las palabras y los sonidos. El Faraón gozaba de un gran poder mágico pues Horus, hijo de Osiris, se lo prestaba para reinar con justicia y proteger a su pueblo.
En Grecia se celebraban los Misterios Eleusinos, ritos de iniciación anuales a las diosas agrícolas Deméter y su hija Persefone, que se celebraban en época de cosechas en la ciudad de Eleusis, cerca de Atenas. 
En estos misterios aparecía la idea de un mundo inferior y de la vida tras la muerte (haciendo alusión al rapto de Perséfone).
Ciertamente en las antiguas Grecia y Roma la magia era una creencia bastante extendida. Los augures romanos eran funcionarios del estado y se encargaban de la magia benéfica. 
La magia maléfica por el contrario era perseguida y castigada.
Son los autores clásicos como Ovidio, Horacio o Teócrito los que nos dan la imagen de las hechiceras malvadas capaces de transformarse en animales, volar por las noches y practicar magia maligna en su beneficio propio o por contrato. Sus reuniones eran nocturnas y en ellas se adoraba a diosas como Hécate, diosa de las tierras salvajes y los partos; Selene, diosa lunar y Diana, protectora de la naturaleza. Así encontramos a Circe y su sobrina Medea de la que se decía que era hija de la propia Hécate.
También en el Éxodo del Antiguo Testamento, se hace mención a la brujería, concretamente se prohíbe y se establece que la bruja debe ser castigada con la muerte. 
La Biblia habla de prácticas de necromancia o invocación a los muertos.
Resulta curioso ver como, aunque la persecución de las brujas fue terrible durante la Edad Media, con anterioridad la Iglesia aceptaba las ceremonias populares de carácter pagano pues consideraba que no se oponían al cristianismo.  Era difícil luchar contra estas ceremonias ya que se llevaban realizando desde siempre, por lo tanto la Iglesia decidió cristianizarlas.
Los poderes y milagros de los santos católicos llamaban la atención de las masas, pero aun así las antiguas creencias paganas eran difíciles de olvidar. De esta manera, los ritos cristianos tuvieron que convivir con los paganos, y esta confusión de lo sagrado y lo profano fue algo que duró hasta muy entrado el s. VII.
Pero poco a poco el cristianismo fue ganando terreno a lo largo de Europa, y los antiguos paganos fueron sustituyendo sus amuletos por crucifijos.
Sin embargo, siguieron existiendo las curanderas que lo sabían todo de las hierbas y los festivales para celebrar cada estación del año y pedir por la fertilidad y la abundancia de las cosechas.
Pero llegó el día en el que todo esto se consideró una amenaza para la religión católica. En el año 959 el rey Edgar proclamó:
“Cada sacerdote debe promocionar con gran celo el cristianismo, y buscar la extinción total de toda práctica pagana; de modo que han de prohibirse los actos celebrados en las fuentes y pozos, la necromancia, la adivinación y los encantamientos”.
A aquellos que seguían celebrando estas prácticas comenzó a considerárseles brujos.
Así, los campesinos empezaron a depositar su fe por entero en la Iglesia, creyendo con fervor todo aquello que el sacerdote quisiera contarles. Su única meta era ganar el favor del cielo.
Al perder sus ancestrales amuletos, la gente comenzó a venerar reliquias sagradas: cruces, cabellos de santos, esquirlas de la cruz de Cristo… Parece obvio que la necesidad de creer en la magia y los amuletos era demasiado fuerte para ser erradicada del todo.
A mediados del siglo X, aparecieron algunos grupos religiosos como los cátaros que afirmaba una dualidad creadora entre Dios y Satanás y predicaba la salvación a través del estricto rechazo del mundo material y el ascetismo. Ellos supusieron una gran amenaza para la Iglesia.
Así se inició una Cruzada sangrienta e implacable con el fin de exterminar a este grupo de herejes. Los que no morían en la batalla eran torturados y quemados vivos, eliminando cualquier resquicio del Catarismo (aunque no hay que olvidar que sus ideales han sobrevivido hasta nuestros días, procuraremos hablar de ellos en futuras entradas).
Aquí comienza la famosa caza de brujas en la que todo aquello que supusiera una amenaza para la supremacía de poder de la Iglesia era erradicado y “purificado” en la hoguera.
También los Caballeros Templarios fueron víctimas de esta persecución cuando su poder y fama los convirtió en enemigos de la Iglesia.
En el siglo XIII la obsesión por la herejía y la religión era tal que el fanatismo hacía mella en la sociedad.
Pero a pesar de que la Iglesia se empeñara en erradicar todo lo que pudiera hacerle alguna sombra, las creencias y costumbres populares continuaban existiendo.
En esta época se llegaron a publicar varios tratados como el “Malleus Maleficarum” (El martillo de los brujos), escrito en 1484 por dos frailes dominicos, Jakob Sprenger y Heinrich Kramer.
En plena lucha de poder entre Catolicismo y Protestantismo, las brujas y las prácticas demoníacas aparecían en todos los rincones. Sus conflictos fueron excusa suficiente para dar lugar a una terrible e injusta masacre excusada con la famosa “caza de brujas”.
Los campesinos habían mantenido los antiguos cultos durante la Edad Media y ahora eran cazados y quemados bajo la acusación de ser brujos. Pero no sólo ellos. Entre los “brujos” había hombres cultos que corrieron la misma suerte.
 Estos hombres cultos eran filósofos y artistas que se dedicaron a crear una nueva cultura a partir del arte y de las ideas clásicas. Un buen ejemplo de ello son los estudios de Paracelso que usaba pociones con sus pacientes y creía que el médico no sólo debía tratar la parte del cuerpo enferma, sino que debía restaurar el equilibrio de la salud en toda la persona.
Fue una terrible época en la que se quemaba a personas inocentes debido a la obsesión por la brujería y la adoración a Satanás, especialmente a mujeres. La gente era denunciada por sus propios vecinos o familiares que utilizaban falsas acusaciones para librarse de ellos o bien, porque al ser capturados y torturados deseaban acabar cuanto antes con los tormentos a los que estaban siendo sometidos y confesaban cualquier cosa que el inquisidor quisiera escuchar. La caza se convirtió en un círculo vicioso.
Es realmente curioso como a partir del s.XVI, tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y el auge de las conquistas y posteriores colonias, volvió a acudirse a los alquimistas. Se necesitaba oro.
Los alquimistas creían que el espíritu y la materia eran uno en la creación. Para ellos cualquier material podría ser convertido en oro. Tomando el plomo como metal base y mezclándolo con otros podría ser transformado en mercurio y luego en oro. En este proceso, se destilarían espíritus volátiles que en su quintaesencia serían el elixir de la vida. La búsqueda de la famosa Piedra Filosofal protegía a los alquimistas de la inquisición.
Sin embargo, como sabemos no todos los científicos tuvieron tanta suerte. Galileo, por ejemplo, fue acusado de brujería.  
A principios del siglo XVIII comenzó el deseo generalizado de descubrir la verdad de los hechos y se afianzó la idea de que el hombre es el microscopio del universo; idea cultivada por Robert Fludd, eminente médico paracélsico, astrónomo, alquimista y místico. Al parecer Fludd pertenecía a la orden secreta de la rosacruz (a ella y sus seguidores dedicaremos una entrada de Ecos).
En el siglo XVIII los aspectos sexuales de la brujería eran los que más obsesionaban al pueblo. Las enseñanzas de la iglesia eran muy estrictas y esto daba lugar a fantasías sobre orgías y Sabbats.
Al subir Luis XVI al trono, promulgó una ley en la que abolía los juicios por brujería ya que decía que eran supersticiones y fantasías. Sin embargo, se dice que su Palacio de Versalles fue construido a partir de un plano ocultista y que en él se practicaba magia ritual para asegurar el bienestar de Francia.
Época de frivolidades, en este siglo el satanismo aparecía como un atractivo y prohibido entretenimiento especialmente para las clases sociales altas. Se crearon cubs como el del Fuego del Infierno, cuyas ceremonias siempre acababan en orgías sexuales.
En el siglo XIX aparece el auge de la ciencia y se aclaran numerosos misterios hasta entonces desconocidos. Sin embargo las creencias en la magia y lo paranormal no desaparecen.
Los campesinos emigraron a las ciudades con la aparición de las fábricas. Las costumbres de los hombres y mujeres del campo pertenecían al pasado. Pero a pesar de ello, aún seguían celebrándose las antiguas celebraciones campesinas.
Los constantes cambios que se vivían creaban una incertidumbre que llevó a resucitar las viejas artes adivinatorias, antes perseguidas y ahora convertidas en diversión: Tarot, posos del té, lectura de manos…
Hubo un gran interés por los fenómenos psíquicos y parapsicológicos. Así fue surgiendo la pasión por el espiritismo y la aparición de los mediums como intermediarios entre este mundo y el otro.
Cercano ya el siglo XX aparecen nuevas órdenes secretas. La magia celta vuelve a suscitar el interés de muchos.
Pero también la brujería y el satanismo volvieron a resurgir de nuevo. La tensión del periodo de entreguerras dio lugar a la aparición de numerosas prácticas ocultistas. Hubo una gran proliferación de estafas y charlatanes que se aprovechaban del dolor de los familiares de las víctimas de la guerra para obtener beneficios y riquezas.
 En 1951, las leyes de la brujería, que databan de 690, fueron derogadas por la legislación británica puesto que ya no se creía en brujas.
Hoy día aún se conserva la creencia en la magia y la brujería. Bien es cierto que la gran mayoría de los que se hacen llamar brujos, hechiceros o mediums no son más que farsantes y estafadores.
Ahora bien, el concepto de brujería en la actualidad ha evolucionado notablemente, y son muchas las religiones neopaganas y sectas que lo utilizan para designar a todas aquellas personas que practican algún tipo de magia, no siendo necesariamente maléfica, puesto que también existen las brujas benéficas, o brujas blancas.
La Wicca, por ejemplo es una religión que no se limita a los rezos, sino que practica la magia. A ella le dedicaremos una entrada para estudiarla con más profundidad, porque, independientemente de si creemos o no en brujas, la verdad es que la cuestión es bastante curiosa.

Fuente: Estefania Jimenez

Siguiente

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por tu Comentario